La canción que siempre quiso escuchar
La Maratón de Reyes entregó otro momento para el recuerdo, que es ver ganar a un atleta de Concordia, a uno local. Atrás quedaron hegemonías de los brasileños, algunos uruguayos y hasta argentinos pero de otra localidad. Por muchos años siempre nos quedamos con las ganas. La aparición de Federico Bruno comenzó a romper ese cerco que había y que impedía el festejo local. Pero detrás suyo se encolumnaron atletas que pedían pista, que seguían sus pasos. Quien quizá sufrió más de la cuenta en ese camino fue precisamente el ganador de esta 45ª Edición, Martin Méndez. Un excelentísimo atleta que siempre tuvo claro cuál era su faro, y trabajó duro para ello. Claro que fue paso a paso, meta a meta podríamos decir, porque se enfocó en lo inmediato, en lo que tenía enfrente. Incluso se fue a entrenar al exterior, según el objetivo a perseguir en el plano internacional. Siempre con las mismas ganas de ir para adelante. Ganó carreras importantes, hasta exigentes maratones como en Rosario, por ejemplo. Entre otras batallas que sin duda le dejaron su huella. Lo más destacable de todo es que lo hizo, como siempre, casi en el más absoluto silencio, por su tremenda humildad y casi el ser de pocas palabras. Él habló siempre con los hechos.
Claro que en su cabeza había una meta que era como la materia que faltaba para “recibirse”, si se nos permite el término, y la misma era la Maratón de Reyes, porque por su calidad estuvo cerca de ganarla varias veces. En los papeles, otras veces, se erigió como gran candidato, pero siempre por “h”o por “b” se terminaba frustrando. Una frustración que sólo se le vio claramente en las últimas competencias, cuando llegó casi cabizbajo a la conferencia de prensa y poco menos que confesó su enorme tristeza de no haber ganado, porque se había preparado para ello, como siempre lo hizo, aunque nos dejó la sensación que su momento era ese. Pero no se dejó abrumar por el fracaso, como sabiendo que de tanto martillar la piedra se rompería y siguió insistiendo.
El sábado, antes de la carrera, en Radio 24 dijo “vamos a ver qué pasa”, cuando se le comentó que era gran candidato a la victoria. No quiso saber nada con anticipar un resultado. No porque algún miedo rondara su cabeza, sino porque sabe lo exigente que es la Maratón de Reyes que suele deparar sorpresas. A sus rivales los conocía. Y entre ellos otra vez apareció otro dispuesto a complicarle la vida, como había aparecido Julián Molina en competencias que bien pudo haber ganado.
Esta vez fue el oriundo de Merlo, Buenos Aires, Fabián Manrique, quien tomó la punta de la carrera y parecía que no la soltaría más. Pero Martín sabía que su rival nunca había venido a Concordia, que no conocía el clima, que no sabía de lo tramposas que pueden ser las pendientes, sobre todo en calle Lamadrid y la parte final con esas tres cuadras de San Lorenzo hasta Castillo (quizá Garat), donde todo pesa a poco de la meta, nada menos.
La contra que tuvo Martín, con el “diario del lunes”, es que lo dejó escapar mucho, comprometiendo su carrera, porque parecía que otra vez no le daba. Sin embargo, Manrique empezó a dar señales de que el circuito le pesaba y el concordiense comenzó a “leer” eso en su mente, acelerando el paso para ver su reacción. Y tuvo que pasar casi toda una carrera para comprobarlo, casi toda una carrera, porque por calle Salta, casi llegando a Lamadrid, comenzó la estocada de Méndez. El bonaerense comenzó a sentir todo muy pesado, y más aún cuando se topó con esas durísimas cuestas, que comenzaron a hacer mella en sus piernas y su cabeza. Pero era no solo tarde, sino imposible reaccionar ante el embate del rival, porque un seguro Martín Méndez comenzó a cambiar su destino, comenzó a cambiar las figuritas que ya tenía por la que le faltaba. Llegó al “filtro” de las tres o cuatro cuadras ya con todo consumado, y sería aún más tranquilizador para él, porque era imposible siguiera atisbar una reacción en su rival ya quebrado. Entonces, por un momento Martín comenzó a ver mejor a la gente que le hacía el “pasillo” de un lado y otro de la acera, podía ver las manos agitadas, escuchar el aliento. Pero cruzando calle Entre Ríos, ya su visión no fue la misma, porque su ojos se tornaron brillosos, la emoción casi gobernaba su cuerpo (jamás sus piernas) y alguna que otra lágrima comenzaba a rodar por sus mejillas. Solo sentía su impulso, el enorme impulso que fue como un turbo que se prendió allá al doblar en calle Salta por Lamadrid, y fue la llama que nunca más se apagó, porque que a pleno cruzaría la meta y conseguiría para sí mismo una verdadera explosión de júbilo de la gran cantidad de gente que lo ovacionó. Era la canción que Martín siempre quiso escuchar, en vivo, con todos los instrumentos afinados y ese coro que se sabía de memoria esa “canción final”, como si fuera el “We are the champions” glorioso de Freddy Mercurie.
Martín cruzó la meta ganador y se dio el gran gusto, el que merecía a tanto esfuerzo, a tanto trabajo, a tanto soñar y soñar con ese momento. Premio a la humildad de no sentirse ganador nunca, por no menospreciar jamás a un rival, pero sí el mérito de confiar en su fortaleza mental y física para doblegar a un grandísimo rival y decir “gané la Maratón de Reyes, fui Profeta en mi tierra”. Se lo habrá imaginado mil veces, lo habrá soñado otras tantas, pero ahora puede ver hasta en su teléfono una película que fue real, que se filmó cual banda que toca en vivo y que tuvo ese final a puro coro de miles de personas cantando “we are the champions”. La Maratón de Reyes había recibido a un ganador tan esperado como querido. Felicitaciones Martín, merecido lo tenés.
(Colaboración: Edgardo Perafán)