Políticas de la crueldad
Como Psicólogo he observado y veo aun los efectos subjetivos que las políticas de ajuste brutal emprendidos por el gobierno nacional y los otros niveles gubernamentales que lo acompañan, tienen sobre miles de personas cuya crisis emocional, angustia y desesperación es el correlato de medidas económicas que los ha empujado a vivir una economía de subsistencia. A esas medidas se agregan cuotas de crueldad que convierten en tragedia esas historias personales.
Es lo que sucede, por ejemplo, con los despidos de empleados públicos nacionales, que son realizados perversamente , anunciados masivamente, sin fechas de caducidad ni avisos a las víctimas que sufren mes a mes la incertidumbre de perder el trabajo y caer al abismo de la desocupación, sobre todo si constituye su único sostén económico y de un grupo familiar. Así la política de los gobiernos pueden aspirar a la felicidad del pueblo o por el contrario, como es el caso actual, crear dispositivos socio-culturales de la crueldad, como los definía Ulloa, cuyo objetivo sea crear sufrimiento como táctica para imponer una ideología neoliberal, aquella en la que el hombre se convierte en enemigo del hombre. Así las cosas, las políticas de despidos masivos no apuntan tanto a conseguir el “equilibrio fiscal” como a torturar con saña a trabajadores del Estado y a crear una cultura de la crueldad que culmina en la celebración que muchos ciudadanos han realizado del drama. Extremo significativo de este siniestro panorama socio- cultural ha sido el caso de Daniel Goral quien el pasado miércoles 25 de septiembre falleció por aparentes fallas cardíacas, en medio de las tensiones por el temor de quedarse sin trabajo. “Murió en su oficina un empleado con 30 años de antigüedad en el Ministerio de Justicia”, dice el titular del Página 12, para referirse a Daniel Goral, trabajador administrativo de la Dirección de asuntos jurídicos del Ministerio de Justicia encabezado por Mariano Cúneo Libarona, que padecía problemas cardíacos previamente. La noticia dice que se sentía nervioso desde hacía unos días, cuando en la cartera se anunció un nuevo ajuste. Desde la semana anterior se hablaba de 1200 despidos hasta fin de año y a Goral le habían pedido que presentara su CV ante la superioridad. A los 68 años con treinta de carrera, la intranquilidad fue en aumento. “Eran poco más de las 7 30 de la mañana cuando el hombre, con antecedentes cardíacos, hablaba por teléfono con su hermana y se desplomó. Una compañera trató de hacerlo volver en sí. El SAME llegó a los quince minutos al edificio pero no hubo manera de reanimarlo. En el lugar había dos desfibriladores. Signo de los tiempos: no funcionaban. Se había pedido su reaparición en meses de racionalización del sector público. Goral falleció a los 68 años”
Los encuestadores refieren que el miedo a perder el trabajo es una de las mayores preocupaciones de los argentinos desde que asumió el nuevo gobierno. El ajuste económico brutal e inhumano llevado a cabo sobre los más débiles y las pérdidas masivas de empleos, públicos y privados, su amenaza y la incertidumbre que conlleva, ha suscitado situaciones traumáticas indecibles en miles de trabajadores, afectando definitivamente su salud mental, fundamentalmente en aquellos en los que mes a mes sufren la pesadilla de no saber si caerán al abismo del desempleo y la miseria. Lo mismo sucede con las políticas de privatizaciones, aquellas de las que ya tenemos experiencia suficiente por la catástrofe que implicaron en la década del 90. Las privatizaciones, con su consecuente reducción de personal, han llevado a miles de empleados a graves depresiones y afectaciones anímicas de todo tipo y – como si eso no hubiera ocurrido en la historia argentina- ahora se discute, sin otro fundamento que la entrega de la Patria al lucro privado, nuevas privatizaciones. Un caso paradigmático de estos procesos de graves consecuencias en nuestra historia, es el descripto por Leila Guerriero en su libro “Los suicidas del fin del mundo”, en el que investiga una ola de autoeliminaciones en Las Heras, un pequeño pueblo al sur de Comodoro Rivadavia. “EN 1991 comenzó el proceso de privatización de YPF en manos de Repsol, y el paraíso comenzó a tener algunas fallas (…) YPF redujo personal, tercerizó procesos y, de tener, aproximadamente cincuenta mil empleados en todo el país, pasó a tener cinco mil. No hubo como evitar el impacto. De a poco, con más ímpetu desde 1993, la crisis hizo furor en la ciudad. En 1995 el desempleo trepó al 20% y siete mil personas se fueron de Las Heras”, dice Guerriero en su libro. Claro que el suicidio es un fenómeno multicausal y multidimensional, pero en ese caso el marco de despidos producto de las privatizaciones no puede sino entenderse como un factor clave. Más lo fue la privatización de France Telecom, que en la primera década de nuestro siglo aspiraba a echar veinte mil personas, con métodos tortuosos. El resultado del tormento fueron 30 suicidios cuyas víctimas dejaban bien en claro la vinculación de los acontecimientos con su toma de decisión. Incluso, los Gerentes fueron condenados, claro que con condenas súper livianas, acordes a su status. Es necesario tener en claro los efectos devastadores que los ajustes, privatizaciones y despidos tienen sobre la salud de las personas, reflexionar críticamente para tomar una posición adecuada y acompañar, cuidad y contener a quienes están sufriendo ese infierno, sobre todos aquellos a los que se les suma, una crueldad inusitada.
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