La depresión y su tratamiento
A diferencia del duelo normal, la depresión es un padecimiento anímico grave que requiere un tratamiento por parte de profesionales del campo de la salud mental. Digo esto porque el 13 de enero se designó como el día mundial de la lucha contra la depresión. Es Freud quien en su texto “Duelo y Melancolía” diferencia normalidad y patología. La tristeza y el desinterés del duelo es normal, la Melancolía (depresión), no. Se denomina duelo a la reacción emocional frente a una pérdida y al trabajo del psiquismo para procesarla. Este consiste primero en recordar (hacer pasar dolorosamente por el corazón) las imágenes de lo perdido, para emprender luego el desprendimiento, no menos penoso para el yo, de la investidura de amor que los ligaba. Lo más doloroso es aceptar dejar de ser lo que se era para el “otro”, perder su mirada amante, como lo dice Lacan en una bella fórmula “solo estamos de duelo por alguien de quien podemos decir Yo era su falta”. Este proceso de desligazón posibilita volver a interesarse por el mundo, salir del repliegue del duelo y recuperar el deseo de vivir. Se sustituye lo perdido por otros objetos de amor. En los casos de Melancolía, dice Freud, en lugar de sustituir el objeto perdido (un amor, un trabajo, una separación, una muerte, un prestigio o un ideal etc.) el yo se identifica con él, “la sombra del objeto cae sobre el yo”, dice. El yo se convierte en el objeto y desprenderse es caer con él. Así se configura la depresión. Un estado de profunda tristeza, dolor, angustia, desgano, desinterés por todo, alteraciones del sueño, del apetito, una enorme disminución del amor propio, sentimiento de culpa y auto-reproches, y la pérdida del deseo de vivir que tanto la emparenta con el suicidio. El yo se desdobla y una parte del mismo (conciencia moral, súper yo), descarga su crítica y castigo hacia el Yo como si fuera el objeto perdido dice Freud. Ese es el mecanismo del desprecio que la persona con depresión siente hacia sí mismo. “No valgo nada, nadie me quiere, soy un inútil, no merezco vivir”. En muchas ocasiones la persona con depresión busca el alivio del dolor en el alcohol, o las drogas ilegales. Dice Freud que la adicción busca la supresión toxica del dolor. La depresión puede afectar a personas en distintas etapas evolutivas, siendo tal vez más sensibles las crisis de la edad, como la adolescencia, el tránsito hacia la tercera edad (depresión involutiva), y la vejez. Puede haber depresión en la niñez ante condiciones de maltrato, violencia o desprecio. En el límite René Spitz estudió la depresión anaclítica, en una experiencia en que bebés de 6 meses, internados en casa cuna eran asistidos rotativa y mecánicamente por enfermeras que cuidaban su alimentación, higiene y abrigo, pero que no asumían un rol maternal. Spitz comprobó que esos bebés perdían la sonrisa, rechazaban alimentos y finalmente entraban en un marasmo y fallecían. Las causas de la depresión son múltiples y complejas. Intervienen diversas dimensiones interrelacionadas. Por ejemplo una depresión puede originarse en la estructuración de un déficit narcisista (dicho sencilla aunque no rigurosamente, baja autoestima, desvalorización de sí mismo, en los años constitutivos de la infancia), que condiciona el desarrollo de los síntomas ante una situación actual que pone en juego la estructura, y que al entorno de la persona le parece insignificante. También puede suceder que las circunstancias de vida actual sean tan traumáticas y dolorosas para el yo que la vuelva insoportable y los síntomas depresivos se deriven directamente de ella. Son por ejemplos en el plano familiar la violencia, los abusos, etc. o en la dimensión cultural, social y económica, la pérdida del trabajo, la pobreza, la imposibilidad de” llegar a fin de mes”. No nos cansaremos de repetir que la salud mental no es una isla del contexto social, aun mas, mencionarla como mental es un reduccionismo porque el aspecto psico-biológico del ser humano siempre está integrado a la vida social. En un momento como el actual, en el que las pérdidas económicas, el incremento de la pobreza, las preocupaciones por la subsistencia y la pérdida del trabajo son realidades angustiantes, es importante subrayar que las políticas del Estado tienen una influencia decisiva en el bienestar o la mortificación de los sujetos y colectivos sociales. Así por ejemplo, no se discute esta categoría del impacto en la salud mental, cuando se tratan de políticas de privatizaciones, por ejemplo, en la que entran en juego no solo variables económicas, sino las tragedias subjetivas y familiares de la pérdida del empleo, de una identidad, etc. y de la depresión grave que suele aparecer en estos casos. Esta apreciación no es caprichosa, ya en la década del 90 hemos experimentado los efectos de estas políticas, en casos concretos, como la privatización de YPF y la ola de suicidios que se suscitaron, en ese contexto, en el pueblo de Las Heras en Santa Cruz (véase el libro de Leila Guerriero, “Los suicidas del fin del mundo”), o los treinta suicidios suscitados en trabajadores de France Telecom cuando su privatización a principios de este siglo. En todos los casos también la prevención y asistencia de la depresión requiere integralidad y complejidad, y sobre todo el compromiso solidario de la comunidad.
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