Semblanzas poco favorables de Bernardino Rivadavia
Por Darío H. Garayalde para El Heraldo
No hay dudas sobre la opinión que sobre el señor Bernardino Rivadavia que han expresado sus contemporáneos ha sido desfavorable, sean estos políticos, militares o eclesiásticos. Su acérrimo unitarismo cuya expresión más cabal es la denominada Constitución de 1826 le enajenó el favor de todo el país, salvo Buenos Aires y su intocable Aduana, de exclusivo usufructo porteño.
Se ha hablado del utopismo rivadaviano, pero la expresión es inexacta. Es como referirse a la credulidad maravillada del nativo elemental que cambia la soberanía por un puñado de abalorios. Pues no, Rivadavia representó intereses bien específicos. ─ el puerto de Buenos Aires y los comerciantes a él ligados─ Juzgaba al resto del país, al que jamás visitó, como una frontera indefinida y bárbara. La Ley de Enfiteusis también representó, bajo el engaño del dominio de la tierra no escriturada, que era echar las bases jurídicas de la distribución racional de la tierra, cuando en realidad significó el asalto a la tierra pública en favor de los amigos y socios del señor Rivadavia. Fueron los Anchorena, Lezica, Díaz Vélez, Viamonte, Dorrego los más grandes enfiteutas. Su admiración servil por Inglaterra era la expresión de los intereses que defendía. El ruinoso y leonino empréstito de la Baring Brother, su sociedad personal con la Compañía River Plate Minning Association para explotar la plata del cerro Famatina y de cuyo directorio formaba parte el Presidente de la República con un sueldo anual de 1.200 libras esterlinas.
Enemistad con la Iglesia
─Su enemistad con la Iglesia comenzó con el cierre de varios conventos, como el de los Betlemitas, Recoletos y Mercedarios. A la vez también confiscó los bienes de estas órdenes.
─Incautó los bienes del Santuario de Luján de la Hermandad de Caridad del Hospital Santa Catalina
─Suprimió el diezmo que servía para sostener al clero
─Limitó el número de religiosos por convento a menos de 30 y más de 16 bajo pena de confiscación de bienes.
─Ningún sacerdote podía tener menos de 25 años
─No reconocía la autoridad religiosa fuera del país sobre el clero secular y regular.
La Guerra de la Independencia
Mientras Rivadavia se negaba a colaborar con los ejércitos que luchaban contra los realistas, tanto los de Güemes en Salta como San Martín en Perú
era aprovechado por el enemigo que se reforzaba especialmente en el norte y reconquistaba territorios
Por obra del pérfido centralismo porteño, el país perdía las cuatro provincias del Alto Perú: La Paz, Chuquisaca, Potosí y Santa Cruz de la Sierra, mientras Las Heras intentaba preparar un ejército nacional y recibía el apoyo entusiasta de las provincias para luchar contra los portugueses.
Imágenes de Rivadavia visto por sus contemporáneos
El ciudadano inglés J.A.B. Beaumont conoció Buenos Aires, Entre Ríos y la Banda Oriental entre 1826 y 1827 y trató a varios políticos rioplatenses y reunió material y reflexiones para un libro bastante irónico, pero lleno de detalles interesante de primera mano. Beaumont había conocido antes a Rivadavia en Londres y ahora era recibido en Buenos Aires por el muy discutido estadista. Beaumont describe así ese recibimiento: "El tintineo argentino de una campanilla en la sala contigua despertó mi atención, cuando, he aquí que se abrió la puerta con solemne lentitud y vi al Presidente de la República, avanzando gravemente en actitud tan majestuosa, que era casi sobrecogedora. El estudiante, en el Devil on two sticks" (El Diablo cojuelo) no habrá sentido, a la apertura de la redoma, la sorpresa que yo sentí al ver al señor Rivadavia. El más mínimo pormenor relativo a un grande hombre, resulta generalmente interesante para el público, por lo que no considero fuera de lugar una corta descripción de la figura y el continente de Su Excelencia.
Don Bernardino Rivadavia parece hallarse entre los cuarenta y los cincuenta años de edad, tiene unos cinco pies de alto (1.52) y casi la misma medida de circunferencia; el rostro es oscuro, aunque no desagradable, y revela inteligencia; por sus facciones parece pertenecer a la antigua raza que en otros tiempos tuvo su morada en Jerusalén. Vestía una casaca verde, abotonada a lo Napoleón; sus calzones cortos si pueden llamárseles así, estaban ajustados a las rodillas con hebillas de plata; y el resto escaso de su persona, cubierto con medias de seda y zapatos de etiqueta con hebillas de plata; el conjunto de su persona no deja de parecerse a los retratos caricaturescos de Napoleón; y en verdad según se dice, gusta mucho de imitar a ese célebre personaje en aquellas cosas que pueden estar a su alcance, como el corte y color de su levita o lo hinchado de sus maneras. Su Excelencia avanzó lentamente hacia mi con sus manos unidas atrás, a la espalda; si esto ultimo lo hacía también para imitar al gran hombre o para contrabalancear, en parte, el peso de su barriga, o para resguardar su mano del tacto impío de la familiaridad; cosas son igualmente difíciles de determinar y de escasa importancia. Pero Su Excelencia avanzó con lentitud y con un decidido aire protector me dio a entender enseguida que el señor Rivadavia de Londres, y don Bernardino Rivadavia, Presidente de la República Argentina, no debían ser considerados como una sola e idéntica persona.
Ref: Viajes por Buenos Aires, Entre Ríos y la Banda Oriental- John A. Barber Beaumont- Librería Hachette 1957
Biografía de Bernardino Rivadavia Víctor Moreno- María E. Ramírez- Cristian de la Oliva Publicado el 5/6/2000 - Biografías. com