Un Dios que habla y escucha
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)
El ritmo social que llevamos gradualmente nos conduce al aislamiento. Mucha gente se siente sola, sin tener posibilidades de abrir el corazón.
El diálogo entre amigos o en el seno familiar nos ayuda a ayudarnos, a compartir las alegrías y tristezas. Esa experiencia no se limita solamente a las palabras ni a expresar conceptos abstractos. Poner el hombro, abrazar, acariciar, hacer pausa y silencio, forma parte de la comunicación de cariño y ternura.
Dios entra en diálogo con cada persona. Nos enseña un importante documento del Concilio Vaticano II: �SDios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía⬝. (Dei Verbum 2).
Dios se da a conocer como Padre y, a su vez, nos revela también nuestra propia identidad de hijos suyos. Nos habla de sí mismo y de la vocación de eterna felicidad a la cual nos convoca.
Es Palabra que ilumina el camino, que muestra horizonte de sentido para la vida.
Dice la Carta a los Hebreos que �SLa Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo; ella penetra hasta lo más íntimo del ser, hasta las articulaciones y la médula, y es capaz de discernir los pensamientos y las intenciones del corazón⬝ (Hb 4, 12). Nos desestabiliza y sacude de la tentación de la comodidad. Impulsa a un crecimiento permanente. Distingue con claridad el bien del mal y nos urge a optar por el amor, el servicio, la verdad.
La Palabra de Dios también es alimento. Por eso en los Templos se destaca su lugar en un espacio semejante a la mesa del altar.
Este cuarto domingo de septiembre lo llamamos �Sdomingo bíblico nacional⬝, junto con otras Iglesias cristianas con las que compartimos el mismo texto sagrado.
En esta oportunidad el lema lo tomamos del Evangelio de San Lucas �S¿y quién es mi prójimo?⬝ (Lc 10, 29). En una ocasión un doctor de la Ley le preguntó a Jesús acerca de cómo alcanzar la vida eterna.
En el diálogo quedó claro que el camino es el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo; como para justificar su intervención, entonces el doctor insistió: ¿y quién es mi prójimo?
Jesús entonces le respondió con la Parábola del Buen Samaritano. No es una respuesta abstracta, sino bien concreta. Nos impulsa a inclinarnos ante quien está tirado al costado del camino, aunque no lo conozcamos. Es una bella enseñanza de fraternidad y servicio a quien está al borde del camino.
En esta misma línea se expresa la parábola del Evangelio que proclamamos este fin de semana en la misa. Un hombre rico vestido ostentosamenteque daba lujosos banquetes, mientras que a la puerta de su casa un pobre mendigo llamado Lázaro ansiaba las migajas de aquella mesa.
Jesús condena la indiferencia ante el sufrimiento del pobre. La carta de Santiago también advierte a los primeros cristianos del riesgo de las riquezas (St 5, 1-6).
Escuchemos la Palabra con oído atento y corazón de discípulos misioneros de Jesucristo.