La extraordinaria resistencia y vitalidad del general Gregorio Aráoz de La Madrid constituye una curiosidad y de asombro. Durante su extensa carrera militar le infirieron heridas consideradas mortales de las que sin embargo se recuperó satisfactoriamente. Era un verdadero muestrario de cicatrices.
Pero un extraordinario caso de recuperación es el de una herida que, por hallarse en su interior una astilla de hueso suelto, no terminaba de cerrar, o volvía a abrirse, y de la que, sin embargo, la vigorosa naturaleza de de La Madrid triunfó, con cicatrización definitiva.
Así lo cuenta el mismo general De La Madrid en sus �SMemorias⬝: ��Llegado a mi casa me encuentro con mi amigo el Dr. Hougham, y otros varios de visita, y después de habernos saludado, me llamó el doctor aparte para reconocerme las heridas; se asombró, por cierto, de que hubiese salvado de tantas, y manifestó su sentimiento, que era igual al mío, de que hubiesen sido ocasionadas por nuestra maldita guerra civil, cuando en la de nuestra Independencia me habían respetado las balas y el acero en más de 70 combates y encuentros parciales.
La de la espalda y 15 más en la cabeza y el brazo, estaban completamente curadas, pero se mantenía abierta la incisión que me habían hecho en la costilla rota cuando mi expedición a Santiago; la reconoció bien, enconreando una astilla fracturada sobre la costilla, la cual sentía yo al moverla; el me la tienta y dice: -Esta es la razón por la que esta herida ha cerrado y vuelto a abrirse tantas veces; mientras no salga este cuerpo extraño, moviéndose el hueso, no sanará de firme; pero esto es nada, lo curaremos, mi amigo.
Yo me consolé con este anuncio y salimos a la sala, quitando el doctor todo motivo de aprensión a la familia y los amigos; pero entre los muchos que continuaron viniendo había también diferentes facultativos, mi padre político y mi señora quisieron que todos me reconociesen y tuve que darles el gusto pero causando en todos igual asombro que en el primero: haberme salvado de tan feroces heridas como las que estaban de manifiesto en la cabeza y en la espalda; mucho después de haber estado abandonado en el campo desde las diez de la mañana hasta las tres o cuatro de la tarde, sin lavarme, sin vendarme las heridas hasta la noche.
En fin, dieron motivo para varias discreciones estos conocimientos, y todos hicieron por tranquilizar a mi familia y quitarle todo el motivo de temor, pero apenas salieron de allí manifestaron su temor de que no duraría con vida yo arriba de tres o cuatro meses, los que más se alegraban.
El Dr. Houghan, que era el amigo de mi mayor confianza, se encargó de mí, y a él, después de Dios, le debo la vida.
Yo había llegado a Buenos Aires, no recuerdo si el 22 o 23 de marzo, con una tos que a todos daba cuidado, y muy particularmente por el pus que arrojaba por el esputo y mi extrema debilidad.
Pasaron algunos días y amaneció loa herida cerrada, y como el doctor venía todos los días a curarme y me estaba administrando una bebida de un cocimiento de zarza, orozú y no sé qué otros ingredientes compuestos por él, díjome así que la vio que no sanaría hasta que hubiese salido el hueso.
Así lo hice, y al día siguiente amaneció abierta. Yo seguía tomando a pasto el cocimiento preparado por el doctor, y pasaron así los días experimentando alguna mejora que se veía visible, por la mayor facilidad al esputar y por la más claridad y ligereza de él; hasta que un día amaneció la herida cerrada, pero de un modo que no la había visto en todas las veces anteriores, formando una hendidura como si se hubiese contraído la carne para unirse al hueso.
No apareció el doctor hasta tarde y me fui a su casa a visitarle, y lo encontré ocupado en una operación.
Concluida que fue, dígole al doctor: ��Vengo muy contento a decirle a usted que mi herida ya está curada con sus remedios.
�� ¡No puede ser! ��repuso me el doctor Houghan, no sanaría de firme mientras no salga el hueso solo, pues está casi desprendido enteramente, como usted mismo lo ha sentido al moverlo con la tienta. �SAsí estaba realmente ��le dije ��pero en mi concepto no volverá a abrirse, porque veo en ella una señal que no he visto en las veces anteriores que he sanado⬝, y desprendiéndome los suspensores se la enseñé.
Sorprendiose el doctor al verla y me dijo:
��¡En efecto! ¡Ha obrado en usted la naturaleza en un prodigio que no he visto en los años que cuento de medico! ¡Ha soldado el hueso y no volverá a abrirse!
Me retiré muy contento a mi casa y seguí tomando el cocimiento⬦