En ese tiempo tuve un motor fuera de borda Johnson de 10 HP, ya que mi interés era solo la pesca, por lo menos al principio. En aquellos años, el Club de Pesca tenía chalanas propias, en un buen número y eran de chapa, de muy buena construcción. Creo, si mal no recuerdo, que les habían sido donadas por un socio.
Una vez con dos amigos planeamos ir por agua hasta lo que en ese tiempo se denominaba la �SBarra del Ayuí⬝ o sea, la desembocadura. Por tierra no se podía ir, ya que un cartel del Consejo Agrario lo impedía, además de un tremendo candado en el portón, por si no quedó claro. Este estaba a unos 100 metros de la casa sin terminar que fuera de Don Gregorio Soler y de Doña Flora Urquiza de Soler. Solo quedaba ir por agua y la ocasión era propicia ya que el río estaba crecido y tapaba por completo el Salto Chico. De todos modos, pasar por arriba era bastante inquietante ya que significaba pasar por encima de un borbollón de agua, la que parecía hervir. Además impedía calcular la profundidad de la piedra que lo producía.
Pero, pasamos sin novedad. Aunque teníamos salvavidas, es cierto que la chalana iba sobrecargada con tres adultos y las cosas para acampar. Habíamos salido temprano, pero el sol quemaba en esa época del año. Me tuve que calzar, porque el plan de la chalana que era de chapa me quemaba los pies. Gonzalito, como se ve en la foto, venía en cuero, pero Coronel y yo con camisa y pantalón, sino te quemaba el sol. El motorcito venía respondiendo bien contra la corriente y, promediando la mañana, arribamos a la Barra. Entramos por el arroyo buscando un sitio con sombra para acampar. En cuanto armamos el campamento y aún era temprano, pasamos una red que teníamos y conseguimos muchas mojarras para carnada. En aquella época no había gente por ningún lado, así que la pesca era siempre abundante. Allí mismo, mientras pasábamos la red, en la boca del arroyo veíamos saltar los dorados y bogas algunos de buen tamaño.
Nos pusimos a encarnar el espinel, que era más bien corto, de 60 anzuelos. Se le podían poner más, porque le sobraba hilo, pero no queríamos perder el tiempo, viendo la cantidad de pique que había en la desembocadura. Omití decir, para quien no conoce el paraje, que es lo que ahora denominan �SLa Tortuga Alegre⬝ que, naturalmente no existía. La Represa tampoco existía, además como señalé al principio, no se podía llegar por tierra por la prohibición existente.
Colocamos el espinel en la desembocadura del Ayuí, donde saltaban los pescados, aunque en ese momento se había serenado.
El siguiente paso era juntar leña, que la había en abundancia, para no tener que andar de noche alumbrando con el farol. El Negro que era buen cocinero se comprometió a hacer un guiso carrero. Después de picar un poco de salame y queso, hasta que estuvo listo el guiso empujado con vino y galleta de molde. Lo cierto es que el Negro cocinaba muy rico y con el hambre que teníamos dimos buena cuenta del guiso. Había mucha sombra de manera que no tuvimos dificultad en encontrar donde recostarnos.
A eso de las 6 de la tarde, fuimos a pegar una recorrida al espinel con Gonzalito. Este se notaba pesado y se percibía que había picado algo bastante grande por los tirones que pegaban.
Para nuestra sorpresa (y decepción), sacamos una raya y una anguila, grandes ambas. Pero eso era todo, después de ese magnífico despliegue de dorados en ese mismo sitio. ¡Qué mala suerte) pero Gonzalito me dice: �No te preocupes, son dos platos que preparo muy bien.
�Bueno, será así. Sin embargo voy a sacar de acá al espinel y a colocarlo en el río, le digo. Pero primero voy a reponer las carnadas que se han comido.
�Bueno, llevame a la costa que voy a ir preparando esto, porque da bastante trabajo hacerlo, porque la raya tiene mucho desperdicio y además, hay que cuerearla. Me dice.
A Gonzalito lo dejé en el campamento y me vine con el Negro Coronel para que me ayude a encarnar el espinel y cambiarlo de lugar y además remplazar las carnadas y llevó bastante tiempo. Cuando terminamos de acomodar todo, ya estaba oscureciendo. Atamos la madre del espinel a una raíz que asomaba y comenzamos a encarnar. Y allí aparecieron los mosquitos. Impresionante cantidad. Yo tenía los brazos cubierto de ellos que picaban sin piedad. Y el trabajo de encarnar no te permite moverte ni espantarlos. El Negro estaba sin camisa así que se estaba llevando la peor parte y recién íbamos por la mitad.
Además, como él que era piloto civil y mirando hacia el sur me dice:
�¿Ves aquella nube extendida y vertical en el medio? Eso es tormenta que viene. Dentro de un rato vas a empezar a ver debajo la actividad eléctrica. Solo espero que sea sin viento, pero es una tormenta
Claro está que yo les había advertido que la lona que trajimos, era más bien para el sol porque no era impermeable. Aunque yo le puse un impermeabilizante. Pero nunca le tocó recibir una lluvia. Y bueno, confiemos en que no llueva. De todos modos no teníamos escapatoria. De noche no podíamos regresar sin luz y además con viento sur el río se pone bravo. Ni loco salir a enfrentarlo.
