La fantástica historia de un padre y un hijo
Las relaciones filiales son, en muchos casos, un universo de encuentros y discordancias potenciadas por el afecto y el vínculo. La muerte de uno de los integrantes de la relación, genera reflexiones profundas y abiertamente emotivas y conmovedoras.
Daniel Wallace había publicado “Big Fish: A novel of Mythic Proportions” en 1999. Por otra parte, John August había sido guionista de la película de ciencia ficción dirigida por Steven Spielberg, “Minority Report” (2002) basado en un cuento corto de Philip Dick, sobre un departamento de policía que detiene a sospechosos de crímenes en base a estudios pre-cognitivos. August leyó el libro de Wallace, luego de la muerte de su padre e interesó a Columbia Pictures, para adaptar el texto y llevarlo a la pantalla.
Luego que infructuosamente se haya contactado a Spielberg para realizar la película, Tim Burton, uno de los directores más personales de su generación, venía del fracaso de la remake de “El planeta de los simios”, se hizo cargo de la misma y el 10 de diciembre de 2003, estrenó “El gran pez”, basado en el libro de Wallace y con el guion de August.
Edward Bloom, el personaje principal de “El gran pez”, es un padre que mantiene una relación distante con su hijo. Al comenzar el film, se encuentra muy enfermo y a punto de morir. Billy, su hijo, periodista de United Press International, enterado de esa situación deja su residencia de Paris, viaja junto con su esposa embarazada y con la cual, está esperando su primer hijo, a su natal Ashton, en Alabama, para visitar a su padre.
El libro y la película transitan esa peculiar, distante y controvertida relación entre padre e hijo con saltos en el tiempo. El padre, un consuetudinario fabulador y fantasioso, es considerado como mentiroso por su hijo, que no quiere parecerse ni ser como áquel y procura enterarse de la realidad, siempre enmascarada y tergiversada por historias que eran repetidas como reales.
“El gran pez” es también un punto de referencia de la futilidad de las imposturas y la necesidad de recrear los vínculos por encima de los enconos que las circunstancias pueden promover en cualquier relación y más, como éstas, en particular, cuando lo filial predomina.
El padre, es interpretado por Ewan McGregor en su juventud y por Albert Finney en su vejez, ha pergeñado historias fantásticas, incluyendo seres fabulosos y estrambóticos que parecen instrumentos elusivos de la realidad. En esas historias se combinan surrealismo con magia y mito con deseo. El hijo, Billy Crudup, durante toda su vida, ha puesto en duda cada una de las narraciones que su padre contaba. Y procuraba ser distinto, racional y responsable, para marcar una diferencia con su padre.
Pero el retorno a la casa paterna es una señal no solo de reencuentro y recomposición de la relación filial, sugerido por su madre, Jessica Lange, sino también la indagación respecto a la verdad. Una verdad que el padre siempre la ha adornado y generado grandes empatías en su círculo, que festejaba las anécdotas y se encandilaba con los relatos, pero no en el hijo.
El hijo al inicio de la película dice “al contar la historia sobre la vida de mi padre es imposible distinguir entre los hechos y la ficción, entre el hombre y el mito”.
Las increíbles y extraordinarias (en todo sentido) historias que relataba el padre, sagas épicas con gigantes, hombres lobos, cantantes coreanas siamesas, pueblos encantados, circos trashumantes, brujas que predicen el futuro, tenía en el gran pez imposible de pescar a la leyenda más asombrosa.
Todo ese universo le permite a Tim Burton, que por otra parte al momento de la filmación de la película había perdido a su padre, recrear un aquelarre creativo, talentoso y vital que transforma al ya sorprendente guion en una atmósfera que derrocha belleza, estética y magia, atrapando desde el mismo comienzo a la vez que emociona e interroga. En esta película, sumado al ambiente gótico que caracteriza al director, se percibe la indudable influencia que el cine de Fellini ha tenido en Tim Burton. Influencia que por otra parte siempre la ha reconocido y la ha incorporado en varias de sus películas.
Para conseguir esta admirable conjunción, el director contó no solo con una base muy sólida en el libro y el guion original, sino también con la actuación, además de los nombrados, de Marion Cotillard, Helena Bonham Carter, Danny DeVito, Steve Buscemi, incluso Miles Cyrus (que en ese entonces contaba con 8 años), entre otros. La música es del habitual colaborador de Burton, Danny Elfman y la fotografía, impecable y partícipe imprescindible de la fábula, de Philippe Rousselot.
Como bien ha dicho la crítica, “El gran pez” no es, solo, una película fantástica, es también una visión respecto al desafío que la muerte impone, el sentido de la vida y el absurdo cotidiano. La angustia existencial, a la que el padre matiza con una imaginación desbordante y exuberante.
Es asimismo una continua remembranza de la infancia, momento en el cual todas las ilusiones, aspiraciones, sueños y expectativas están intactas. Ese espacio propio e inmaculado que nos promete y al que en cierta forma tanto el padre como el hijo, comprendiéndolo, retornan.
Es de esas extraordinarias películas que se disfrutan en cada visión y permanecen en el recuerdo invariables e invitándonos a imaginar mundos donde la sensibilidad privilegie el respeto por la identidad y la individualidad de cada uno y la felicidad sea un deseo conseguible, a fin de encontrar el sentido más profundo a una vida que es tan fútil como indescifrable.