FAMILIA
El padre don Domingo Belgrano y Peri era un comerciante, nacido en Oneglia, cerca de Génova.
A los 19 años emprendió negocios comerciales en Cádiz con bastante fortuna. Un día, a fines del siglo 18, junto a su pariente don Angelo Castelli, médico de Venecia -padre de Juan José, futuro vocal de la Primera Junta- se vinieron a Buenos Aires a probar suerte.
La Corona española era bastante avara para otorgar permisos de residencia en las Indias a los extranjeros.
A estos se los dieron porque, aunque italianos, tenían plata, origen ilustre, con heráldica y todo, eran católicos y de raza blanca, sin mezcla.
Por lo demás, Buenos Aires se había habilitado como puerto, y se activaba el movimiento de barcos mercantes que iban y venían.
A los viajeros les fue bien en el Río de la Plata.
Domingo Belgrano prosperó como comerciante, llegó a amasar un sólido patrimonio. Se casó con una joven de buena familia María Josefa González Islas.
Tuvieron la friolera de quince hijos, sobrevivieron doce: el número diez, nacido en Buenos Aires, el 3 de junio de 1770, se llamaba Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano.
ESTUDIOS Y FORMACI�N
Recibió, Manuel, al igual que sus hermanos, la educación esmerada que correspondía a un joven de familia en buena posición económica y social.
Antes de cumplir los veinte años se embarcó para España, donde cursó estudios en Valladolid y en la célebre Universidad de Salamanca.
Se destacó como estudiante, se doctoró en leyes y filosofía, e incluso en cursos teológicos.
Gran lector, curioso investigador de las nuevas corrientes del mundo, se interesó también en la economía una ciencia que comenzaba a aparecer. Leyó a Adam Smith, el de �SLa Riqueza de las Naciones⬝ y David Ricardo.
�SSe apoderaron de mí -diría años más tarde en su ��Autobiografía�"- las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad y solo veía tiranos en quienes se oponían que el hombre disfrutase de los derechos que Dios y la Naturaleza le concedieron⬝.
Su afán en ahondar conocimientos lo llevó incluso a incursionar en libros prohibidos por la censura de la época.
Para lo cual llegó a solicitar la pertinente aprobación eclesiástica, que concedió el Papa Pío VI.
VUELTA A LA PATRIA
Cuando regresó a Buenos Aires, con el título de abogado, provisto de un amplio bagaje cultural y sólida formación en diversas disciplinas, lo nombraron en el Consulado, una institución creada por el Virreinato, para regular el comercio en el cada vez más activo puerto de Buenos Aires.
Increíble el cúmulo de actividades del joven Belgrano, en esos últimos años coloniales, y las iniciativas que desplegó.
Como Secretario del Consulado, abogado, periodista en el �SCorreo de Comercio⬝, un periódico de la época, o simple ciudadano.
Propugnaba, en sintonía con Mariano Moreno y su �SRepresentación de los Hacendados⬝, una mayor amplitud y libertad de comercio.
Pero no se detenía en esto. Y escribía a favor de impulsar la industria autóctona, la agricultura. Era gran admirador de la escuela de los �Sfisiócratas⬝ que basaban la prosperidad en el cultivo de la tierra.
Y sobre todo, la educación: en su ideario ocupaba un lugar relevante el imperativo de crear escuelas.
En tiempos que, salvo las tareas del hogar, no se consideraba necesario instruir a las mujeres, Manuel Belgrano mostraba una actitud de avanzada proponiendo la educación de niñas en escuelas gratuitas.
LOS NUEVOS VIENTOS
Le tocaron tiempos de cambio: las invasiones inglesas en 1806 y 1807, y años después la afirmación fundamental emancipadora del 25 de Mayo de 1810.
�SDios nos da la oportunidad⬝, dijo Manuel, cuando se produjo la invasión de Napoleón a España, y la captura y prisión del Monarca habilitó la formación de Juntas en la Metrópoli y en América.
De alguna manera él, Belgrano, con sus escritos, reuniones y actividades fue uno de los que preparó el magno suceso.
A partir de ahí, lo fue todo: porque todo le exigió la Revolución: abogado, economista, periodista.
E incluso, sea en las jornadas de la Reconquista cuando debió pelear arma en mano contra los ingleses, como más tarde, improvisado general, en las expediciones que debían afirmar el movimiento de Mayo.
EL GUERRERO
Encabezó un ejército que, más allá de la espada, cumplía una misión civilizadora, fundando pueblos y creando instituciones nuevas allí donde pasaba.
No era profesional, ni manejaba al punto la técnica militar: su tropa fue derrotada en el Paraguay, pero pudo establecer contacto con oficiales de la tierra guaraní, que poco después echarían a los españoles.
Les prometió a los paraguayos que Buenos Aires habría de aflojar el cepo aduanero del puerto, que ahogaba sus productos.
Pero el gobierno porteño, torpemente, no cumplió.
Paraguay se separó para siempre.
Le ordenaron marchar como jefe a la Banda Oriental, donde había surgido un foco contrarrevolucionario en Montevideo a cargo del virrey Elío.
Un cambio político en la ciudad porteña lo obligó a volver a Buenos Aires.
Es una lástima: a pesar de sus diferencias, él pudo haberse entendido con José Artigas, porque a los dos los movía el mismo ideal.
Y evitar la ruptura con el jefe oriental, que tantos perjuicios acarrearía.
Le encargaron al general Belgrano una nueva expedición, al Norte.
De camino, montó baterías defensivas en Rosario.
BLANCA Y CELESTE
Y allí, en gesto audaz, enarboló una bandera identificatoria de los ideales revolucionarios.
