Un aniversario como excusa para pensar en el terruño
La ciudad entrerriana de Larroque cumple 114 años. El lúcido periodista y escritor Tirso Fiorotto comparte sus reflexiones en torno a los aniversarios y cómo esas reduciones dejan tanta historia afuera.
Acaricia con sus palabras la añoranza de los pueblos fundados a la vera de una vía y que hace ya tres décadas quedaron huérfanos, sin tren ni tranvía. Recuerda las disputas políticas y la organización machista, comparándola con un presente en donde la apuesta es a la construcción colectiva. A continuación, el texto del periodista, acompañado por una chamarrita milonga compuesta e interpretada por Tirso Fiorotto y Claudio Ronconi titulada “El acordeón del Gordo”.
Los aniversarios tienen de bueno que nos dan una excusa para hablar del pago. Aunque engañan un cachito porque lleva a que muchos piensen que la historia se reduce a esos pocos años que van del presente al año tomado como fecha de fundación, en este caso el paso del ferrocarril.
Pasa en Larroque, como en muchas ciudades, que para el ojo apurado pueden quedar afuera de la historia lugareña miles de años y hechos extraordinarios.
En cercanías de Larroque se inició la revolución encabezada por Bartolomé Zapata (1811), y seis años después apareció la figura brillante de Francisco Ramírez (1817). Todo eso pasó hace 200 y más años, pero Larroque fue “fundada” con la inauguración de la estación del ferrocarril un 1º de diciembre de 1909 (un siglo después de Zapata).
Muchas de las familias que se fueron juntando allí desde ese momento ya vivían juntas en Talitas, a pocos kilómetros, más cerca del río Gualeguay, y otras en sitios cercanos, y no pocas habrán acompañado sin dudas la revolución zapatista por la emancipación y no pocas luchas federales.
La inauguración es una convención que valoramos, sabiendo, claro, que no explica la historia cultural del pueblo, que viene de mucho antes: décadas antes, siglos antes, milenios antes, al punto que, hoy mismo, a metros del ferrocarril pueden encontrarse puntas de flecha y boleadoras y otros utensilios cuya edad se mide en miles de años, y un poquito más allá hay decenas de montículos de culturas milenarias de esta cuenca de probable filiación arahuak. Cómo nos cuesta reconocer que allí están los cimientos de Larroque con aportes charrúas, guaraníes, chanás, africanos, criollos, gringos…
Hay que agregar que el tren, que puso una bisagra porque relocalizó a las familias, desapareció de la vida local en el transporte de pasajeros y de carga hace ya tres largas décadas… Eso lleva a pensar que una bandera de Larroque con una amarilla locomotora en el lugar del sol es un homenaje y al mismo tiempo una expresión de firmeza, de protesta y de deseo.
La historia de Larroque tiene al tren en el centro, aunque la estación local haya sido convertida en un museo, un centro cultural y un bello parque; y esa historia tiene a los Zapata y los Ramírez adentro, aunque la necesidad de trazar una raya política en la historia haya dejado afuera esos hitos, y haya conseguido, con ello, desarraigarnos un poquito.
Paradojas de la vida: la mayoría de los obreros del ferrocarril eran hombres, la mayoría de los guerreros eran hombres, pero el tejido comunal, sin fechas de fundación ni de liquidación, ese tejido que tiene continuidad cuando los hogares se trasladan, es obra principalmente de mujeres, de comunidades horizontales de mujeres, que hablan de la complejidad de una urdimbre sin principio ni final.