Pan, paz y trabajo
Hay una bellísima leyenda. Cayetano, después de haberse despojado de todas las riquezas terrenales, de haberlo dado todo por los pobres, los huérfanos, los ancianos, los sifilíticos, los enfermos, comienza a sentir, él mismo el dolor del hambre y se lo recuerda a Jesús, a quien ama, con unos suaves golpecitos en el sagrario.
Enseguida unos arrieros vienen cargados de alimentos para calmar su hambre. Se niegan a decir la procedencia de la comida. Sueño con esa imagen cuando veo impotente, todos los días, a pobres e indigentes revueltos en la basura, con niños pequeñitos a veces, buscando en la podredumbre, el silencio desesperado de sus tripas. Imagino a Jesús con un rico y nutritivo cargamento, sentándose feliz a su lado. Pero nada de eso sucede, la escena, triste e indigna, se mantiene y no hay milagros ni sueños que se cumplan. A San Cayetano, aquel sacerdote del siglo XVI, reconocido por su caridad y compromiso con los más necesitados, cuya vida estuvo marcada por la defensa de los pobres y su lucha por la justicia social, rogamos los 7 de agosto, día de su muerte, por Pan, Paz y trabajo, un acto de fe al que se agrega la gratitud, claro que de aquellos privilegiados, que por fortuna, no nos falta. Pobre San Cayetano! Le pedimos que nos ayude a resolver los efectos inevitables de las injusticias, de la codicia de los avaros y mezquinos que se apropian, impiadosamente, de las riquezas y los alimentos que producen, en paupérrimas condiciones, los trabajadores de nuestra pobre y saqueada Patria. Aquella que está “herida y media muerta”, según las expresiones de Jorge García Cuerva, el Obispo de Buenos Aires, en la celebración de la misa central de San Cayetano. El Religioso pidió solidaridad con los más pobres, y retomó la demanda de paz, pan y trabajo, las condiciones humanas básicas de dignidad del hombre, hoy brutalmente lesionadas. Pedir a San Cayetano es un acto de fe conmovedora, acto que se incrementa con las crisis, económicas y sociales. Sin embargo el Pan y el trabajo no debieran ser dones, sino derechos humanos básicos. “Esto es necesario remarcarlo para no caer en un falso enfoque que empequeñece y a veces desvirtúa el derecho del ser humano al trabajo. Con qué frecuencia se presenta como una dádiva, un favor que se hace a alguien que busca trabajo, darle un trabajo prescindiendo si es justa o no la remuneración y cuantas veces se implora como una limosna un puesto de trabajo. Sin embargo, el mandato divino de dominar la tierra y que abarca a todos los bienes visibles, asigna a cada hombre un espacio en la tierra que el hombre lo constituirá en su lugar de trabajo. Allí trabajara para poner los bienes al servicio de la comunidad colaborando con la obra creadora de Dios y para sacar de la tierra, el sustento necesario para él y su familia” dice el Padre Andrés Servín, en su libro “Dar la vida: guía para el catequista”, en el que en nombre de una Iglesia comprometida con los pobres, no considera el trabajo un favor o una limosna, sino un derecho fundamental de la persona humana. Sin embargo, decía, constatamos, dolorosamente “la muchedumbre de desocupados que no encuentran un lugar para trabajar, y sub-ocupados que invierten su tiempo en tareas que no los realizan como personas, trabajando en total inseguridad, y no extrayendo de su trabajo ni siquiera lo indispensable para subsistir, desprovistos de toda protección social”. El querido Padre Andrés Servín representó a una Iglesia que consideraba el trabajo como un derecho a través del cual el hombre realizaba su dignidad. Tenemos el recuerdo preciso en el que, lejos de celebrar los comedores, en los que alivió el hambre de miles, se lamentaba, por el contrario, que cada comedor que se abre, decía, “ es una desgracia”, porque significa más familias que no pueden comer juntas, mas desocupación, más pobreza, más miseria. Hoy ni siquiera los comedores alcanzan por el aumento exponencial de la pobreza y la indigencia, hoy el Poder juega cruelmente negándoles los alimentos, hoy diputados y senadores, traicionando los mandatos de la sociedad, votan una reforma del Estado que desampara a los trabajadores, a los más débiles. Hoy el trabajo no sirve, ni siquiera para no ser pobres, hoy los docentes, en muchos casos están bajo la línea de la pobreza e incluso en la indigencia, por obra de un ajuste brutal de sus salarios. En muy pocos casos el trabajo alcanza a constituir en nuestro país, una experiencia digna y creativa, predomina la explotación y precarización laboral, con todas las consecuencias emocionales y sociales devastadoras de la subjetividad y de saludables vínculos interhumanos. Esas secuelas son la violencia familiar y social, las adicciones, las frustraciones, angustias y tristezas que configura los sufrimientos psíquicos de los individuos. Esa frustración y angustia que quema a los jóvenes cuando tienen que construir un proyecto de vida sin horizontes posibles de realización a través del estudio o el trabajo y en la desesperanza se pierden en el delito, las drogas o la depresión. En “Dar la vida”, el Padre Andrés atribuye a las desigualdades sociales y económicas, a la apropiación en pocas manos de la riqueza, a la codicia y la mezquindad, las causas del hambre y la explotación laboral. Cita a Isaías 5 8-10:” Pobres de aquellos que juntan casa a casa y campo a campo, hasta apoderarse de todo el lugar y quedar como únicos propietarios del país” y el Levítico 19,9-13 “ No oprimirás ni despojarás a tu prójimo. No retendrás el salario del jornalero hasta el día siguiente” como causas de las desigualdades. y agrega :”Nos podrá llamar la atención cuando la palabra de Dios habla de “no oprimir, no despojar”. Sin embargo son mandamientos de Dios, como “No matar”, aunque muchos hombres no les den la misma valoración. Es desde esa Iglesia, la que representó el Padre Andrés, que podemos pretender cambios, en los que la justicia social repare , esperemos que en un futuro cercano, el hambre, la falta de trabajo digno y la violencia ignominiosa que hoy vivimos. Ojalá eso suceda.
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