Reseña de "Los mandatos de Camilo Fink", por Leonardo Torres Londoño
La lectura de la primera novela publicada por un amigo no es cosa fácil. Sabemos que la empatía por la persona será uno de los ingredientes de nuestra apreciación y de nuestro disfrute. Encontraremos en ella las inflexiones linguísticas de su autor, rastrearemos la parte de autobiografía que puede haber en sus personajes. Nos situamos no en el lugar más o menos neutro de todo lector sino en el palco de los invitados.
La consecuencia es nuestra aprehensión a juzgarla, el temor de vernos obligados a matizar nuestra opinión en el momento de responder a la pregunta fatídica: ¿qué te pareció? Y bueno, en esas estoy yo hoy, tratando de responder a la que Mario Daniel me hizo en días pasados. Que si la valoración, que si forma y contenido, pues ya que la he leído, no me queda otra opción que responderle al autor, de la forma más cabal, aunque parezca banal, pues me gustó la novela porque en ella sobrevuela el ave de la amistad.El camino de recepción de un libro está lleno de re covecos, de incógnitas.
Como se trata de una novela entrerriana, esperemos que los pobladores de la Mesopotamia argentina, en primer lugar, lleguen a ella, se reconozcan y le otorguen un lugar merecido en el panorama literario regional. Allí encontrará, así lo creo, sus mejores lectores. Me ha sorprendido la delgadez de la anécdota en torno a la cual se ha construído la historia, la amistad entre un profesor rural y un periodista de un diario de provincia.
Amistad apenas esbozada en los 6 meses durante los cuales se desarrolla el relato, a través de los (pocos) momentos en los que ambos interactúan ante el lector. Frágiles también son las historias secundarias que contribuyen a la organización de la estructura romanesca, vividas o contadas por Camilo Fink.
Es decir, en la novela no pasan casi cosas, fluye entre los encuentros de los protagonistas, sin mayores sobresaltos, como escrita al filo de las aguas del Paraná. Es un novela silenciosa, una jornada de pesca, los personajes reman hasta el lugar adecuado, tiran sus anzuelos, esperan, fuman, hablan de vez en cuando de sí mismos, hay alguna confesión, mucho pudor. Y el paisaje alrededor.
El pudor de la amistad masculina, sus silencios, sus distanciamientos, es, sin duda, un gran acierto en la narración, aunque los enfados de uno y otro puedan resultar en alguna ocasión extraños o exagerados. Podría decirse que existe una distancia entre ambos, como la que existe entre un periodista y su sujeto. El territorio de la intimidad aparece tal un campo minado, donde se camina con precaución.
Si todo gira alrededor de Camilo Fink, de su itinerario de vida, al final no sabemos mucho de él; su psicología escapa al lector al igual que escapa a su amigo José, del que tampoco sabemos mayor cosa, su actividad periodística apenas si se ve. No obstante, cabe reconocer el magnetismo entrañable del personaje, así lo siente el periodista, cuyo apego por esa amistad lo desarma.
Algo sorprendente es que en la historia de un maestro rural, su oficio ocupe tan poco espacio. Las alusiones a sus alumnos, a su condición de maestro suplente, al apego por sus alumnos y exalumnos, al abandono de la educación en el medio rural en favor de la acaparación de tierras en beneficio de la extensión de la soja, son pocas, en realidad, aunque basten para hacer un inventario desalentador de la educación pública en Argentina, acompañado, eso sí, de la nostalgia por un pasado más esperanzador. Como un gaucho que se fuera quedando sin tierras, Camilo Fink se va quedando sin escuelas, por consiguiente sin alumnos, sin otra alternativa que irse a otro lugar. Quizás exista en el autor una voluntad de crear más un paisaje parlante que desarrollar la psicología de los personajes, pues sin lugar a dudas el espacio entrerriano es el tercer protagonista, desplegado desde la visión de Camilo Fink.
La evocación de los pueblos, del paisaje, los ríos, las diferentes secuencias, todo dibuja un entorno sin el que los personajes no serían lo que son. Sin duda la nostalgia del autor, sus propias experiencias, sean los nutrientes esenciales de las anécdotas y de los protagonistas. Es un mundo detenido, pero a la vez amenazado, del que la vida campesina no ha desaparecido, donde subsisten aún conatos de rebelión, ideales de justicia frente a la represión policial a los apetitos insaciables del capital.
Es esto lo que José comprende y lo lleva a realizar su entrevista de la que, podemos decirlo pues se trata de un bello logro estructural, el lector tiene la primicia, inextenso. José lo sabe, en el alma de Camilo Fink palpita Entre Ríos. Como Juan L Ortiz, cuya poesía se confunde con la voz de su región, asimismo la novela de Mario Daniel Villagra, le da voz a la banda del Charrúa.
Para concluir, quisiera decir que es una novela de efecto lento. Si sus personajes permanecen borrosos hasta la última línea, si la amistad entre José y Camilo, casi escrita entre paréntesis, queda, digamos, inconclusa, al recordarlos la memoria nos los devuelve con un indudable afecto. Como una querencia.
Leonardo Torres Londoño, Viroflay, noviembre de 2024
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