Todo escritor necesita para expresarse, indefectiblemente, un idioma. La comunicación lingüística es esencial a la transmisión de ideas, experiencias, sensaciones y valores. Eso, una verdad de Perogrullo, más también es un desafío para muchos de ellos. En los dos últimos siglos, muchos escritores relevantes han decidido escribir en un idioma que no siempre ha sido el de su país de origen, o el de su infancia, o el de su formación. En algunos han comenzado su trayectoria escribiendo en uno, y luego han optado por otro, o incluso lo han hecho alternativa o simultáneamente en más de uno.
Algunos escritores se vieron motivados a optar por el idioma francés, aunque no haya sido el de su lugar de nacimiento. Sobre todo, por el encantamiento que Paris y la cultura que allí se generó al final del siglo XIX y por muchos años del siglo XX. Más adelante en el tiempo, el inglés, en particular por su repercusión comercial, fue el idioma que monopolizó la adopción para los escritores de otra lengua.
Pero hubo uno que por su singularidad es único. Isaac Bashevis Singer, polaco de nacimiento, eligió desde siempre escribir en idish. No solo lo hizo en todas sus novelas, cuentos, ensayos sino también fue el único escritor que pronunció el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en idish. Idioma al que despectivamente, Heine, uno de los poetas más importante en lengua alemana y judío denominaba como “un alemán mal hablado”.
El idish era el idioma hablado por los judíos asquenazis cuando estuvieron asentados en el centro y el este de Europa, y luego difundido en todo el mundo por los emigrantes y sus descendientes. El idish se ha conformado con fonemas del idioma alemán, del hebreo y de algunas lenguas eslavas.
Es usado por judíos ortodoxos, aunque no es valorado en Israel, de forma tal que en oportunidad de encontrarse Menahem Begin, el primer ministro israelí, Premio Nobel de la Paz con Isaac Bashevis Singer, el político le reprochó a éste, el uso del idish en lugar del hebreo, “verdadera lengua de los judíos”, lo que ofendió al escritor porque para él, el idish, tal como lo expresó en su discurso de recepción del Premio Nobel, es “una lengua de exilio, sin tierras, sin fronteras, sin el apoyo de ningún gobierno, un idioma que no posee palabras para armas, municiones, ejercicios militares, tácticas de guerra; un idioma que era despreciado tanto por los gentiles como por los judíos emancipados.”
Bashevis Singer habría nacido el 14 de julio de 1904 en Leoncin, un pequeño poblado de Polonia, distante 40 kilómetros de Varsovia o según otras versiones, el 11 de noviembre del año anterior y probablemente en Radzymin, un barrio aledaño a Varsovia. Miembro de una familia judía, hijo y nieto de rabinos. Fue formado en la educación tradicional judía y siempre habló idish.
Ya asentado en Varsovia, cursó estudios en el Seminario Rabínico de Tachkemoni, comenzó a publicar cuentos y novelas por entregas en revistas de la colectividad, en la revista Globus, donde entre 1933 y 1935, publicó la novela por entregas “Satán en Goray”, y tradujo al idish, obras del escritor noruego Knut Hamsun, el italiano Gabriele D´Annunzio, el austríaco Stefan Zweig y los alemanes Thomas Mann y Erich Maria Remarque y en 1935, preocupado por las expresiones antisemíticas que la impronta nazi iba desnudando, se traslada a Nueva York, sin saber una palabra de inglés, donde desde hacía tres años estaba viviendo su hermano.
A duras penas subsiste durante unos años de sus cuentos publicados en Forverts, un diario en idish, hasta que el Nobel canadiense Saúl Bellow leyó su cuento “Gimpel, el tonto”, lo tradujo al inglés y eso le abrió las puertas de The New Yorker, posibilitando su difusión, designándolo como un nuevo Chejov.
Nunca dejó de escribir en idish, “escribo en una lengua muerta porque escribo de fantasmas. Cuanto más muerta está la lengua, más vívidos son sus fantasmas”. Su obra, que también comprende libros para niños, afirma Juan Forn, tiene mucho de “descaro insobornable” y sus relatos aluden, frecuentemente, a la contradicción del hombre moderno frente a la fe y la falta de fe. Su biógrafo, Sergio Nudelstejer en “Isaac Bashevis Singer, su obra y su leyenda”, afirma que el mundo que pinta Bashevis Singer es el paralelo literario de las pinturas de Marc Chagall con la amargura del exilio, el miedo a las persecuciones, la marginalidad con su dosis de humor agrio.
La escritora, profesora y curadora italiana Alessandra Mauro, ha expresado: “los héroes de Singer (de la familia de The Manor, 1967, al Haron enamorado de Shosha, 1978, y a El mago de Lublin, 1960, llevado a la pantalla como muchos otros de sus personajes) viven entre la melancolía, la ironía y la tragedia sofocada, con la realidad en transformación de su vida, buscando impedirlo o sometiéndose quizás a un futuro que parece poder fagocitar y anularlo todo, empezando por su propia identidad, la identidad judía.”
Algunas de sus novelas fueron llevadas al cine. En 1979, “El mago de Lublín” dirigida por Menahem Golan, con las actuaciones de Alan Arkin y Louise Fletcher. Barbra Streisand en “Yentl” (1983), que actuó y dirigió es una joven judía que se viste de hombre para poder instruirse en la educación superior, vedada a las mujeres. Y en 1989, se conoció “Enemigos, una historia de amor” de Paul Mazursky, actuada por Ron Silver, Anjelica Huston y Lena Olin.
Premiado con el Nobel en 1978, dos años después del admirado Saúl Bellow, su sensibilidad fraterna y su respeto por la condición humana, se trasunta en, el ya mencionado discurso de aceptación del Nobel, al decir “el narrador y poeta de nuestro tiempo como en cualquier otro, debe ser un animador del espíritu en el pleno sentido de la palabra”.
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