LOS AIRES PECULIARES DE SAN CARLOS
En San Carlos las cosas no suceden, como suceden que en cualquier otro lugar, al pasado se lo ve con el presente y a la utopía junto con la realidad.
Es lógico que ocurran esas cosas,
si anduvo hace ya tiempo por allí,
esparciendo su mágica ternura,
el principito de De Saint Exupéry.
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Suelen vagar bajo el brillo de la luna,
cuando la noche resalta los destellos,
espectros de algunos personajes
y sombras desahuciadas sin sus dueños.
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A veces con permiso de la niebla,
dormida aún la corta madrugada,
se puede ver intacta la casona,
como cuando recién fue levantada.
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No se pase las manos por los ojos,
ni entregue por instantes su cordura,
si una tarde pintada de llovizna,
ve al propio De Machy que lo saluda.
Si escuchase una siesta de domingo
el sonido de cascos sobre piedras,
no se asuste ni se pierda río adentro,
es Artigas y su gente que regresan.
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Son los aires peculiares de San Carlos,
que provocan esos hechos sin sentido,
como una luz marcando una ventana,
o un piano regalando su sonido.
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Y cuando el febo pide que se vean
las cosas como son en realidad,
son guardados estos duendes de las sombras
en rincones con mayor intimidad
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Sépalo, no es la muerte la que ronda,
es la vida misma que se aferra,
a los árboles exóticos, las flores,
al palacio destruido y su leyenda.
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Mientras haya una piedra sobre otra,
un ciprés o un cedro aún de pié,
la historia de este místico paraje,
seguirá dando vueltas para usted.
Alcides Padrón