Entre los valores y principios que distintas culturas practican y transmiten a su descendencia, se encuentra el saludable ejercicio de no mentir. Concepto preciado que está presente en los vínculos de las personas, a tal punto que se convierte en un pacto de convivencia. Dicho con simpleza, las personas, en distintas sociedades y culturas no toleran las mentiras ya que su uso provoca perturbaciones cuyos efectos son pérdida de confianza, decepciones, traiciones y con ello sufrimiento emocional.
Pero a lo largo de la vida, junto a estos principios reguladores, también existe aquello que no es verdad y se lo admite. Este rasgo convive con el no mentir y además, se lo cuida y sostiene. Ejemplo de esto son los mitos, las fábulas y las creencias populares, todos ellos aceptados y compartidos. Portan estructuras conceptuales que nacieron como expresión oral y explicaban el origen del mundo, del hombre o la naturaleza. Los mitos fueron celebrados y, siendo ellos creíbles, se sucedían por generaciones con modificaciones y agregados pero sin perder credibilidad. Ocupaban un lugar central en la vida de los pueblos primigenios. Algo similar ocurre con la fábula, que como género narrativo, les otorga voz a animales o seres inanimados con el fin de describir o mostrar conductas humanas a quienes finalmente les envía mensajes éticos a través de moralejas. También las creencias populares se sostienen por que se le otorga certeza de supuesta veracidad o probabilidad. Es una creencia tradicional muy difundida en una comunidad, aunque su origen carezca de precisión.
Acreditando que estas narrativas ficcionales son aceptadas, a pesar que carecen del rigor científico, debemos reconocer que además existe otro tipo de mentira con las que convivimos. Estas son más complejas en su nacimiento y no fácil de aceptar cuando las descubrimos (por los efectos penosos que provoca). Se trata de las propias mentiras que nos creemos. Es decir, aquello que no es pero que evitamos descubrir, hasta que un día nos topamos con ella. No son mentiras totalmente conscientes, sino un recurso que creamos para dar coherencia a nuestras acciones, forzando con ello a mantener argumentos cuando éstos ya no son válidos. Esto se observa, por ejemplo, ante el temor al cambio, creando justificaciones que eliminen o reduzcan el malestar que la verdad provoca. También les sucede a quienes les cuesta aceptar las debilidades o limitaciones en sus parejas o personas cercanas, recubriéndolas con otras cualidades.
Con todo lo explicado, se puede formular una pregunta, que en principio podría resultar fuera de lugar. Aquí va: ¿en qué categoría podremos ubicar a la extendida creencia que en unos días nos visitará Papa Noel?
Siendo un mito, fábula o creencia popular, ella se las ingenió para ganar un lugar con diferentes nombres e insertarse en las culturas actuales.
Ya sea como Papá Noel, Santa Claus, Viejito Pascuero o San Nicolás, como se lo conoce universalmente a este personaje legendario y que según la cultura occidental trae regalos a los niños por Navidad la noche del 24 al 25 de diciembre. Basado en la figura del obispo cristiano de origen griego Nicolás de Bari, que vivió en el siglo IV en Anatolia, en los valles de Licia (en la actual Turquía), era una de las personas más veneradas por los cristianos de la Edad Media, del que aún hoy se conservan sus reliquias en la basílica de San Nicolás de Bari, Italia.
Este mito actual nos dice que Santa Claus viviría en las proximidades del Polo Norte junto a la Señora Claus y una gran cantidad de duendes navideños, que le ayudan en la fabricación de los juguetes y otros regalos que le piden los niños a través de cartas.
Para poder transportar los regalos, Papá Noel los guardaría en un saco mágico y los repartiría a las 00:00h del día 25 de diciembre, en un trineo mágico volador, tirado por renos navideños.
Tanto los niños, que a esa hora tienen brillos en sus ojitos con expectativas incontrolables y los adultos, extasiados por provocar tan enorme alegría, cuyas mentirillas extienden hasta el 6 de enero, en que ofrecerán nuevos regalos. Estos queribles Reyes Magos tienen genuina existencia en la infancia, hasta que en algún momento, la verdad sucumbe en sus almitas y dicha noticia pone en evidencia la mentira que le transmitieron por años.
Aceptando entonces que la cultura le ofrece lugar a lo que no es cierto, por lo tanto es mentira, bien podríamos agregar otra pregunta inquietante: las personas, como sujetos deseantes activos y promotores de felicidad, ¿nos inventamos propios �SPapa Noel Imaginarios⬝ con el fin de recibir alegrías y realizaciones satisfactorias para nuestra vida personal, asociado a la ilusión y creencia de aquello que puede ser, y siendo que no es ni será, le damos crédito y en la espera nos consumimos?
El amor deseado es quizás uno de los portadores de enormes ilusiones que al iniciar un vínculo se recubre de nuestro anhelo. Hasta que la venda de los ojos se cae y la verdad clara se impone, entonces nace el tiempo en que el ideal debe lidiar con la realidad, y de esta manera el amor puede adquirir madurez.
El símbolo de un Papá Noel dador de felicidad, por cierto no reside en el exterior, excepto en los niños. La creencia de los adultos bajo este anhelo infantil produce efectos dolorosos al chocar con lo real. Es penoso, pero el beneficio que produce es que nos deja enseñanzas. Aprendemos. Y modificando el dicho popular, podríamos afirmar entonces, que tenemos la gran posibilidad de no chocar dos veces con la misma piedra. (Pero la humanidad incorregible, muchas veces insiste)