¿Qué decimos cuando rezamos?
Rezar es dialogar con Dios. Lo hacemos porque tenemos certeza de ser escuchados por Él. Muchas veces también sentimos su respuesta, sea en palabras, en acontecimientos, en sentimientos que nos conmueven. Cada persona posee un modo particular de orar, según su propia historia, formación, sensibilidad.
Además, hay momentos en que rezamos junto con otros, en comunidad. La Misa, el Rosario, la lectura orante de la Palabra. En esas oportunidades decimos o cantamos cosas que nos identifican como cuerpo, y unas me expresan más, y otras puede que no tanto. Por eso es importante meditar los contenidos que se nos proponen para sacar mayor fruto en la conciencia de lo que estamos diciendo.
El lunes pasado, 24 de junio, Solemnidad del Nacimiento de San Juan Bautista, hemos anunciado la convocatoria al tercer Sínodo en San Juan. Preparando el corazón proponemos una oración para rezarla juntos. Te comento el contenido de algunas frases, sin pretender hacer un análisis minucioso, sino destacando aspectos que nos puedan ayudar.
Comenzamos diciendo a quién nos dirigimos: “Señor Jesús”. A Él elevamos nuestra súplica, lo sentimos cercano, caminando junto a nosotros, su pueblo, su familia.
Y esto lo reconocemos en lo que a continuación le decimos: “Que haciéndote parte de tu Pueblo te dejaste bautizar por Juan, tu Precursor”. Nos asombra que se haya puesto en la fila junto a los pecadores. Y ahora le pedimos: “Danos el Espíritu que recibiste en el Jordán para descubrirnos hijos profundamente amados, y para vivir la misión, que somos desde nuestro bautismo”. ¡No pedimos poco! ¡Pedimos el Espíritu Santo y descubrirnos hijos amados! Ojalá que esta conciencia nos acompañe toda la vida, y sea fuente de consuelo y fortaleza en nuestras búsquedas. Francisco nos enseña que “la misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo”. (EG 273)
“Ha llegado el tiempo de cantar y disfrutar, todos sentados en la misma Mesa.” La vocación cristiana nos convoca a la cultura del encuentro y la fiesta. Disfrutamos de estar juntos y compartir anhelos y esperanzas, cansancios y decepciones. La llamada de Jesús a participar del banquete del Reino es universal, se extiende a la totalidad de la humanidad y de la creación.
“Queremos ser una Iglesia-Comunión. Para que en sus carismas y ministerios se muestre: Siempre en Camino anunciando la Buena Nueva y sirviendo a todos, empezando por los más pequeños, tus preferidos.” Aquí resuena el lema que nos acompaña en cada Asamblea Arquidiocesana “somos un pueblo que camina, anuncia y sirve”. Mostrando cercanía con los más descartados de la sociedad, a quienes Dios no olvida.
“Al transitar juntos este 3° Sínodo sanjuanino, nos confiamos a Vos, el Hijo de María, que siendo Dios, en la intimidad del Padre y del Espíritu Santo vivís y reinás por los siglos de los siglos. Amén.” Terminamos nuestra oración con un acto de confianza, sabiendo que “si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles” (salmo 126). Nos ponemos en camino.
El Evangelio que proclamamos este domingo en las celebraciones nos muestra a Jesús llegando a la orilla después de la tempestad que atravesó la barca, y que fue calmada por una Palabra suya. Ahora la multitud se apretuja en torno al Señor queriendo tocar su manto. Le pido a Dios nos conceda ese deseo de estar cerca y la confianza en el amor que nos tiene.
Este 26 de junio el Papa Francisco nos envió una caricia como continente americano al reconocer a PLAPA (Pastoral Latinoamericana de Prevención y Acompañamiento de Adicciones) en su tradicional alocución de los miércoles: “En mis viajes a diversas diócesis y países, pude visitar varias comunidades de recuperación inspiradas por el Evangelio. Son un testimonio fuerte y lleno de esperanza del compromiso de sacerdotes, consagrados y laicos para poner en práctica la parábola del Buen Samaritano. Del mismo modo, me reconfortan los esfuerzos emprendidos por varias Conferencias Episcopales para promover una legislación y unas políticas justas por lo que se refiere al tratamiento de las personas drogodependientes y a la prevención para frenar este flagelo.
”A título de ejemplo, destaco la red de la Pastoral Latinoamericana de Acompañamiento y Prevención de Adicciones (PLAPA). El estatuto de esta red reconoce que ‘la dependencia del alcohol, de las sustancias psicoactivas y otras formas de adicción —pornografía, nuevas tecnologías, etc.— (…) constituye un problema que nos afecta indistintamente, con independencia de la diversidad de geografías y contextos sociales, culturales, religiosos o etarios. A pesar de las diferencias, ... queremos organizarnos como red: compartir las experiencias, el entusiasmo y las dificultades’”.
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