Viaje a lo desconocido
El viaje en el coche motor a Federal lo conocía de memoria, cada pueblo, cada estación, cada apeadero. Sucede que, desde niño por distintas razones, utilizaba el tren para ir a Federal. Luego, por razones de trabajo cada mes y medio, y mientras no tuve vehículo, recurría al tren.
La movilidad propia no solucionó del todo esta parte de mi tarea, porque cuando llovía, por dos o tres días igual no podía utilizar el auto ya que era camino de tierra negra.
Esa fue una de esas veces. Todo me era familiar en el coche motor, comenzando por los vendedores de estampitas, que sin preguntar nada, te ponen ese cartoncito en las rodillas, a pesar de mi negativa.
Por suerte, en cuanto el tren se pone en movimiento, desaparecen y también los vendedores de bollos y facturas.
En el maletín, aparte de los elementos de trabajo, siempre llevo un libro con el que acorto el viaje y también puedo abstraerme de las conversaciones que me rodean, sin que me moleste el desparejo zangoloteo del tren.
¡Qué placer me produce ir viendo surgir la trama del libro!, pero después me cuesta encontrar un momento en el cual debo suspenderlo.
Como decía al principio, conozco de memoria todas las estaciones y apeaderos donde el tren se detiene.
Claro que, enfrascado en la lectura, caigo en la cuenta de que, desde hacía un rato bastante largo, no escuchaba que el tren se detuviera.
El ritmo monótono de la unión de las vías lo escuchaba perfectamente. Siempre con la misma cadencia acompasada.
Cuando levanté la vista del libro, no vi ningún pasajero en el vagón. Comprobé que estaba solo.
Primero pensé que habían descendido en las estaciones anteriores, pero al mirar por la ventanilla no vi a nadie en ningún lado y además, había oscurecido como si fuera un atardecer, o como si se estuviera armando una gran tormenta. Y pensé ¿Pero, que es esto?
Sentí una sensación en el pecho, que me subía a la garganta y no me dejaba respirar. Un sudor frio me corrió por la espalda al comprobar que el coche motor no se detenía en ninguna estación.
Entretenido con la lectura no advertí el peligro que me acechaba.
Solo y de pie en medio del vagón, pedí ayuda en esta insólita situación, pero el tren siguió atravesando estaciones sin detenerse ni disminuir su marcha.
Realmente asustado me volví a sentar y a pensar “No puede ser verdad” sin encontrarle una explicación lógica.
De pronto, siento un estruendo como un disparo, que hace una puerta al golpearse Y una voz que dice “Federaaaal”
Se me fue aquietando el corazón, la gente había regresado a sus asientos y comencé a movilizarme, después de haberme dormido seguramente entre Nueva Vizcaya y Federal. Guardé el libro en el maletín y me dispuse a bajar.
Este fue uno de esos desagradables sueños que uno sigue recordando, aunque los demás se borren de la memoria