Presentación del libro "Experiencias sobre el suicidio"
El martes 10 de octubre a las 20 30 horas, en la Biblioteca "Julio Serebrinsky" (Urquiza 721), presentaré mi último libro "Experiencias sobre el suicidio" (Ediciones del Parque Tucumán). Es un momento oportuno, propicio, porque el 10 de octubre es el día mundial de la salud mental.
Además de agradecer la predisposición de la Biblioteca de la Cooperativa eléctrica, a través de Mónica González, lo hago con mi colega el Psicólogo Adrián kölln, quien realizará una reseña y comentario de su contenido. Esta presentación es también una experiencia y otro vehículo para conversar e intercambiar ideas sobre un problema grave. Parafraseando a Camus, podemos afirmar que no hay más que un problema verdaderamente serio en el campo de la salud mental: el suicidio. Fundamentalmente en ésta época en la que, la decisión de abandonar la existencia, atraviesa a tantos jóvenes, como la expresión más dramática del malestar en la cultura. O de una cultura del Malestar, cuyo símbolo es la violencia y la destrucción, instaurado en los discursos y en los lazos sociales. En ese sentido, la escritura de un libro es un punto de inflexión y de reflexión para compartir entre todos. Por ese motivo, en este caso, la narrativa es sencilla, llana, abandona la jerga científica y adquiere la forma del relato, como conviene a la narración de experiencias, porque aspira a la comprensión de la mayoría, a la que va dirigido.
El relato es el género que corresponde a la experiencia que, en su raíz etimológica, tiene algo del viaje y de la aventura, y es el caso, pero sin descuidar la rigurosidad que cuadra a la transmisión de un programa de prevención del suicidio, que quiere exhibirse como un camino posible para abordar este drama social. En efecto, las experiencias narradas parten de la investigación del suicidio en la asistencia y la escucha de pacientes en el servicio de salud mental del Hospital "Felipe Heras", post crisis 2001, el descubrimiento de las posibilidades de prevención, la formación de la red de voluntarios "Lazos en red" de Concordia y provincial hasta la conclusión en dos programas dependientes de la Municipalidad de Federal y Los Charrúas, en los que el concepto de la prevención es llevado al campo de la experiencia concreta, comprobable.
En ambos casos exhibo la importancia fundamental del rol del Estado en la asunción de su responsabilidad de trazar y desarrollar políticas de salud mental y prevención del suicidio, como elemento esencial para el logro de un éxito y en la necesidad de que ese compromiso sea real y no una puesta en escena. En el libro me explayo en la experiencia del programa de prevención del suicidio de Los Charrúas, ya que este octubre se cumplen dos años del comienzo de la misma. Un pueblo que venía sufriendo elevadas tasas de autoeliminaciones, determinó la decisión del Municipio de convocarme para elaborar estrategias de abordaje, sostenidas en el tiempo. En estos dos años hubo un solo caso, ninguno en 2022. Pero más importante aún que el descenso de la incidencia como criterio de evaluación de la experiencia (sujeta a múltiples variables), es la cantidad de intervenciones preventivas realizadas (más de 60 situaciones de riesgo), tanto en la asistencia psicológica como en el trabajo en redes interinstitucionales y comunitarias. Porque en definitiva el parámetro más eficaz para las consideraciones del proceso, fue la participación comprometida de la comunidad, involucrándose solidariamente en la edificación de acciones de cooperación empática y de preocupación por el otro, que no es otra cosa la prevención.
En el libro desarrollo el modo en que fue dándose esta conmovedora construcción social que, cada vecino y cada institución fue poniendo en juego, capacitándose y ocupándose de cada semejante que atravesaba circUnidades de vulnerabilidad psicosocial. Es esa la experiencia más valiosa, el vivenciar juntos que la salud mental sólo es posible desde la solidaridad y la participación comunitaria, desde la definición del "otro" como un semejante y desde una ética que incluya el precepto Kantiano de tratar al Otro como deseas que lo hagan contigo. Estas experiencias sistemáticas, continuadas y sostenidas de programas integrales que en el libro voy desplegando, figuran la comprobación concreta de la eficacia de la prevención del suicidio cuando es realizada como un proyecto elaborado con responsabilidad y con el permanente apoyo del Estado municipal, en estos casos. El material también abunda en información y conceptos teóricos pero siempre en relación con la práctica concreta, aquella dialéctica que configura una verdadera praxis. Igualmente, como se trata del "haber estado ahí", una de las formas de entender la experiencia, y con una connotación ligada al viaje y la aventura que tiene esta noción en su origen, el género elegido muchas veces es el relato literario, que se ajusta mejor al contenido de los acontecimientos. De ese modo, queridos lectores, quiero compartir con ustedes un fragmento que refiere a una intervención de posvención del suicidio que, al mismo tiempo, señala la ética en juego en éste campo, aquella que se basa, inevitablemente en la preocupación por el otro, aquella que logra superar las especies de la insolidaridad en sus diversas formas, la indiferencia, el egoísmo, la violencia o la crueldad, como es muchas veces el caso que compartiré a continuación:
Del chisme a la preocupación por el otro en la prevención del suicidio
