The Square: Feroz crítica a la superficialidad en el arte
Los artistas plásticos han tenido a lo largo del tiempo una relación, muchas veces, dependiente del poder. Así, entre otros, Lorenzo de Médici, miembro de una acaudalada familia de banqueros en Florencia, mediante su activo mecenazgo posibilitó el desarrollo artístico de Sandro Botticelli, Leonardo da Vinci, Miguel Angel Buonarrotti y gracias a ello, el renacimiento italiano fue conocido en toda Europa.
También en los tiempos contemporáneos, importantes estamentos del poder económico se acercan a las artes e invierten en la creación artística con dosis homeopáticas de interés estético y elevada especulación financiera.
Sobre eso trata “The square” (2017), notable película del sueco Rubén Östlund. En el marco del ambiente de las exposiciones artísticas, Christian el mánager de un museo de arte contemporáneo sueco (el actor danés Claes Bang) apuesta a una instalación artística que consiste en un cuadrado (de ahí el nombre original del film) iluminado colocado en el suelo.
Esta extravagante perfomance es atribuida a la “artista y socióloga” argentina Lola Arias. En realidad, Lola Arias es una dramaturga argentina que había sido convocada para participar de la película, pero no tiene ninguna relación con la instalación a que se alude en el film. Finalmente solo quedó su nombre como un personaje y su disgusto que exteriorizó en declaraciones al momento del estreno del film. Por otra parte la idea del cuadrado era originalmente del propio director y lo había llevado a la práctica en el Museo Vandalorum, un museo de Arte y Diseño, ubicado en Varnamo, Suecia, en 2014.
El argumento transita por situaciones íntimas y personales del protagonista, como el robo de su celular que le hará incursionar en un seguimiento obsesivo por recuperarlo, avanzando en amenazas a los habitantes de clase media en un edificio, en el cual, según la pesquisa del protagonista estaría el celular. Esa situación deriva en una interpelación por parte de un chico (interpretado por Elijandro Edouard) que se siente afectado que se haya involucrado a su familia en la amenaza, manteniéndose el cuestionamiento del menor durante el resto del film. Por otra parte, su relación fría y narcisista con las mujeres, generan escenas memorables por lo insólito, sobre todo en la relación con Anne, la periodista estadounidense (interpretada por la extraordinaria actriz Elizabeth Moss, que fuera protagonista en las conocidas series “Mad Men” y “El cuento de la criada) que se interesa por el prestigio de Christian y termina involucrada en una curiosa relación. La relación con sus dos hijas no lo termina de compensar afectivamente y esconde grados de culpa.
El interés por difundir la obra a exhibir, apelando a difundirla en redes sociales con un marketing rayano con lo desagradable, violento y ofensivo termina perjudicando al protagonista, llevándolo a tener que comunicar su renuncia en una conferencia de prensa en que se cuestiona tanto el mecanismo y la forma de divulgación de la obra como también su incapacidad para administrar el museo en una sociedad que, paradójicamente, exuda intolerancia.
El arte contemporáneo y sus delirios de actualidad y excentricismo extremo incluso fuerzan los límites de la interpretación intelectual. Se consigue entonces, por el contrario de lo esperable instalar, en vastos sectores de la población, el concepto de la inutilidad del arte.
No obstante en la discusión por el valor artístico intrínseco de cada obra de arte, que debería ser lo conducente y lo apreciable, por encima y al margen del interés comercial, esta película se asemeja a “Art”, la obra de teatro de Yazmina Reza, sobre una tela blanca, que ha tenido múltiples versiones exitosas, incluso en Buenos Aires.
Hay una serie de escenas magistralmente logradas, con conexiones con el surrealismo de Buñuel. Es notable la incursión como la del mono, cuando un grupo de burgueses indiferentes en una cena importante, no reaccionan, y lo hacen cobardemente en grupo, recién cuando la situación se torna insoportable, luego de un suspenso prolija y nerviosamente creciente. O casi al comienzo del film cuando en la inauguración de una exposición de un artista, los concurrentes están más interesados por arrasar con el lunch que apreciar las obras. O en la incómoda escena de la conferencia de Julián, interpretado por Dominik West, interrumpida repetidamente por un individuo con síndrome de Tourette.
Por otra parte, gran parte del relato se torna un explícito planteo de introspección, individualismo y marginación personal de Christian, más propio de una conducta misántropa, que según algunos críticos, lo asemeja al cine de Lars von Trier o al de Michel Haneke.
Rubén Östlund utiliza con gran eficacia un humor corrosivo, absurdo y sinuoso que lo aleja claramente de lo políticamente correcto. No es nada sutil en conformar y exteriorizar su opinión sobre un sistema de valores sociales desiguales, extrema superficialidad y aprovechamiento del arte y clases sociales que transitan y derrochan hipocresía en su comportamiento.
El director logra actuaciones notables por parte de todos los personajes ya nombrados, estéticamente y musicalmente está muy lograda y la película recibió numerosos premios, entre ellos, la Palma de Oro (principal premio) de Cannes, el Premio del cine Europeo y el David de Donatello en Italia.
Años después, Östlund, volvió a interpelar a la sociedad, con “El triángulo de la tristeza” (2022), un caótico alegato sobre la diferencias de clases y de género en tiempos modernos. Es, indudablemente, un creador que está en permanente estado de reflexión sobre los orígenes de los males que impactan en Occidente.