La Revolución y sus tareas
Desde el 22, el orden colonial ya no existe, pero su sucesión no está resuelta. El Cabildo, urgido por los comandantes, asume el 23 el poder vacante, para crear al día siguiente una Junta, que presidirá el ex virrey e integran dos de los promotores de la crisis (Saavedra y Castelli) y dos representantes de la tendencia intermedia puesta en evidencia el 22 (Incháurregui y Solá).
Pero los dos revolucionarios, que comienzan por aceptar sus cargos, comunican en la noche del 24 que se retiran de la apenas constituida Junta: nuevamente Saavedra frustra las esperanzas de Cisneros, y la Junta entera renuncia, invocando la resistencia encontrada en una parte del pueblo. Al día siguiente el Cabildo comienza por rechazar esa renuncia e invitar a la Junta a contener a la parte descontenta,“teniendo V.E. las fuerzas a su disposición”. Pero esta hipótesis está lejos de cumplirse; hay nuevamente agitación en la plaza, y los capitulares creen oportuno “explorar nuevamente el ánimo” de los comandantes, no sin recordar “que el día de ayer se comprometieron a sostener la resolución y la autoridad de donde emanaba”. Esas evocaciones no impresionan a los comandantes: a las nueve y media de la mañana éstos comparecen ante el Cabildo y se afirman incapaces de frenar la agitación del pueblo y las tropas. El tumulto crece y los capitulares creen oportuno aminorar la intransigencia: es necesario que el ex virrey deje la presidencia de la Junta. Del cercano fuerte llega en efecto la solicitada disminución, o más bien, un curioso sustituto de ella: los miembros de la Junta declaran que Cisneros,“con la mayor generosidad y franqueza” acaba de comunicarles su decisión de renunciar, y sugieren que el Cabildo le designe de inmediato un reemplazante.
Eso no es lo que quieren los que se agolpan en la plaza, y ahora también en el recinto capitular; en su nombre un perentorio documento hace saber a los capitulares que el pueblo ha reasumido las facultades delegadas el 22 en el Cabildo, que “revoca y da por de ningún valor la Junta erigida y anunciada en el bando de ayer... y quiere que V.E. proceda a manifestar por otro bando público la elección de vocales que hace”. Las tergiversaciones terminan cuando los voceros del pueblo amenazan que “mandarían... que se abriesen los cuarteles; en cuyo caso sufriría la ciudad lo que hasta entonces había procurado evitar”. Sin duda el acta capitular, fuente principal sobre los hechos del 25, está lejos de ofrecer un testimonio desinteresado;muy evidentemente ha sido redactada teniendo cuidado de desvincular al Cabildo de toda responsabilidad en una iniciativa que podía costar muy caro a sus autores. Pero no hay duda de que la amenaza de usar la fuerza de las milicias fue el elemento decisivo. ¿Basta esto para negar, como gusta de hacerlo más de un historiador, el carácter popular de la revolución que comenzaba y asimilarla entonces a las revoluciones militares que no iban a escasear en el futuro?.
La conclusión no parece demasiado evidente: la transformación de las milicias en un ejército regular, con oficialidad profesionalizada, es un proceso que está apenas comenzando, y por el momento los cuerpos milicianos son, más bien que un elemento autónomo en el conflicto, la expresión armada de cierto sector urbano que sin duda los excede. ¿Este sector puede ser llamado popular?. He aquí una pregunta que quienes han negado tajantemente el carácter popular de la Revolución de Mayo han omitido formularse, y acaso sea necesario imitar su prudencia. No es dudoso en todo caso que ese sector hallaba más fácil que su rival encontrar eco en la población urbana en su conjunto; que su consolidación y su emergencia como aspirante al poder había aislado de ella a los grupos más limitados que tenían su destino ligado al viejo orden. Señalado esto, no se ha resuelto por cierto el problema del carácter
de la revolución, que no es idéntico al del porcentaje de la población de Buenos Aires que participó en la jornada del 25; es la concreta política del poder revolucionario la que puede dar la clave para resolverlo.
Por el momento, esa política encierra un fuerte elemento de prudencia: el primer objetivo de la nueva autoridad es obtener un triple certificado de legitimidad, otorgado por el Cabildo, la Audiencia y el virrey; con esos impresionantes avales se presentará ante las autoridades subordinadas a las cuales va a reemplazar, exigiéndoles disciplinado acatamiento. El primero en inclinarse a esa exigencia es el virrey; en ese 26 en que pone su firma a la comunicación que le es exigida, Buenos Aires presenta un espectáculo en verdad nuevo.“Todo está en silencio –observa un testigo realista– ellos mismos son los que andan arriba y abajo por las calles con los sables arrastrando metiendo ruido y nadie se mete con ellos.” Han comenzado los tiempos en que la calle es de los vencedores y tras las ventanas cerradas los vencidos atesoran sus rencores y esperan en el futuro: “tenemos que ver muchas novedades entre ellos-
...muchos han de estar descontentos entre ellos por lo que no les ha tocado parte de la presa”. Junto con el aprendizaje de la libertad, Buenos Aires comienza el de la discordia; y los nuevos gobernantes, al exigir el aval de aquel a quien han derrocado, hacen algo más que ceder a los escrupulosos de unos súbditos que no se deciden a dejar de serlo; preparan nuevas armas para una lucha que saben dura e incierta.
Comentarios
Para comentar, debés estar registrado
Por favor, iniciá sesión