El Ajuste del Gasto Público y la necesidad del Equilibrio Fiscal
La ejecución presupuestaria acumulada de los primeros nueve meses de 2024 a nivel nacional revela un superávit fiscal, tanto primario como financiero. Alcanzar un equilibrio presupuestario y financiero es fundamental para establecer un orden económico sólido en el país.
Sin embargo, ante la importancia del equilibrio fiscal, surge una pregunta crucial: en el actual contexto de recesión que Milei heredó al asumir la presidencia, ¿se justifica el grado de ajuste necesario para lograr dicho equilibrio a corto plazo?
Además, ¿es válido ajustar el gasto público sin considerar el impacto que esto tendrá en los servicios esenciales? ¿Es suficiente con cerrar los números sin entender las consecuencias de los recortes?
El déficit fiscal se suele justificar en períodos de recesión, mientras que se recomienda un superávit durante épocas de crecimiento, canalizando los excedentes hacia un fondo anticíclico. Un claro ejemplo de esta estrategia es Chile, que ha implementado un fondo anticíclico para manejar las fluctuaciones en el precio del cobre, su principal commodity, similar a cómo Argentina depende de la soja. Gracias a este fondo, Chile ha podido evitar ajustes severos en momentos difíciles.
Es fundamental aprovechar los períodos de crecimiento económico para acumular ahorros que mitiguen el impacto de ajustes presupuestarios durante las recesiones. Sin embargo, el gobierno de Milei ha heredado un país en recesión y sin un fondo anticíclico, lo que complica aún más la situación.
Actualmente, se está llevando a cabo un ajuste en medio de una recesión económica, una práctica que contradice las recomendaciones de la teoría económica. La lógica sugiere que se debe ahorrar en épocas de bonanza y utilizar los recursos del fondo anticíclico en tiempos de crisis, evitando así medidas que profundicen la recesión.
Los fondos anticíclicos son esenciales para mantener un gasto público estable durante períodos de debilidad económica y prevenir ajustes que podrían llevar a un ciclo recesivo aún más profundo. No obstante, es crucial señalar que Argentina no puede permitirse déficits fiscales recurrentes. De los últimos 120 años, 112 han cerrado con déficit, lo que resulta insostenible para cualquier país que aspire a crecer y desarrollarse en condiciones normales.
Por lo tanto, el equilibrio fiscal es esencial para demostrar al mundo que Argentina está cambiando de rumbo. Sin embargo, un ajuste fiscal no debe ser realizado por el simple hecho de ajustar. Este proceso debe ser estratégico, centrado en la sostenibilidad y el crecimiento a largo plazo, evitando medidas que perpetúen el ciclo de recesión.
Por ejemplo, si se decide reducir a nivel local el gasto en combustible en un 50%, es vital analizar si este ajuste responde a un gasto descontrolado o si implica comprometer la frecuencia de servicios esenciales como la reparación de calles. En este caso, no estaríamos eliminando gastos improductivos; estaríamos perjudicando la calidad de los servicios públicos por los cuales la ciudadanía paga impuestos.
Otro ejemplo son los aumentos salariales. Si el ejecutivo otorga incrementos por debajo de la inflación, se estaría financiando a través de la licuación salarial, lo cual resulta injusto para los trabajadores que sufren las consecuencias directas de esta decisión.
La misma controversia es la paralización total de la obra pública. Cuando discutimos la calidad del gasto público, los gastos de inversión son, sin duda, los más eficientes, especialmente considerando los enormes problemas de infraestructura que enfrenta nuestro país. ¿Cuánto tiempo podrá soportar Argentina la falta de inversión sin agravar, día a día, su infraestructura y por ende su competitividad?
Por lo tanto, ajustar gastos necesarios para la adecuada prestación de servicios públicos es una decisión errónea. En el ámbito de la administración financiera, debemos tener un cuidado extremo al abordar el tema del ajuste: no todo ajuste es eficiente. Es fundamental que el ajuste se centre exclusivamente en la eliminación de gastos operativos innecesarios y superfluos.
He escuchado a varios gobernadores presumir ajustes significativos, incluso superiores a los nacionales; sin embargo, al analizar la reducción del gasto casi en un 90 % de estos, se han traducido en la licuación de salarios y en el freno a la obra pública. Esto es grave, no solo porque estamos eliminando gastos que son productivos, sino porque estos recortes a largo plazo, tienden a volver a aparecer.
En conclusión, considero que el equilibrio fiscal es sumamente importante y que su consolidación también lo es, pero este equilibrio debe lograrse a través de la eliminación de gastos innecesarios.
Deberíamos enfocarnos por ejemplo en erradicar la corrupción, para lo cual es fundamental reformar los sistemas de control, tanto internos como externos. En este sentido el gobierno nacional ha hecho avances, pero son insuficientes.
Además, otra vía para alcanzar el equilibrio fiscal consiste en no centrarse únicamente en el gasto, sino en aumentar la recaudación, no mediante el incremento de impuestos, sino a través de una administración y fiscalización más eficientes de los tributos. Esto, es complicado de lograr en un contexto de recesión económica. Por eso, el gobierno nacional debería priorizar la recuperación económica y fortalecer sus recursos.
Si como política fiscal nos enfocamos únicamente en reducir el gasto público, corremos el riesgo de profundizar la recesión. Esto, a su vez, disminuye la recaudación y obliga a implementar mayores ajustes, creando un círculo vicioso del que es difícil escapar y que impide la recuperación del crecimiento económico.
En resumen, nadie debería oponerse a la eliminación de gastos improductivos y a la necesidad de mantener un equilibrio fiscal. Sin embargo, no se trata simplemente de reducir el gasto por el hecho de hacerlo. Debemos ser eficientes en esta eliminación y en la gestión de la administración de los tributos, además de implementar políticas económicas que nos permitan salir rápidamente de la recesión y evitar que la situación se agrave aún más.
La clave está en lograr un equilibrio que promueva un crecimiento sostenible, donde cada decisión contribuya al bienestar de la ciudadanía y a la salud financiera del país. Solo así podremos mirar al futuro con esperanza y confianza.
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