No fue creación suya los colores: ya French y Berutti repartían cintas blancas y celestes el 25 de Mayo, eran los colores de la Inmaculada Concepción, propios de la dinastía Borbónica.
Al fin y al cabo, hasta 1816 se gobernaba en nombre de Fernando VII.
Pero de Buenos Aires lo desautorizaron. Y, hasta 1814, flameó la bandera española en el Río de la Plata.
EL BRAZO ARGENTINO
Hasta aquí fue Belgrano un militar obediente.
Pero cuando, después de encabezar el éxodo de Jujuy, le ordenaron bajar con su ejército hasta Córdoba se desacató: requerido por el pueblo, se plantó en Tucumán y les dio batalla a los realistas.
No tanto la estrategia militar, como el coraje y la determinación, logró un triunfo resonante sobre los �Smaturrangos⬝, como se les llamaba. Después, los corrió hasta Salta donde volvió a hacerles morder el polvo.
Dos veces que �Sel brazo argentino triunfó⬝ como diría el poeta López y Planes.
Tomó prisioneros a los generales realistas, y les perdonó la vida haciéndoles jurar que no volverían a tomar armas contra los criollos.
Pero un obispo los convenció que un juramento a un �Shereje⬝ no tenía valor.
Y volvieron a pelear y lo derrotaron en Vilcapugio y Ayohuma.
�SSi hubiera estado aquí Manuel, esto no pasa⬝, dijo, lamentando haber castigado a un oficial díscolo e indisciplinado como Dorrego, que se le burlaba por el timbre de voz, pero era hábil y eficiente oficial.
YATASTO
Asumió Belgrano su responsabilidad en el contraste, y también, los límites de sus capacidades.
Y aceptó ser reemplazado en el mando del Ejército del Norte por un hombre como José de San Martín, militar de carrera que ya venía de demostrar su valía en San Lorenzo.
La Posta de Yatasto, en Salta, fue el lugar del histórico abrazo de ambos héroes.
Se colocó don Manuel, con absoluta modestia, a las órdenes de quien entendió poseía mayores condiciones para el mando, aunque no privándose de brindarle los valiosos consejos emanados de la dura experiencia:
�SAcuérdese siempre -le decía al futuro Libertador- que es Ud. un militar católico, apostólico⬝.
Tenía en mente, tal vez, los efectos negativos de los actos antirreligiosos de su primo Castelli y Monteagudo en el Alto Perú.
Pero no era solo táctica política: Manuel Belgrano era un sincero creyente, fiel al mandato cristiano como lo demostraría en todos los actos de su vida.
MISI�N A EUROPA
Separado del ejército, lo mandaron en misión diplomática a Europa en procura de apoyos a la Revolución.
La misión fracasó, no consiguieron respaldo importante en ningún poder del Viejo Mundo, copado por la restauración monárquica después de la derrota de Napoleón.
Fue significativo el incidente que mantuvo con su compañero Sarratea por el manejo de fondos del viaje, del que Belgrano pretendía se rindiesen minuciosas y documentadas cuentas.
UN �SPRÍNCIPE ORIGINARIO⬝
Volvió de Europa justo para la época del Congreso de Tucumán. Apoyó la Independencia y propuso, ante el fracaso de importar un monarca europeo, coronar un príncipe Inca.
Ya tenían el candidato, un descendiente del legendario Tupac Amaru.
San Martín también se entusiasmó con la idea: tanto él como Belgrano eran convencidos republicanos.
Pero advertían que la monarquía, limitada por ley, era la única forma de mantener la unidad de estos territorios.
Además, un príncipe proveniente de los pueblos originarios al par que afianzaba el sentido americanista de la Revolución, atraía el apoyo de los habitantes del Alto Perú y otras regiones.
No cuajó, tomaron en broma la propuesta:
Un diputado porteño, Anchorena, rico terrateniente, más tarde ministro de Juan Manuel de Rosas rechazaba la posibilidad de un príncipe �Sde color chocolate⬝.
�SAY PATRIA MÍA⬝
Para ese entonces la riqueza, propia o heredada, se había sacrificado en el ideal revolucionario y Manuel Belgrano pasaba verdaderas necesidades.
�SEstoy pidiendo prestado para comer⬝, habría de confesar.
Cuando se intentó premiarlo por sus triunfos de Salta y Tucumán destinó el dinero a construir escuelas.
Dicho sea de paso, nunca se hicieron.
Al mando de nuevo en el Norte, le ordenaron volver para reprimir las revueltas federales.
Obedeció a disgusto, la tropa se le sublevó en el célebre �Smotín de Arequito⬝.
Quisieron meterlo preso y encadenarlo, a pesar de estar ya muy enfermo.
Volvió a Buenos Aires, en delicado estado de salud, no tenía un peso, era un hombre -cosa difícil de ver hoy día- que entró rico a la vida pública y salió pobre, casi indigente.
Tuvo que regalar su reloj para pagar a su médico.
Aquejado de mil dolencias, murió un 20 de junio de 1820, mientras Buenos Aires vivía un caos de peleas de grupos y facciones que intentaban manotear el poder: ese día hubo tres gobernadores.
Si es verdad que Manuel Belgrano dijo �Say patria mía⬝, la verdad, se quedó corto.
Alguien, resaltando sus triunfos lo mencionaba como �SPadre de la Patria⬝.
�0l decía
�SNo aspiro a tanto, me contento sólo con ser un buen hijo de ella⬝.
Asociación �SJusto J. de Urquiza⬝
Concordia (E.R.)