LOS FUSILAMIENTOS DE 1837: Santos Pérez y los Hermanos Reynafé
Son las 11 de la mañana del 25 de octubre. En la Plaza de la Victoria (Plaza de Mayo) se había congregado la gente con interés en presenciar el resultado de la tragedia de Barranca Yaco.
Al redoblar de los tambores, los soldados se alineaban flanqueando al Cabildo. Son dos mil hombres, al mando del general Agustín Pinedo. Las conversaciones se interrumpen cuando ven aparecer en un ángulo de la plaza, tres de los principales actores del drama del 16 de febrero de 1835. Los prisioneros custodiados por los soldados se encaminan al patíbulo. Ellos son: el ex gobernador de Córdoba, José Vicente Reynafé, su hermano Guillermo y el capitán de milicias Santos Pérez. Ellos, con el prófugo coronel Francisco Reynafé y don José Antonio, muerto poco antes en prisión, son los responsables, convictos y confesos del asesinato del general don Juan Facundo Quiroga en el norte de la provincia de Córdoba.
De los tres, el menos importante es ese hombre alto y pálido que avanza erguido, casi desafiante y que justamente por ello �� y por lo que hizo�� es el principal protagonista de aquel acto. Junto al capellán que murmura las exhortaciones, Santos Pérez camina sin mostrar temor. Por el contrario, su porte es arrogante y cuando alguien de la multitud lo insulta, tantea su cintura en un movimiento instintivo, exclamando: "Ah si tuviera mi cuchillo⬦⬝. En aquel momento, aquel hombre vuelve a ser el gaucho fiero y valiente que jamás dejó de cobrarse un agravio y que hasta cuando el pelotón de fusilamiento le apunta para terminar con su vida, tiene ánimo para gritar �SRosas es el asesino de Quiroga⬝ (Ramón J. Cárcano- Juan Facundo Quiroga). Pocos minutos después, será un pingajo más junto a los Reynafé colgando bajo los balcones del Cabildo. Luego de ser fusilados fueron colgados para escarmiento público.
SANTOS P�0REZ Quien tuvo el valor de enfrentar la muerte con tal naturalidad, no era por cierto un improvisado al enfrentarla con coraje. Siendo muchacho, allá por Tulumba, en la Provincia de Córdoba aparece enrolado en las milicias locales. Adquiere allí fama de diestro y arrojado en las duras faenas camperas. Además, con agallas para dibujarle un �Sbarbijo⬝ a un contrincante ocasional. Diestro en el cuchillo, pero honorable en el cumplimiento de la palabra empeñada. Por eso Santos Pérez era hombre de confianza de los Reynafé. No sabe leer ni escribir. Solo firma trabajosamente, pero su palabra vale más. Por eso pronto lo ascienden a capitán de milicias. Fue el hombre designado por los Reynafe para conducir y vigilar al prisionero unitario general José María Paz al campamento de Estanislao López en Calchines. Debía cuidar del ilustre prisionero cuyo caballo fue boleado por el montonero Zeballos. Según Sarmiento, Santos Pérez no era �Sun gaucho malo⬝ sino un sujeto violento, sí, pero con un claro sentido del honor, donde el culto al coraje, iba parejo con su consecuente desprecio por la vida propia y ajena.
Con todo, cuando después de �SBarranca Yaco⬝ el gobernador José Vicente Reynafé le encargó matar a Patricio Bustamante, vecino de Tulumba, Pérez no obedece. Don Patricio es su amigo y el no puede atentar contra la vida de un hombre que ha sido bueno y generoso al extremo de darle asilo en su estancia de Macha. Otros sucesos de años anteriores habían revelado un extraño carácter en este hombre, que aun adolescente sabía ganarse el respeto en los pagos de Santa Catalina, Portezuelo, Ischillin o Sinsacate. Cuando es ascendido a capitán de milicias, parte del norte cordobés le responde. En la región es como un �Sdelegado⬝ de sus patrones, los Reynafé. Por eso cuenta con la venia de don José Vicente, que hará la vista gorda sobre algunas cosas. Por ejemplo, una noche decide �Sarreglar cuentas⬝ con su vecino y adversario político, don Cruz de la Peña, estanciero de Totoral a unas tres leguas de donde reside Santos. Con un grupo de su gente armada llega Santos a la estancia y simplemente le dice �SVengo a matarte⬝. Cruz tiene a su padre enfermo y le responde que solo un cobarde puede matar, respaldado por una partida contra un hombre solo �STe propongo -le dice- que peleemos los dos, cuerpo a cuerpo y el vencido será el muerto⬝, �SAcepto⬝ -responde Santos Pérez- y dirigiéndose a su gente les ordena: �SNadie se mueva; caiga quien caiga: el que salga con vida será el capitán de la partida⬝. La lucha fierro a fierro, enconada, feroz y a muerte comienza. Cruz de la Peña no es menos diestro que Santos Perez y en aquella lucha a cuchillo ensayan todas las fintas, puntazos, hachazos y engaños. Hasta que en un encontronazo don Cruz arroja al suelo a su contrincante, con velocidad de la Peña aprovecha la oportunidad y ya tiene el cuchillo sobre la garganta del capitán le grita "Tu vida es mía Santos Pérez, pero la respetaré si terminamos para siempre con las persecuciones a mi persona y mis bienes⬝.
