Los 12.000 años que cambiaron para siempre a los humanos
A pesar de que la evolución se mide en tiempos extremadamente largos, la llegada de la agricultura lo transformó todo de golpe, poniendo las bases de nuestro mundo moderno.
A lo largo del tiempo, los seres humanos hemos evolucionado tanto que a veces cuesta trabajo creer que realmente procedemos de unas criaturas que, hace unos dos millones de años, solo medían 1,20 metros, estaban totalmente cubiertas de pelo y apenas empezaban a erguirse tímidamente sobre sus extremidades inferiores para pasar de ser cuadrúpedos a bípedos.
Desde entonces las cosas han cambiado mucho, ya no vivimos en árboles o en cuevas, y hemos pasado de tallar piedras a construir naves espaciales, pero las diferencias evidentes que nos separan de nuestros primeros antepasados no surgieron de repente, sino que son el fruto de centenares, de miles de pequeños cambios que se fueron acumulando lentamente con el paso de los milenios. Para apreciar diferencias significativas entre unos y otros miembros de la familia humana, normalmente tenemos que analizar individuos separados por cientos de miles de años de evolución.
Pero hay veces en que las cosas parecen ir más rápido. Según el antropólogo Clark Spencer Larsen, de la Universidad Estatal de Ohio, si tuviéramos que elegir el período más dinámico e impactante de toda nuestra historia, el que más ha influido en la forma en que hoy vivimos, no tendríamos que remontarnos tanto en el tiempo. De hecho, bastaría con retroceder unos 12.000 años, porque «nuestro mundo moderno comenzó con el advenimiento de la agricultura, y pasar de tener que buscar los alimentos a cultivarlos fue algo que lo cambió todo».
La agricultura, por ejemplo, permitió a los humanos crear los primeros asentamientos estables. Cultivar, en efecto, significa no tener que recorrer continuamente grandes áreas geográficas en pos de las manadas de herbívoros o en busca de frutos silvestres estacionales. Producir el alimento in situ implica poder almacenarlo para consumirlo cuando más convenga, y eso a su vez supone permanecer siempre cerca de esos almacenes, pasar de una vida nómada a otra sedentaria, creando asentamientos permanentes que, con el tiempo, acabaron convirtiéndose en pueblos y prósperas ciudades.
La otra cara de la moneda
Pero según explica Larsen, organizador y editor de una sección especial en el número de esta semana de Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) y coautor de dos de los ocho artículos que la integran, junto con los primeros cultivos los humanos también plantaron las semillas de muchos de los problemas más graves de la sociedad moderna. En palabras del investigador, «aunque los cambios provocados por la agricultura nos trajeron mucho bien, también generaron un aumento de los conflictos y la violencia, niveles crecientes de enfermedades infecciosas, reducción de la actividad física, una dieta más limitada y más competencia por los recursos».
Los ocho artículos de la sección especial de PNAS se centran, principalmente, en el campo de la bioarqueología: el estudio de los restos humanos y lo que estos pueden decirnos sobre los cambios en la dieta, el comportamiento y el estilo de vida durante aproximadamente los últimos 10 milenios. Y uno de los hilos comunes de todos los artículos es, precisamente, que los principales problemas de nuestra sociedad tienen raíces muy antiguas. «No llegamos donde estamos ahora por casualidad -dice Larsen-. Los problemas que tenemos hoy en día con las guerras, la desigualdad, las enfermedades y las dietas deficientes, todos resultaron de los cambios que ocurrieron tras el comienzo de la agricultura».
El cultivo de alimentos permitió que la población mundial creciera de unos 10 millones de individuos en el Pleistoceno a más de 8 mil millones en la actualidad. Lo cual, por supuesto, tuvo más de un coste.
La dieta variada de los recolectores, por ejemplo, fue reemplazada por otra mucho más limitada de plantas y animales domesticados, que a menudo tenían una calidad nutricional inferior.
En la actualidad, destaca Larsen, gran parte de la población mundial depende de tres alimentos: arroz, trigo y maíz, especialmente en áreas que tienen acceso limitado a fuentes de proteína animal.
Otro cambio importante fue la adición de lácteos a la dieta de los humanos.
En uno de los artículos, los investigadores examinaron los cálculos dentales encontrados en los fósiles para mostrar que la evidencia más temprana de consumo de leche data de hace unos 5.000 años en el norte de Europa. «Esta es una prueba -escribe Larsen- de que los humanos se adaptaron genéticamente para poder consumir queso y leche, y de que eso sucedió muy recientemente en la evolución humana».
Profundos cambios sociales
A medida que empezaron a surgir comunidades agrícolas, ocurrieron también drásticos cambios sociales.
En otro de los artículos, del que Larsen es coautor, se analizan los isótopos de estroncio y oxígeno del esmalte dental de las primeras comunidades agrícolas de hace más de 7.000 años para ayudar a determinar de dónde eran los residentes.
Y los resultados muestran que �!atalhöyük, en la Turquía moderna, fue la única de las varias comunidades estudiadas donde aparentemente vivían personas no locales.
«Se estaban sentando las bases del parentesco y la organización comunitaria que se daría después en las sociedades posteriores de Asia occidental».
Estas primeras comunidades también tuvieron, por primera vez, que enfrentarse al problema que supone el que muchas personas vivan en áreas relativamente pequeñas, lo que es una continua fuente de conflictos.
En otro de los artículos, los investigadores que estudian los restos humanos en las primeras comunidades agrícolas de Europa occidental y central encontraron que alrededor del 10% murió a causa de lesiones traumáticas.
Violencia, enfermedades y cambio climático
«El análisis -escribe Larsen- en la introducción- revela que la violencia en la Europa neolítica se convirtió en un problema endémico y en continuo aumento, lo que resultó en patrones de guerra que provocaron un número creciente de muertes».
La investigación también revela cómo estas primeras comunidades humanas llegaron a crear las condiciones ideales para otro problema que ocupa un lugar destacado en el mundo actual: las enfermedades infecciosas.
La crianza de animales de granja, señala Larsen, condujo a las enfermedades zoonóticas comunes que pueden transmitirse de los animales a las personas.
En cuanto a la modificación del entorno y sus efectos, y si bien la crisis del cambio climático actual es única en la historia de la humanidad, las sociedades del pasado también tuvieron que lidiar con desastres climáticos a corto plazo, en particular sequías prolongadas.
En uno de los artículos, los investigadores señalan que la desigualdad económica, el racismo y otros tipos de discriminación fueron factores clave en la forma en que a las sociedades les ha ido en estas emergencias climáticas.
De hecho, explica Larsen, las comunidades con más desigualdad tenían más probabilidades de experimentar violencia a raíz de los desastres climáticos.
En un abrir y cerrar de ojos
Pero lo que según el investigador resulta más sorprendente es que todos los cambios documentados en los ocho artículos se produjeron extraordinariamente rápido. «Cuando miras los aproximadamente 6 millones de años de la evolución humana, esta transición de la búsqueda de alimento a la agricultura y todo el impacto que ha tenido en nosotros sucedió en un abrir y cerrar de ojos.
En la escala de una vida humana, puede parecer mucho tiempo, pero en realidad no lo es».
Otra de las conclusiones del trabajo es la asombrosa capacidad de los humanos para adaptarse a su entorno.
En palabras de Larsen, «somos criaturas notablemente resistentes, como lo han demostrado los últimos 12.000 años.
Y eso me da esperanza para el futuro. Continuaremos adaptándonos, para encontrar formas de enfrentarnos con éxito a los desafíos. Eso es lo que hacemos como humanos».
ABCes