Rivadavia había terminado su misión de emisario de mensajes ajenos y podía dejársele abandonado a mitad de camino.
Todas las culpas recayeron sobre él. Fue el precio de haber querido todos los honores. Pero ello no obsta para considerarlo una de las personalidades claves de la historia de la Argentina, como lo son las de San Martín, Rosas, Urquiza y Mitre, claves en cuanto a cualquier enfoque en los juicios que nos merezcan repercute en la posibilidad de comprender el proceso histórico general del país.
Personajes vivos por su vigencia en el presente, ya que el destino de la Argentina se encontrará siempre ante el riesgo de errar o acertar, según la ruta que se tome, y cada una de esas personalidades señaló una posible, legándonos problemas que no alcanzaron a resolver.
Rivadavia no fue “el más grande hombre civil de la tierra de los argentinos” como dijera Mitre, pero lo hizo con criterio político y no histórico.
El general Tomás De Iriarte visitó a Bernardino Rivadavia en el exilio voluntario por el que había optado, y nos dejó la triste impresión que visualizó en ese despojo del hombre presumido y vanidoso que fue. Habiéndolo conocido con su genio altanero, lo que encontró de aquel hombre lo impresionó vivamente.
“El señor Rivadavia está sumamente quebrantado después de un ataque apoplético que sufrió hace cuatro meses (1841). Delgado, sin barriga, enteramente calvo y voz balbuceante. Su presencia me causó gran sorpresa. Es otro hombre, y hasta su cabeza se conoce que ha sufrido algún tanto. Nos dimos un abrazo afectuoso. Su esposa lo acompañaba y su hijo Martín, de diecinueve años.
Me mostró dos piezas bien curiosas; el retrato de Francisco Pizarro y una campanilla de plata de la Inquisición de Lima, cuyo sonido es verdaderamente lúgubre y sin duda calculado para inspirar horror a las desgraciadas víctimas de aquel tribunal opresor y sangriento… El general San Martín hizo estos presentes a Rivadavia en el año veintitrés a su regreso de Lima.
Al separarme del señor Rivadavia nos volvimos a abrazar, y en ese momento le dije: “¡Que este Abrazo se repita pronto en Buenos Aires”. Me contestó con un tono de solemnidad: “¡A Buenos Aires ni mis cenizas volverán!”
Al despedirse de Río de Janeiro, don Bernardino Rivadavia, que ahora está establecido en Madrid, ha prevaricado de sus principios y abjura de su fe política como americano y como colaborador de la independencia de su patria. Blasfemaba en público sobre su país y de los hombres de todos los partidos, quemó preciosos manuscritos que había sustraído de los archivos públicos de Buenos Aires durante el período de sus dos administraciones, vendió a vil precio el retrato de su amigo, el general Belgrano, héroe de la Independencia, a quien Rivadavia siempre había encomiado, citándolo como modelo de patriotismo y virtudes republicanas. En fin: nada ha llevado de América sino el retrato de Pizarro conquistador del Perú y la campanilla de plata de la Inquisición de Lima que le regaló San Martín y que Rivadavia ha destinado para hacer un presente al Museo de Madrid. Esta apostasía política ha echado un negro borrón sobre la reputación del señor Rivadavia. Era un hombre respetable por sus antecedentes, venerado de los buenos argentinos, como fundador del sistema representativo y de instituciones liberales en esta parte de América del Sur.
Sus desgracias excitaban el más profundo interés. Si hubiera regresado a Buenos Aires después de la caída de Rosas, no necesitaba ocupar la silla del poder para ejercer las más sublimes funciones, la de un patriarcado político. pero ha cerrado su larga carrera de un modo tan indigno, tan inconsecuente con su anterior conducta, que todo lo ha perdido en un día de extravío y de irritación.
Su memoria quedará marcada de un lunar indeleble. No es pues el hombre que se creía. Su civismo y su tarea como hombre de estado eran virtudes fingidas para satisfacer otro estímulo más dominante ─el de una exagerada ambición y un amor propio desmesurado, un orgullo sin límites -─ Es verdad que el siempre tendrá motivo para quejarse de la ingratitud con que han correspondido sus eminentes servicios, pero ni motivo al parecer tan fundado podría justificar su deshonrosa defección; porque ha debido, con un espíritu filosófico, hacerse superior a su propia desgracia, cuya causa no ha sido otra que las calamidades de la época que debía, si tiene un espíritu elevado, haberse resignado como lo han hecho muchos de sus compatriotas más desdichados que el todavía porque se ven reducidos a mendigar el sustento diario, situación espantosa y desesperante que el señor Rivadavia no ha conocido”
HISTORIA DE LA ARGENTINA Vicente D. Sierra Tomo VII 1819 -1829
Editorial Científica Argentina 1967
MEMORIAS DEL GENERAL TOMÁS DE IRIARTE EDICIONES ARGENTINAS “SIA”
BUENOS AIRES 1948