Stella Ingrid Goldschlag fue una mujer alemana, nacida en 1922, en el seno de una familia judía y berlinesa acomodada. En su juventud amaba la música, cantaba en una banda de jazz, interpretando temas, entre otros, de Cole Porter. Ambicionaba ir a América para actuar en cine y cantar y bailar en la cuna de la música que disfrutaba.
Ya en su niñez comenzó a sentir la marginación derivada de su origen, ya que si bien su fisonomía concordaba con el prototipo de chica aria alemana (era rubia y de ojos claro) en 1933, pertenecer a una familia judía la alejó de la escuela pública, que siempre y en todo lugar, fue y es sinónimo de integración y calidad. Por otra parte, el jazz era considerado por los nazis como un género artístico “degenerado”.
Iniciada la guerra, su padre perdió su empleo en la compañía de noticieros Gaumont por la dolorosamente ostentosa Ley para la Restauración de la Función Pública, y la familia intentó exiliarse, infructuosamente, una vez producida la noche de los cristales rotos. Aunque Stella se había formado como ilustradora de moda, ella junto a sus padres fueron obligados a realizar trabajos forzados en la fábrica de armamentos y municiones de Ehrich & Graetz, que en tiempos de paz era una de las principales metalúrgicas de Alemania, especialista en lámparas de querosene.
Cuando toda su familia fue encarcelada en 1943, Stella, después de un intento de fuga y las torturas a la que fue sometida, se encargó de llevar a cabo hasta la finalización de la guerra, delaciones que involucraron a, según distintas versiones, entre 600 y 3000 judíos, denunciados a la Gestapo por Stella. Esa actitud provocó que luego fuera conocida como “veneno rubio”, se vio involucrada en una figura denominada como “capturadora” que utilizaron los nazis para perpetrar sus crímenes. Goldschlag denunció a sus amigos, realizó tareas de inteligencia, investigó los lugares de reunión de los judíos que permanecían semi-ocultos, los contactaba en esquinas o se involucraba con ellos prometiéndoles comida y pasaba la información a la Gestapo para que fueran deportados o encarcelados. Lo hacía con la promesa de que sus padres no serían confinados, recibiendo una paga por cada judío que denunciara.
En su derrotero de colaboración y denuncia, se inmiscuía en los eventos sociales de los judíos, incluso ella misma detuvo a la gente que intentaba escapar, y por otra parte, tenía habilitado el uso de armas. No obstante, no evitó que sus padres y su esposo fueran asesinados en el campo de concentración de Auschwitz.
Finalizada la guerra, se ocultó, intentando disimular su pasado, hasta que los soviéticos detectan su accionar y la someten a dos juicios siendo condenada finalmente a diez años de cárcel. Una vez cumplida su condena, se convierte al catolicismo y asume actitudes antisemitas. Vivió sola y aislada. Tuvo un intento de suicidio en 1984. Finalmente, el 26 de octubre de 1994 se ahogó en el lago Moosweiher cercano a la localidad de Friburgo de Brisgovia, en la Selva Negra alemana, donde residía, estimándose que fue un suicidio.
Kilian Riedhof, joven director de cine alemán se interesó por la historia de Stella y conjuntamente con sus habituales guionistas Marc Blöbaum y Jan Braren, elaboró el guion de “Stella, una vida” (2023) reflejando con extrema rigurosidad la vida de Stella Goldschlag, sin evitar dejar en evidencia las ambigüedades, contradicciones y crueldad con que Stella acometió la contrariedad moral de su comportamiento.
Para ello contó con el libro “Stella” de Peter Wyden, un periodista contemporáneo de la protagonista que, a su vez, se basó en los documentos del juicio y testimonios tanto de ella como de algunos sobrevivientes que vivieron en clandestinidad en el Berlín asolado por el nazismo, para entender el espíritu de época. Otro libro con la misma historia fue escrito por el también periodista Takis Würger en 1994, reproduciendo las actas judiciales reales en los que se detalla como Stella identificaba y señalaba a los judíos en los distintos lugares de Berlín.
“A todos los judíos a los que detenían se les ofrecía la posibilidad de delatar”, indica Riedhof, “pero en la práctica solo hay registros de que aceptaran 15 o 20 personas en total de los miles que llevaron a campos de concentración. No era algo que aceptase todo el mundo, pero también hay que entender que Stella sufrió torturas y se la amenazó con deportarla. Fue una traidora, pero, por otro lado, estaba bajo mucha presión, hay que entender al personaje. (…) queríamos presentar al público todos los datos sin ponernos de parte de nadie, manteniendo la ambivalencia, para que fuese el propio espectador el encargado de resolver el dilema. Hoy en día nos encontramos en una situación que podría dar lugar a circunstancias muy parecidas a la de la película”. En igual sentido, agrega: "Estamos viviendo un ataque masivo a la democracia en todo el mundo y en este país. "Las fuerzas de extrema derecha, antisemitas y antidemocráticas aumentan de nuevo en Alemania y Europa”.
La extraordinaria actriz Paula Beer, habitual heroína de las últimas películas de Christian Petzold (“En tránsito”, “Ondine” y “Cielo rojo”), asume el protagonismo de la película, componiendo una mujer encantadora, eufórica, ligeramente frágil, antojadizamente displicente, solitaria, egocéntrica y manipuladora.
El cine se había acercado a la temática de la delación con el nazismo con la ficción “El buen alemán” (2006), película de Steven Soderberg e interpretado por George Clooney, Cate Blanchett y Tobey Maguire, basado en la novela homónima de Joseph Kanon.
Por otra parte, la historia de Stella Goldschag tiene puntos de contacto, aunque no con la indiferencia y maldad que se derivan de su comportamiento, pero si con el sometimiento a la tortura y a la exposición a las miserias humanas con la relatada magistralmente por Leila Guerreiro en “La llamada. Un retrato”.
La periodista narra con aguda e inteligente independencia, la historia real de Silvia Labayru, una hija de militar y ex militante de Montoneros que fuera torturada y violada en la ESMA. Labayru fue secuestrada estando embarazada; parió su hija en una cama de tortura y el perverso Jorge “Tigre” Acosta la conminó que para salvar su vida y “recuperarse” debía mantener una relación con algún oficial. Por tal razón, fue reiteradamente violada por Alberto González, con quien debía mantener relaciones, a veces también conjuntamente con su esposa. Era autorizada a salir de su cautiverio para ello, tuvo algunos beneficios como poder visitar a sus padres y viajar a Brasil, pero también participó, entre otras acciones, en la infiltración que el siniestro Astiz llevó adelante en el grupo inicial de Madres de Plaza de Mayo, y que derivara en el secuestro, tortura y desaparición de tres de las Madres fundadoras, las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet y siete activistas y familiares de desaparecidos.
Posteriormente fue liberada y se radicó en España, donde actualmente vive. Guerriero consigue un libro que es espeluznante, conmovedor e indirectamente interpelante para el lector, que debe analizar y procesar la información que, inteligentemente, aporta la autora para interpretar la connotación de época, lugar y exigencia moral a que se vio sometida la protagonista de la historia.
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