Claves para vivir nuestro Sínodo
Hay palabras que generan inquietudes y, a veces, cuestionamientos. Cuando el Papa Francisco convocó en 2021 el “Sínodo sobre la sinodalidad”, unos cuantos se preguntaban qué sería esto, pero lo percibían un tanto lejano. Desde que iniciamos el camino del tercer Sínodo en San Juan, en cambio, nos fueron realizando varias preguntas en diversos encuentros, a la salida de la misa, en las redes sociales, y hasta en la calle. En general parecen expresar expectativas favorables, aunque no faltan también incertidumbres.
Para aclarar el panorama preparamos algunos materiales que, incluso, nos pueden servir más allá de la convocatoria concreta a nivel local y universal. Me doy cuenta de que varias dudas apuntan a algo de base: ¿Qué es la Iglesia? ¿Quiénes la componemos?
Antes que nada hay que decir que la Iglesia no es una Institución estática o abstracta, aunque algunos la consideren de ese modo. Es un cuerpo vivo, un pueblo que pertenece a Dios. Su vitalidad viene de estar unida a Cristo, que nos comunica su Espíritu Santo. San Pablo nos dice que si vivimos animados por el Espíritu, debemos dejarnos conducir por Él. (Gal 5, 25)
Los hijos de Dios, nacidos de la Pascua de Cristo por el bautismo, escuchamos y discernimos las acciones evangelizadoras que el mundo necesita en sus cambios, de allí que buscamos que el Espíritu transforme también nuestro modo de pensar, de vivir y de obrar, según la voluntad de Dios (Rom. 12, 2). Siguiendo este impulso es que el Papa Francisco anima a la Iglesia a redescubrirse como enviada: en salida a las periferias, samaritana, profética, hospital de campaña, sinodal. En octubre del 2017 el Papa lo decía de este modo: “El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio”.
Por eso San Juan Crisóstomo, ya en el siglo IV, afirmaba que “Iglesia y sínodo son sinónimos”. A riesgo de escucharla tantas veces en este tiempo, podemos llegar a pensar que la “sinodalidad” se trata de una moda impuesta, pero en realidad constituye un rasgo característico de la comunidad creyente. El Concilio Vaticano II en LG 4 cita a otro Padre de la Iglesia, San Cipriano, que en el siglo III afirmaba que la Iglesia es “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Por eso afirma el Concilio que la Iglesia es misterio de comunión; esto quiere decir que sea sinodal. En la comunión se vive la misión por medio de la participación; de allí que la corresponsabilidad evangelizadora nos haga a todos redescubrir la dignidad del bautismo, y el modo en que cada uno lleva adelante el servicio evangelizador.
“La sinodalidad es mucho más que la celebración de encuentros eclesiales y asambleas de obispos, o una cuestión de simple administración interna en la Iglesia. La sinodalidad nos muestra el modo concreto de caminar juntos y participar todos activamente en la misión evangelizadora, tanto singularmente como formando parte integral del Pueblo de Dios.” (El Proceso Sinodal – Documentos)
Algunos me han dicho que les preocupa el tema del ejercicio de la autoridad eclesial, y permiten que graviten en su conciencia, fantasmas que alimentan la confusión. La sinodalidad no atenta contra la autoridad del Papa, ni de los obispos, sino que busca fortalecer el sentido de comunión, al cual todos los bautizados están al servicio, según su ministerio o carisma, ya que “en cada uno el Espíritu se manifiesta para el bien común” (1 Cor. 12, 4-11). Discernir este modo de vivir la autoridad como servicio de comunión, es lo que permite la sinodalidad.
El Concilio Vaticano II ha subrayado cómo, en virtud de la unción del Espíritu Santo recibida en el Bautismo, la totalidad de los fieles «no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando “desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos” presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres» (LG 12).
Tenemos certeza de que el Espíritu guía a los creyentes «hasta la verdad plena» (Jn. 16,13). En efecto, ese Pueblo, reunido por sus Pastores, se adhiere al sacro depósito de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia, persevera constantemente en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en la oración, «y así se realiza una maravillosa concordia de Pastores y Fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida» (DV 10).
Ayer fue el día de los Diáconos. Damos gracias a Dios por esa hermosa vocación, y rezamos por ellos.
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