Crisis de fe
El impacto de las noticias no depende sólo de su contenido, sino -y fundamentalmente- de los personajes involucrados en la trama informativa. A medida que se amontonan las novedades referidas a presuntas irregularidades en el manejo de fondos que el anterior gobierno destinaba a comedores y ayudas sociales se van delineando los actores de esta historia, y el impacto comienza a ser mayor.
La noticia pega en la audiencia tal como el hambre pega en nuestro país. Las denominadas “organizaciones sociales” han sido parte constitutiva del relato que sostuvo el gran mito kirchnerista de los últimos años. Tras una denominación que el inconsciente colectivo vincula con la representación de los más necesitados se agazapan, mimetizados, todo tipo de negocios, extorsiones, mentiras y defraudaciones. Las sospechas existían, pero las pruebas de los últimos días empiezan a convertirlas en verdades, en certezas sociales. La justicia camina por otro andarivel, más ríspido, más lento, menos decisivo para la opinión pública. Hay condenados que aún mantienen alto grado de adhesión, y hay sospechados sin decisión judicial que pierden rápidamente la adhesión popular.
Las investigaciones que los últimos días salieron a la luz dando cuenta de millonarias erogaciones del estado hacia comedores barriales inexistentes, hacia cooperativas nunca creadas, hacia punteros políticos reconvertidos en organizaciones sociales que extorsionaban a sus integrantes intercambiando planes por presencia en marchas o movilizaciones, deberán seguir un largo curso judicial para que sus responsables sea absueltos o condenados, pero el efecto social que han causado es un golpe de nockout al sostén ideológico en que se apalancó el populismo gobernante en los últimos años. Todo gobierno, o movimiento político requiere legitimidad para poder imponer su plan de acción.
Desde principios de los años 2000 hasta el presente, con algunos paréntesis sin demasiada identificación, ha gobernado nuestro país no sólo un mismo signo político, sino una misma ideología, que podría identificarse como populismos de izquierda, sustentada en una lógica de “estado presente”, consistente en agrandar el estado a partir de impuestos y emisión monetaria para asistir a todo sector que lo necesite. La legitimidad de su poder se la brindaba esa supuesta atención del Estado hacia los más necesitados, escuchando y atendiendo sus necesidades. Los números que arroja ese proceso no respaldan el discurso: 40% de pobres, 56% de los chicos y chicas de nuestro país por debajo de la línea de pobreza, 40% de empleo informal, 8% de desempleo, y decenas de etcéteras.
Los resultados de este nuevo proceso político-económico iniciado en diciembre de 2023 aún son inciertos, pero pareciera advertirse una seria dificultad en la oposición de centro-izquierda, progresista, populista, o como se la prefiera denominar, en mantener la legitimidad obtenida en la opinión pública. Sus bases de sustentación se ven erosionadas por la realidad: el discurso servía para dar vida a un sistema corrupto que se beneficiaba justamente de los que decía beneficiar, los más necesitados. La crisis de fe en la dirigencia política hegemónica durante los últimos años estalla en toda su dimensión.
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