Se cumplen 66 años de uno de los hechos más nefastos y dolorosos de la historia de nuestro país
Ese día, aviones de la Marina y de la Fuerza Aérea, con la complicidad de sectores políticos, económicos y eclesiásticos, descargaron bombas y metralla sobre la población civil reunida en la plaza, sobre Casa de Gobierno y la CGT. El objetivo era terminar para siempre con la revolución peronista, escarmentar al pueblo y asesinar al presidente Perón.
El saldo del odio contra el peronismo fue una masacre sin precedentes: Las fuerzas armadas atacando a su propia población, bombardeando una plaza abierta, sin ningún anuncio que pusiera a resguardo a las personas. Un hecho que encuentra muy pocos precedentes a nivel mundial.
Al finalizar la jornada, más de 300 personas habían muerto, entre ellos, niños y niñas en edad escolar. Casi un millar resultaron heridos. De esa manera operaban quienes poco tiempo después lograrían su objetivo golpista bajo la autodenominación de libertadores, volviendo a teñir de sangre nuestra historia e inaugurando un largo y oscuro período de dictaduras y proscripciones.
Muchos de los que participaron de una forma u otra en aquél acto de extrema crueldad criminal, ocuparon cargos en los gobiernos de facto que se sucedieron a partir del derrocamiento de Perón, en septiembre de 1955. Ninguno de esos crímenes fue juzgado y aún siguen impunes.
El bombardeo contra el pueblo en 1955 es una herida abierta en nuestra memoria colectiva que no debemos olvidar para no volver a repetirla. Nunca más debemos permitir que haya quienes pretendan saldar diferencias políticas o ideológicas mediante la violencia, el asesinato y el intento de exterminar al otro por pensar diferente. Ese es el compromiso irrenunciable que debemos asumir en el marco de la democracia y, en estos días en que la agresión, la violencia y el desprecio por el otro parecen ser la clave política de algunos sectores, siempre minoritarios pero activos, debemos volver la mirada hacia ese pasado para comprender que ese es el camino hacia nuestra ruina como pueblo.
El peronismo no desapareció, resistió y continuó siendo una alternativa política para las grandes mayorías populares, pero el daño que causó y causa la violencia es irreversible. La espiral iniciada en aquellos años siguió escalando y alcanzó su punto más horrendo y doloroso en el genocidio perpetrado por la dictadura cívico militar iniciada en 1976, heredera de los mismos rencores, del mismo odio y del mismo desprecio.
A partir del ��55, generaciones enteras debieron vivir bajo la opresión de gobiernos dictatoriales o pseudo democracias y nuestro pueblo debió postergar sus sueños de vivir en una sociedad cada día más justa e igualitaria.
De aquello debemos aprender, para saber convivir con las diferencias, a defender la democracia como un bien supremo y a valorar la vida de las personas por encima de todas las cosas.