Otras inquisiciones
Atribulado por comprender cómo algunos pueden celebrar el espanto, mi colega y amigo, Adrián Kölln me sugirió que lea "Anotación al 24 de agosto de 1944" de Borges.
Nunca más pertinente, porque ese diálogo con Adrián se suscitó ese día, pero de este año y porque mi amigo es un gran lector de Borges, quien nació un 24 de agosto, pero de 1899.
En ese texto luminoso, el Maestro escribe su asombro por el "enigmático y notorio entusiasmo de muchos partidarios de Hitler", cuando se trataba de la Liberación de París, que anunciaba su próxima derrota. El autor se propone entonces, tarea quimérica, lo admite, indagar esta exaltación, por lo menos paradójica.
En principio, realiza un razonamiento y una reflexión que posee una enorme vigencia: "comprendí -dice- que era inútil interrogar a los mismos protagonistas, éstos versátiles-continúa, a fuerza de ejercer la incoherencia, han perdido toda noción de que ésta debe justificarse: veneran la raza germánica pero abominan de la América "sajona", condenan los artículos de Versailles, pero aplaudieron los prodigios de Blitzkrieg; son antisemitas pero profesan una religión de origen hebreo, bendicen la guerra submarina, pero reprueban con vigor las piraterías británicas; denuncian el imperialismo pero vindican y promulgan la tesis del espacio vital; idolatran a San Martín, pero opinan que la independencia de América fue un error, aplican a los actos de Inglaterra el canon de Jesús, pero a los de Alemania el de Zarathustra" (Borges "Anotaciones..." en "Otras inquisiciones").
Es quimérico dialogar hoy, también, con quienes sostienen razonamientos tan débiles, contradictorios y peleados con la lógica como los mencionados por Borges, que llevan las discusiones a callejones sin salida por lo absurdo y terrorífico de sus planteos.
Depositar un voto de confianza en alguien porque va a destruir y vengar determinadas "injusticias" por ejemplo, parece llevar el mismo desquicio inapelable.
Después de intentar comprender su perplejidad, Borges, recurriendo a las raíces inconscientes, por las que los hombres desconocen las motivaciones de sus conductas, e incluso a la magia poderosa que despiertan los símbolos de París y liberación, sigue sin avizorar una respuesta al festejo por una jornada, en la que parecen haber olvidado que la celebración tenía por objeto la derrota de sus armas. Finalmente ilumina el enigma con una respuesta impresionante, basada en un libro y un recuerdo.
El libro "Man and Superman", de Bernard Shaw donde John Tanner afirma que el horror del infierno, es su irrealidad.
En cuanto al recuerdo fue del día 14 de junio de 1940, perfecto reverso del 23 de agosto.
Sigo a Borges: "Un Germanófilo, de cuyo nombre no quiero acordarme, entró ese día en mi casa, de pie, desde la puerta anunció la vasta noticia: Los Ejércitos Nazis habían ocupado a París.
''Sentí una mezcla de tristeza, de asco, de malestar.
''Algo que no entendí me detuvo: la insolencia del júbilo no explicaba ni la estentórea voz ni la brusca proclamación.
''Agregó que muy pronto, esos ejércitos entrarían en Londres.
''Toda oposición era inútil, nada podría detener su victoria. Entonces comprendí -dice el genial escritor- que él también estaba aterrado”. (“Otras inquisiciones” Jorge Luis Borges). Y, a esta impresionante percepción, la interpreta de un modo no menos extraordinario, dice que el nazismo es “a la larga, una imposibilidad mental y moral…el nazismo adolece de irrealidad, como los infiernos de Erígena.
''Es inhabitable, los hombres sólo pueden morir por él, mentir por él, matar y ensangrentar por él.
''Nadie puede, en la soledad central de su yo, anhelar que triunfe. Arriesgo esta conjetura: Hitler quiere ser derrotado… de un modo ciego elabora los ejércitos que lo aniquilarán” (Borges Otras Inquisiciones).
Son muy profundas estas anotaciones de Borges, muy reveladoras de la complejidad de los sentimientos humanos, y lo citamos hoy, largamente en conmemoración de su prodigioso nacimiento, un 24 de agosto y para reflexionar, otra vez, sobre esta honda interpretación de las raíces del odio, del mal, que llevaron a la humanidad a una de sus experiencias más trágicas.
Asimismo para intentar comprender el entusiasmo que muchos ostentan por el espanto, por la destrucción, por la aniquilación del otro, en quienes subyace seguramente, también, como lo elucida el texto, un terror inconfesable, porque el horror, aunque realizable, adolece de irrealidad, y nadie, en la soledad central de su yo, puede desear que triunfe, y aun así, es necesario volver a pensar lo que sucederá si se justifica, si se impone y que todo sea tan tarde, que quienes lo proclamaron, terminen celebrando su final.
Sergio Brodsky