Peregrinos de Dios y del hombre
Hoy se realiza la Peregrinación Diocesana a pie. Mi mirada se ilumina y en mi interior surge la necesidad de rezar por los peregrinos, que seguramente ya están en marcha, es un modo de acompañarlos.
Yo no soy memorioso, pero se reaviva el recuerdo de mi propia experiencia, de mis peregrinaciones junto a mis queridos e inolvidables hermanos de Pompeya. Experiencias que se guardan en la memoria del corazón, no se olvidan nunca. Les contaré cómo surgió esta propuesta de caminar, con nuestros hermanos y con Jesús, que se hizo peregrino caminando a nuestro lado.
Estábamos reunidos el Grupo de Liturgia con el Padre Dri, para preparar nuestra participación en la Primera Peregrinación Diocesana en autos o colectivos. No teníamos tanto tiempo, debíamos preparar la parte espiritual, que se realizaría durante el trayecto; oración, reflexión, cantos. ¿Estábamos en eso cuando alguien del grupo, dijo sin pensarlo mucho “¿Padre, y si hacemos la peregrinación a pie, con usted acompañándonos?”, el padre contestó rápidamente; y con humor, hace mucho que yo quiero peregrinar a pie a la “Santa Federación”. Era la ciudad donde él había nacido. Y agregó “si conseguimos 10 o 12 peregrinos vamos a pie”. Fuimos 36.
Un grupo pequeño, organizado por la Parroquia de Pompeya, que con los años se convirtió en una gran peregrinación diocesana.
Así comenzó a vivirse una experiencia que nos iluminaría la vida, con una luz de fe y esperanza que nos sigue guiando.
Salimos caminando desde Villa Zorraquín, donde estaba el seminario Diocesano. Con ansiedad, con alegría y con algo de preocupación, porque era la primera experiencia. Pero el corazón ya presentía que no estaríamos solo, y lo comprobamos, porque durante el caminar sentimos que Alguien iba con nosotros guiando ese grupo de mujeres y hombres que iniciaban su marcha hacia la Casa de la Virgen María, en Federación. Comenzamos cantando, rezando, masticando el polvo del camino que grandes camiones levantaban, al pasar a nuestro lado, iban a Salto Grande represa que se estaba terminando. Como en el peregrinar de la vida, masticamos tantas situaciones ásperas, que nos secan la garganta y hacen más difícil el avanzar. Aprendimos que hay que seguir, y llegamos a Colonia Ayuí, nuestra primera parada. Luego vendrían otras, pero faltaba mucho por andar. Y parecerá incomprensible, pero cuando más cansancio sentíamos, más ganas de rezar, de cantar sentíamos. Y más clara, más cercana se hacía la presencia del hermano y de Dios. Apoyados en Ellos renovábamos fuerza y así aprendimos que nadie pueda caminar solo por la vida, que nadie se salva solo, sino en comunidad. Preocupándonos del que va a nuestro lado. Caminamos toda la tarde del sábado y durante la noche sobre la ruta 14, solo las tímidas luces de las estrellas nos alumbraban, luz que se hizo deslumbrante al amanecer, cuando el sol de Federación nos dio la bienvenida. Cansados, emocionados y con lágrimas en los ojos entrabamos a la Casa de Nuestra Madre Inmaculada. Allí como los primeros peregrinos dijimos: “¿No sentimos, acaso, cómo ardía nuestro corazón, cuando Jesús Resucitado caminaba a nuestro lado y nos hablaba…?
Siento que hoy camino con los peregrinos que van a Federación. En un peregrinar que es “en pequeño”, la peregrinación de la vida. Aprendimos que, para llegar a la meta, no debemos llevar pesadas mochilas, sino lo mínimo e indispensable, un ‘‘sanguchito’’, o algo dulce para comer. Lo mismo sirve para la vida. A veces se nos hace muy pesado el caminar, porque abarrotamos el alma con amarguras, resentimientos y de desesperanzas que nos hacen mal. Los peregrinos a pie aprendimos que no se camina solo con los pies, sino con el espíritu, que debe estar libre y fuerte.
Vivimos un tiempo difícil, con incertidumbre sobre el futuro de nuestra patria, del mundo, es el momento de confiar en Dios de, saber que todos somos peregrinos, en busca de la felicidad, y que Él camina a nuestro lado.