El rugido de la combi, la polvareda del camino, lleno de recodos y curvas, no disminuía, en lo más mínimo, el encantador paisaje de una vegetación espesa, cortada por ñandubaysales, chañares, algún arroyito fresco y la música encantadora y sutil de variadas avecillas. El pueblito, ahora aislado, parecía sacarles ronchas a sus habitantes, todos deseaban abandonarlo, según el relato de la maestra, que hablaba sin parar, contándome, en sus pormenores, que los chicos no tenían futuro, que se envenenaban con las drogas, porque sabían su destino, que sus padres gastaban los planes, o los pocos pesos, los que trabajaban en el campo, en condiciones de explotación, en vino barato para anestesiar su angustia, su tristeza, que una maestra tuvo que irse, porque denunció un abusador de un chico, que andaba amenazándola, como si nada por el pueblo, porque a la justicia no le importaba, tanto como a la policía, ver los transas que venían de la ciudad cercana, a venderle esas porquerías a los chicos. Se había encargado de invitar a todos los vecinos, según lo convenido, para hablar de los tres suicidios que enlutaban e inquietaban a la comunidad. Porque habían sucedido en el corto período de un mes. El salón de la escuela estaba colmado. Miraron ansiosos mi llegada. Los murmullos dieron paso a un silencio interesado y expectante. A poco de empezar a hablar, el monólogo, al que seguían miradas desconfiadas, fue mudando en diálogo, tímido al principio, animado y espontáneo enseguida. Los vecinos fueron reconstruyendo los tristes acontecimientos, que ese mes había convertido, ese pequeño poblado de 800 habitantes, en un territorio siniestro. "Usted sabe Doctor" dijo uno, nuestro pueblo es chico y, como se dice comúnmente, en "pueblo chico, infierno grande". "Acá todo el mundo se conoce, todo se sabe, la señora Carmen estaba deprimida. Se sabía de las infidelidades, de los golpes, de los tratos descomedidos de su esposo. Parecía una autómata. Todos advertíamos, veíamos venir un final así". Carmen hacía las compras, intercambiaba lacónicamente saludos, llevaba gafas oscuras para ocultar las marcas, que en su rostro, dejaban los golpes. Su cara demacrada, su adelgazamiento prominente, su andar triste. Como en "Crónica de una muerte anunciada", la novela de García Márquez, todo el pueblo adivinaba su trágico final. Lo murmuraba inquieto. Estaba en la boca de todos, del puterío del pueblo, como decían, ese hablar desbocado, indecente, pero cómplice. Esas habladurías en la mañana, al barrer la vereda, al ir de compras al almacén, al cruzarse, ocasionalmente, por las polvorientas calles de tierra, mientras iban sin apuro, bañados por un sol denso, a realizar algún mandado. Chismeaban, abrevaban ese goce cruel por los infortunios de los otros, de sus desdichas y desgracias. Cuando el pueblo chico es un infierno grande, las relaciones se envuelven en tinieblas y la vida puede transformarse en un tormento. Es común escuchar que, la trama social en los pequeños pueblos, se construye a través del chisme. Este fenómeno decide el ocultamiento minucioso de las desgracias. Los destinos infortunados se disimulan, solapan, con vergüenza. Se ruega que no se sepa. Sin embargo, todos saben, o suponen saber, se susurra. Lo que no se sabe se inventa. A veces pienso, tratando de entender de qué infierno se trata en los pequeños pueblos, que, como dice Sartre, el "infierno son los otros". La verdadera tortura, el fuego que devora nuestra dignidad, es la mirada del otro, la llama que nos condena. Carmen sentía los rumores como un ultraje. Ella sufría. Por afuera, por las humillaciones y por dentro, por la certeza irreparable de su fracaso. Porque su pareja la engañaba, tenía un montón de hijos con otras mujeres. Le carcomía el sentimiento de frustración, por no quedar embarazada. La destruían los golpes, humillantes, macizos, que silenciaban sus reclamos. Eso que, interiormente, la quemaba, el fracaso de toda su vida, de no haber podido nunca, de no haber sido elegida por sus padres, de estudiar mucho para que la quieran, un poquito, por eso al menos, su fracaso en los exámenes universitarios, de no haber sabido ser madre, ni elegir marido, de no saber tener amigos, de estar profundamente sola y no saber, no saber con certeza, si era ella, con sus decisiones desacertadas, quien construía su tragedia, , o si era como un destino fatal, un viento caprichoso, que la empujaba, como una hojita maltratada, de un lado a otro, terminando ahogada en un lodazal impuro de vergüenza y dolor. En ese punto en el que ese "saber" del otro, esa ignominia que se cernía sobre su sufrimiento era tratado, puesto a la luz de la consideración colectiva, en ese espacio en el que nos juntamos para hablar del suicidio, en ese preciso momento, propuse, a los atribulados vecinos, pensar juntos, reflexionar acerca de lo que podríamos hacer, como humanos, cuando un vecino, como sucedió con Carmen y los otros dos, es tomado por el dolor, la depresión, la vergüenza. Emergió del intercambio la necesidad de pensar cómo nos situamos frente al "dolor del otro". Comenzaron a pensar y a decir: "Yo vivía a pocos metros de su casa, podría haberla invitado a tomar unos mates, a charlar... tal vez le hubiera servido", en seguida, otra agregó "podríamos haberla acompañado al Psicólogo, estaba tan mal, tan triste", por fin una tercera expresó que: "deberíamos haber hecho una denuncia por violencia de género". "Lo que pasa", intervino ahora un hombre, "es que acá nadie quiere meterse. Es el pueblo del "no te metás". "Nos llenan de drogas, nos envenenan los chicos y no hacemos nada". Estas disquisiciones abrieron, en el ocaso de la tarde pueblerina, con la indeclinable caída del sol, las puertas a una honda deliberación, a la sosegada meditación, acerca de los vínculos que construían, a las consecuencias trágicas de la desidia, o de la indiferencia, pero también, al carácter potencialmente transformador que puede tener la implicación subjetiva, la preocupación por el otro. Ese día, en el que una charla informativa se transformó en un intercambio significativo de experiencias, en una catarsis y elaboración de una triste vivencia colectiva, el pueblo aprendió, a partir de la producción de un saber propio, a través del diálogo compartido, que la prevención del suicidio requiere, como fundamento básico de la solidaridad y la implicación ética de los vecinos