Guerra mundial por el tráfico de material médico en plena pandemia
Requisiciones, robos, subastas y hasta misiones especiales de inteligencia. La oscura trama internacional para lograr mascarillas y respiradores.
Jean Rottner estaba desesperado. El palé, con 200.000 máscaras médicas, estaba ya cargado en el avión de Shanghái a París. En 12 horas, lo que dura el vuelo, ese material, tan necesario para prevenir el contagio del coronavirus, debía haber estado en la capital francesa, y de allí por carretera, en menos de cinco horas hubiera estado en Estrasburgo. Pero en una llamada, su contacto de Shanghái le dijo a Rottner, presidenta de la región francesa del Gran Este, que unos desconocidos, que por su acento en inglés parecían estadounidenses, se habían plantado en la propia pista, habían sacado un fajo de billetes y habían ofrecido el triple de lo que hubiera pagado Francia. Las cajas estaban ya de camino a EE.UU.
En la pandemia, se ha declarado una guerra. El botín es el preciado material médico, que escasea en todo el mundo a medida que crecen los contagios y se disparan los ingresos hospitalarios: máscaras, respiradores y tests de prueba. No hay reglas, todo vale. Requisiciones gubernamentales. Subastas al mejor postor en plena pista de despegue. Robos. Hasta operaciones de alto secreto por parte de las más temidas agencias de inteligencia, como el Mossad israelí.
Gobiernos como el de Estados Unidos hasta han activado leyes aprobadas expresamente para tiempos de guerra con la finalidad de legalizar los embargos de material. Según dice el presidente regional francés Rottner, que tiene en su provincia a 570 ancianos fallecidos solo en residencias, «es imposible competir con alguien que saca la billetera y ofrece tres o cuatro veces lo que tú vayas a pagar, sea lo que sea».
Preguntado por ABC, el Departamento de Estado norteamericano asegura que no tiene constancia de ninguna compra en el aeropuerto de Shanghái. «El Gobierno de EE.UU. no ha comprado máscaras que fueran a ser entregadas desde China a Francia. Es falso», dice un portavoz. Sin embargo, no es sólo la provincia del Gran Este. Otras autoridades francesas en París y Marsella denuncian casos similares. Lo mismo en Berlín, en otro caso dramático. El gobierno local de la capital alemana tenía ya de camino un cargamento de 200.000 máscaras. El avión había salido de China y hacía escala en Bangkok (Tailandia). Y ahí fueron requisadas. Según el concejal berlinés de Sanidad, Andreas Geisel, estaban de camino a EE.UU. «Esto es un acto de piratería», dijo en varias entrevistas. «Esto se ha convertido en el Salvaje Oeste».
La diplomacia de EE.UU., preguntada también por este envío, niega también haber requisado esas máscaras. De hecho sospechan quienes han perdido los cargamentos que se trata de compradores privados, tal vez millonarios, o empresarios, que aprovechan que el precio de venta al público de este material ha aumentado hasta un 30% en las tiendas. No es un dato menor que el fabricante de las 200.000 máscaras que compró y nunca recibió Berlín sea 3M, una empresa estadounidense con sede en Minnesota que se halla inmersa en su propia batalla contra ni más ni menos que el presidente Donald Trump.
Mercadeo mundial
«No estamos nada, nada contentos con 3M» llegó a decir el propio presidente estadounidense el viernes pasado. De hecho, acusó a la multinacional de estar «mercadeando» en plena pandemia. El motivo, es que los directivos de 3M se resistían a acatar las órdenes de cancelar todas las exportaciones de máscaras N95 (las que realmente protegen a quien las lleva frente al virus) a Canadá y América Latina porque en esos países había también abundantes bajas y negarles el material podría tener graves implicaciones. En total, 3M fabrica 35 millones de máscaras al mes, un 60% más que a principios de año. De esa producción, seis millones se exportan al resto del continente americano. El consejero delegado de 3M, Mike Roman, calificó las acusaciones del presidente de «absurdas».
Finalmente, la Casa Blanca y 3M llegaron a un acuerdo: la compañía importaría a EE.UU. 10 millones de máscaras de sus plantas en China y mantendría la venta de esos seis millones a Canadá y América Latina. «Les hemos dado fuerte», se jactó Trump, que aplicó con 3M por primera vez la llamada Ley de Producción de la Defensa, aprobada en el Capitolio en 1950, durante la Guerra de Corea, para embargar los medios de producción privada y ponerlos al servicio de las fuerzas armadas.
Trump se ha definido como «un presidente en guerra» y así se está comportando. Para algunos países aliados está resultando incluso doloroso. El ministro de Sanidad de Brasil, Luiz Henrique Mandetta, lamentó la semana pasada que China hubiera cancelado a última hora un encargo de material sanitario, incluido un millar de respiradores, cuando EE.UU. envió 20 aviones de carga. Después, el gobernador del estado de Bahía reveló que otro cargamento de 600 respiradores, que habían costado 7,5 millones de euros, había sido requisado en una escala en Miami. Tuvo que hacer otro pedido de 300, la mitad, por el que pagó el mismo importe de antes. El precio se había doblado en días.
Con semejante caos, en este gran bazar que en algunos aeropuertos se asemeja al mercado negro, algunos países han movilizado hasta a sus agencias de espionaje. El temido Mossad israelí, que depende directamente del primer ministro, Benjamín Netanyahu, ha recibido la orden de asegurarse de adquirir el material que pueda y asegurarse de que llega a su destino. Según han revelado los medios israelíes, con este método han llegado a Israel 10 millones de máscaras quirúrgicas, 25.000 protectores N95, 20.000 tests de prueba y casi 200 respiradores. Según ha publicado el diario «Haaretz», el Mossad incluso ha comprado material a países árabes con los que Jerusalén no tiene relaciones.
El comisario europeo de Gestión de Crisis, Janez Lenarcic, ha advertido en un comunicado de que la «lucha global» por material sanitario tiene implicaciones graves. «Se ha vuelto muy difícil organizar una adquisición ordenada para garantizar que los equipos médicos necesarios para enfrentarse a la pandemia, como máscaras y respiradores, llegan a manos de quienes más los necesitan», ha dicho.