Estuvimos un buen rato poniendo carnadas y era insoportable la cantidad de mosquitos y la ferocidad con la que nos picaban.
�Bueno Negro, yo no aguanto más las picaduras⬦ larguemos esto nomás
�¡Sí por favor⬦ y regresemos al campamento! me contesta.
Volvimos al campamento. Ya estaba oscuro y yo no le había dicho a Gonzalito donde estaba el farol, pero al parecer se estaba arreglando bastante bien con una linterna. Le comentamos sobre la tormenta que se nos venía, pero lo único que dijo fue:
�Ya nos arreglaremos, no importa
Me gusta la gente optimista, además, tenía la comida casi lista y lucía muy bien. Combinó las dos cosas y resultó una especie de guisado con salsa papas y arvejas. Y además estaba muy bueno y lo comimos con gusto, a pesar de que nunca había comido ninguna de las dos cosas.
Ni bien terminamos, con la ayuda de la linterna y mi farol de mecha empezamos a juntar todo lo que se podía mojar o volar con el viento.
Debajo de la lona pusimos las cosas pesadas, como la heladerita apretando la lona y el cajón con las provisiones. Luego con Gonzalito fuimos a sacar un poco afuera la chalana y atarla. Al motor lo tapamos lo mejor que pudimos, rompiendo una bolsa de plástico en la que trajimos la galleta.
Convenientemente preparados nos fuimos a comer el postre, que consistía en queso y dulce de batata. Mientras lo hacíamos, mirábamos hacia el sur de donde provenían las rachas de viento, mientras el cielo era un espectáculo como de fuegos artificiales que nos brindaba la naturaleza. Hasta que un trueno que parecía recorrer todo el cielo encima nuestro nos indicó que era el momento de ponerse a cubierto. Bueno muchachos, me parece que va siendo hora de meternos bajo la lona. Y así fue nomás porque se largó una copiosa lluvia pero ya estábamos guarecidos bajo la lona. El Negro estaba asustado por miedo a que se nos volara. Yo no lo tenía y Gonzalito tampoco. Yo pensaba, en el peor de los casos nos mojaremos y nada más. Pero también pensaba ¿Cómo haremos para dormir, si no había lugar? Coronel eligió ubicarse en el medio, seguramente el muy pícaro porque las rachas de lluvia no le llegaban. Solo nos llegaban a nosotros. En ese momento la tormenta estaba en su apogeo. El cielo parecía un campo de batalla. Sin embargo, era un segundo plano que servía para adormecerme, sentado en el suelo, la armonía de la lluvia en la lona que parecía resistir bien. Asomando la cabeza afuera veía cómo las nubes viajaban a montones, mientras oía como roncaba el arroyo buscando la desembocadura en el río. Yo pensaba �dentro de un rato tendré que ir a mirar cómo está la chalana. La dejamos bastante afuera, pero esos arroyos crecen rápido. Me cuchichea Gonzalito �¡Pero mirá como duerme el Negro!- -y bueno, dejalo que duerma, el que puede. La lluvia llevaba cayendo como tres horas sin parar un instante. En ese momento pareció detenerse, que fue cuando aprovechamos para ir a mirar la chalana. Por suerte, todo bien. -¿Qué hora es? Me dice Gonzalito.
�Son las cuatro y cuarto. A mí me tienen mal los mosquitos. Tengo pelente, pero ahora no se dónde está, porque hicimos un emboyeré con las cosas y amontonamos todo. Y⬦ el Negro duerme a pata suelta, con mosquitos y todo. ¡Cómo nos madrugó! Casi no nos dejó lugar a nosotros. ¿Vos dormiste algo?
�No, nada. Preocupado por el viento moviendo la lona. Tenía miedo que se rompiera, pero aguantó bien. Ahora se calmó.
Volvimos a la carpa y estábamos absolutamente empapados. Me puse a preparar mate, que por suerte tenía agua en el termo ¡Qué otra cosa podíamos hacer que esperar que amanezca y amaine la lluvia!
Tomamos unos mates, por lo menos para pasar el tiempo, confiando en que cuando aclare pare de llover. Y así fue nomás. Como a las seis menos cuarto dejó primero de soplar el viento y luego comenzó a parar.
Estaba toda la leña que juntamos empapada. Lo despertamos al Negro, más para molestarlo que para ver cómo hacía para preparar el matecocido. Bueno, nos ganó la partida. Primero juntó ramitas chicas para preparar el fuego y luego las más grandes y les echó querosén del farol a un trapo. Prendió perfectamente y en un rato tenía buen fuego y trajo la leña gruesa para arrimarla y se seque.
Con Gonzalito, con la ayuda de un tarro le sacamos el agua de la lluvia que se juntó en la chalana. La disyuntiva era quedarnos o salir de allí cuanto antes. �Bueno dice Gonzalito. Eso lo decidirá el espinel ¿Qué te parece?�
Me pareció bien y la suerte decidió por nosotros. Cuando lo recorrimos, estaba lleno de pescados, pero fundamentalmente bagres amarillos y tarariras de buen tamaño. Y bueno⬦nos quedamos y a fe mía que no nos equivocamos.