La universidad en marcha
El Diputado De Loredo camina las calles de Córdoba, es un legislador que se dice radical y que ha apoyado y apoya, fervorosamente el DNU y las leyes anticonstitucionales y antidemocráticas pomposamente llamadas “Ley Bases”, remedando al pobre Alberdi no puede ya defenderse, y sobre todo, adhiere sin fisuras a un ajuste a las clases medias y empobrecidas que los pone al límite de la supervivencia, apoya un proyecto político de hambre y de muerte, de destrucción del trabajo y la salud, miren sino el extremo de dejar morir, de abandonar a los enfermos graves, negándoles los medicamentos que necesitan, o los alimentos a los comedores, un ajuste que maltrata a los jubilados y agrede mortalmente a la cultura y a la educación pública, a la Universidad pública, que de eso se trataba la marcha por la que caminaba De Loredo, a la que sitúa al límite de su desaparición por falta de recursos para su funcionamiento básico.
De Loredo incluso ha llorado públicamente porque ha intentado votar todas esas leyes antipopulares y no le han reconocido semejante obsecuencia, aún más, el Presidente lo ha insultado y maltratado, lo ha humillado con su concurso. Entonces quienes marchan nada menos que en Córdoba, con toda su historia, se preguntan qué hace allí De Loredo, en una marcha que denuncia el ataque a la Educación y la Universidad públicas, aquello de lo que es parte, y se preguntan si es un acto de cinismo extremo o de provocación. Entonces lo retiran, le dicen que se vaya, pero no lo agreden como tal vez hubiera querido, para victimizarse, simplemente le dicen que no puede estar ahí después de traicionar sus representados, no se puede estar de los dos lados de la historia, o está con el proyecto de saqueo y entrega o con los intereses del pueblo, de la Patria. Lo sacan de allí de un brazo, imagino que es Deodoro Roca y del otro Hipólito Irigoyen, indignado el uno, avergonzado el otro de la degradación de quien dice llevar sus banderas y lo arrojan al círculo séptimo, donde debe habitar naturalmente. Deodoro Roca, líder de la Reforma Universitaria, que nació en la Córdoba monacal en 1918, allí nada menos donde paseaba el Diputado, donde una generación brillante, hijos de inmigrantes, luchaba por una transformación profunda de una universidad hasta entonces elitista, aristocrática, al servicio de la Oligarquía dominante, en un lugar democrático que sirviera a sus intereses, configurando la educación como un derecho y una necesidad de participación y ascenso social, ante un Poder que sólo los incorporaba como mano de obra de sumisa explotación, de construcción de un proyecto más amplio, latinoamericano, de Unidad de la Patria grande. Hipólito Irigoyen le habrá reprochado su mancha, Deodoro Roca le habrá dicho al oído, a De Loredo, el sentido profundo de esa lucha que incorporó a los postergados a las Universidades, en esa frase que lo sintetiza plenamente, le habrá dicho que” los dolores que quedan, son los deberes que faltan”, le habrá pedido, mientras lo ponía, literalmente en vereda, que esté a la altura de la Historia. Vana pretensión porque al día siguiente de la Marcha el diputado sustraía el cuerpo al Congreso, donde iba a tratarse el presupuesto para actualizar las famélicas arcas de las Universidades, con la explicación de que apoya el reclamo universitario siempre y cuando no sea una propuesta de la oposición. Deodoro Roca pasó esta vez conduciendo un colectivo mientras entrevistaban al diputado y, de manera menos sutil, lo llamó a cumplir con sus obligaciones. Lo traigo a colación porque es un ejemplo cabal, aunque caricaturesco, bizarro, de la situación grave a la que nos enfrenta la mediocridad y la carencia de representación de
algunos dirigentes, aquellos que no están a la altura de las necesidades y derechos de la población.
En nuestra ciudad la Marcha en defensa de la Universidad Pública fue masiva, histórica, emocionante, contundente. Respondieron los presentes, a la angustia que se procesa en soledad ante tanta ignominia y amenaza de aniquilación, con la alegría por la resistencia a ese avasallamiento, por la construcción de una Unidad intersectorial y de una convicción en el sentido profundo de la educación pública. Entremezclados con bombos y banderas, cánticos de indignación y alegría, estaban los estudiantes, los docentes, los Colegios profesionales, los Sindicatos, los padres de los estudiantes, los colectivos de género, todos manifestando un límite a la agresión a la educación, a la ciencia y la cultura, ese patrimonio histórico que con esfuerzo construyó nuestro pueblo y que constituye uno de nuestros mayores orgullos. Marcharon con fuerza, la gente, para reafirmar el valor vital de esa Universidad que nace en la Reforma de 1918 con una perspectiva democrática, transformadora, popular y de excelencia, que posibilitó el ascenso social de las clases medias, de esa Universidad que cuando las necesidades fueron derechos, expresó la Justicia social incorporando a los obreros y sus hijos a una educación transformadora de sus vidas y de la sociedad en su conjunto, a esa universidad pública, libre gratuita que constituye el futuro de una Patria que está lejos del proyecto, el del gobierno nacional, de saqueo al servicio de intereses ajenos a los trabajadores, para los que lógicamente la Universidad es un gasto y un escollo. Ese proyecto significa la abolición del futuro, la castración de los sueños de nuestros jóvenes, de una generación que aspira, a través del estudio, a producir una felicidad colectiva. Ese proyecto, que implica la destrucción del futuro, la resignación, la tristeza y la miseria, fue cuestionado, conmovedoramente en la marcha del martes 23 de abril, en la que las calles y la plazas expresaron, a través de miles de palomas, que en ese futuro que quieren abolir, queremos poner el progreso, los sueños, los deseos y la felicidad de todos los argentinos. Que en el lugar de la angustia y la frustración a la que nos quieren empujar, anhelamos, con todas nuestras fuerzas, poner a la esperanza, una esperanza que, quedó claro el miércoles, ya está en marcha.
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