Santos Pérez acepta y entonces su rival le permite levantarse, pero permanece con el facón listo por si el capitán miliciano decide desdecirse de lo pactado. Pero Santos Pérez tiene el religioso sentido criollo del cumplimiento de la palabra. Monta a caballo y con su gente que le sigue silenciosa vuelve a su casa. Nadie se anima ni siquiera a insinuarle que a de la Peña tenían que haberlo despachado ahí mismo. Saben que Santos hubiera respondido con un trabucazo a semejante insinuación.
Ahora ha prometido a su adversario consideración y respeto y este hombre, señor de horca y cuchillo en su pago cordobés, hará honor a su palabra. La vida y los bienes de Cruz de la Peña, no solo son respetados, sino cuidados evitándole los inconvenientes de aquellos agitados tiempos. Por eso cuando el comandante Reynafé le mandó un chasque para prevenirle que Quiroga viene de regreso y se acerca velozmente a la frontera norte de Córdoba, no vacila en responder �SDígale al comandante que cumpliré mi palabra⬝.
Ahora los Reynafé pueden estar tranquilos. Santos no �Sarrugará⬝ como el Cabanillas, ese que llegó al Alto de San Pedro cuando ya el general había pasado. La orden es terminante. �SMatará usted no solo al señor general Quiroga y toda la comitiva, sino también a cualquier otra persona que pase por el lugar en los momentos de la ejecución⬝.
El suyo no será un simple homicidio, sino el cumplimiento de una orden oficial �SUsted va a prestar un gran servicio a la patria⬝ le había dicho el gobernador don José Vicente Reynafé. Lo que sobrevino es bien conocido. Santos Pérez reúne a sus hombres, son treinta y dos hombres de entre 20 y 30 años corajudos y decididos. Saben que es �Suna misión importante donde no habrá lugar para la cobardía ni para compasión. Se les proporcionan buenos caballos y armas de fuego. A la voz de mando cargarán los tres grupos emboscados y al que se muestre cobarde, yo mismo lo fusilaré⬝ orden del gobierno y del coronel don Francisco Raynafé.
BARRANCA YACO. Este fue el sitio elegido porque el camino baja a una hondonada ensombrecida por algarrobos, talas y espinillos. Allí esperan los hombres repartidos en tres grupos de una docena. Cuando el vigía Roque Juncos avisa que llegaban, Santos Pérez da la orden �� �SMaten carajo⬝ �� y lanza su gente contra la galera que es traspasada a balazos. Quiroga sacando la cabeza por la ventanilla pregunta: �� ¿Quién es el que manda esta partida? �� Y es lo último que dice. Recibe un tiro en un ojo por toda respuesta muriendo en el acto. Santos Pérez fue el autor del disparo. Subiendo luego al coche, atraviesa varias veces con su espada al Dr. Santos Ortiz, ex gobernador de San Luis y secretario de Quiroga. Todos fueron ultimados por los hombres de la partida. �SNo deben quedar testigos⬝. También todos los cuerpos fueron degollados, empezando por Quiroga. Hasta un niño de 12 años que los acompañaba. Uno de los hombres de Santos Pérez de apellido Guzmán, trató de interceder por el chico y también fue ultimado. Lo que Santos Pérez no percibió fue que desde el monte los estaban observando. Dos correos José Santos Funes y Agustín Marín que acompañaban a Quiroga un poco retrasados. Al escuchar los disparos, se ocultaron y vieron todo. Ellos fueron los que avisaron en la Posta de Sinsacate en cuya capilla fueron velados los cadáveres de los infortunados viajeros.
Capilla de Sinsacate
Tras los falaces trámites sumariales de las autoridades de la provincia, el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas tomó cartas en el asunto. Suena mal que el gobernador José Vicente Reynafé haya designado a Santos Pérez para capturar a los �Sejecutores⬝ del asesinato del señor general don Juan Facundo Quiroga. Hasta entonces Santos Pérez ha vivido tranquilo. Cumplida la orden se ha presentado a dar cuenta de la degollación al comandante Guillermo Reynafé presentándole como testimonio de lo realizado, un par de pistolas de fulminante, un poncho de vicuña y seis onzas de oro, todo perteneciente al asesinado general riojano. Pero en lugar de felicitar la acción cumplida por su subordinado, le dice �SPiden su cabeza, capitán⬝, como si el caso no los involucrara a ellos. Santos Pérez comienza a dudar de sus �Sprotectores⬝ y en consecuencia, desconfía de cuanta persona se le acerca.
�SEs el momento de ganar el monte⬝ la gente allí lo respeta y le debe favores. Pero no es esa la vida que buscaba. Sabe que alguno lo ha de traicionar. Va a visitar a la que era su novia y el padre de la chica, Fidel Yofré va en persona a denunciar al gobernador que Pérez está en su casa. Rodeada la casa por la policía, alguien de la partida, amigo de Santos Pérez entra a la casa para convencerlo que se entregue, con la posibilidad de un indulto del gobernador. Pero Santos Pérez no lo necesita y cuando entran a buscarlo, se limita a decirles "No tengo armas. He venido a entregarme⬦⬝ Así como despreciando el destino que le aguardaba, aquel fiero gaucho cordobés se entrega a una justicia que él sabía sería implacable.
Pero a los Reynafé no les fue mejor. Con Rosas con la suma del poder público estos al cabo de tres años habían perdido la gobernación, su fortuna y la vida porque fueron fusilados junto a Santos Pérez en Buenos Aires.