La distribución para la exhibición de las películas responden, caprichosamente o no tanto, a intereses comerciales y, muchas veces también, a objetivos políticamente estratégicos. Asi, hay filmografías que son, poco menos que, ignoradas. Sucede ello, por ejemplo, con la rusa que, salvo muy esporádicos casos, no llega al conocimiento ya no masivo, sino incluso de aquellos interesados por los films de calidad. Eso, impide que grandes obras sean difundidas y valoradas adecuadamente, y joyas cinematográficas no trasciendan.
“Sin amor” (2017) del ruso Andréi Zvyagintsev es una de esas joyas imperdibles. Zvyagintsev es un director nacido el 6 de febrero de 1964 en la ciudad de Novosibirsk, ubicada en la región homónima en el centro-sur de Rusia, perteneciente al Distrito Federal de Siberia. La ciudad está asentada a la vera del río Obi, le debe su nombre al zar Nicolás II, es un nodo del ferrocarril transiberiano y un centro industrial y científico de importancia con un millón y medio de habitantes.
Las frías temperaturas y las nevadas le dan el marco al inicio de “Sin amor”. Zvyagintsev ha explorado artística y ajustadamente los gélidos alrededores de la ciudad en la que se desarrolla la película para introducir un drama que mantiene una tensión inflexible en toda la trama.
Es 2012, Alekséi, un chico de doce años asiste a la escuela donde prácticamente no celebra interrelación con ninguno de sus compañeros, sometido además a situaciones de bullying. Es hijo único de un matrimonio de mediana edad, de buena posición económica y que se encuentra en trámite de divorcio. En función de ello, han puesto a la venta el departamento donde viven.
Alekséi es testigo de numerosas discusiones, la más de las veces, de encendidos improperios, particularmente de su madre, Zhenya a su padre, Boris. En oportunidad de una de esas disputas, los padres consideran la posibilidad de mandarlo al chico a un orfanato dado que, por una parte, cada uno de ellos ha establecido una nueva relación y además, ninguno de los dos, lo quiere tener a su cargo. Lo único que hace demorar o desviar esa decisión es la posibilidad de cuestionamiento por parte de los servicios sociales estatales.
De repente, entendiendo la situación y ante la sistemática desatención de los padres, Alekséi decide desaparecer. Situación que solo es percatada por un llamado de la escuela que informa a la madre que Alekséi hace dos días que se ha ausentado.
La búsqueda del menor, sometida en parte a una actitud rígidamente burocrática o dubitativa por parte de las autoridades en función de las ambigüedades que los propios padres responden ante las preguntas de los investigadores evidenciando una ausencia de certezas respecto a los comportamientos de su hijo, dejando en claro la irresponsabilidad de su función de padres y el desconocimiento que ambos tenían de la vida de su hijo.
El director consigue transmitir una sensación de angustiante descomposición de una relación que, sin duda alguna, nunca estuvo signada ni por el amor, ni por el compromiso, ni por la consustanciación con la vida en común. Es claro, y el propio director lo ha reconocido, esta película recuerda a la dolorosa y demoledora “Secretos de la vida conyugal” (1973) de Ingmar Bergman, con la caustica y vibrante disputa de egos en una pareja alterada y desesperanzadamente trastornada.
Hay numerosos elementos que hacen de “Sin amor” una película de singulares relieves. Toma para eso el director, autor también del guion conjuntamente con su habitual colaborador Oleg Negin, el riesgo de mostrar a los personajes con una transparencia no exenta de frialdad, crueldad y egoísmo infrecuente y sin temor en desafiar las convenciones habituales.
Así, Zhenya, la madre, desde todo momento y con palmario desprecio, manifiesta que nunca estuvo en su intención ser madre, que lo fue por insistencia de su esposo, que se arrepiente de no haber abortado. No tiene diálogo alguno con su madre. A su vez, ésta la desprecia tanto a ella, como a su marido y a su hijo. Por otra parte, Zhenya apuesta interesadamente a la buena posición económica que tiene su nueva relación, Anton. Éste a su vez, no puede superar la carencia que le dejó la partida de su hija a otras latitudes.
Boris, el padre, solo está preocupado por mantener la pantalla de una familia integrada y unida, en su trabajo ante su jefe, un integrista ortodoxo. La posibilidad de convertirse en divorciado podría acarrear su despido y paralelamente intenta construir una familia (tal vez con las mismas inseguridades y falencias) con Masha, su nueva mujer, que está embarazada.
La sencillez dialéctica del guion y la calidez cromática de la fotografía refuerzan el desarrollo de un tratamiento que no da lugar ni a hipocresías ni a medias tintas. En sintonía, los espacios abandonados y derruidos en fábricas desoladas en los que se busca al niño no dejan de ser metáforas respecto al vacío que cada personaje tiene en la imposibilidad de relacionarse con los demás sin dejar de tener un desequilibrio emocional.
La actitud que los padres (principalmente la madre) tienen respecto al hijo, al que se lo somete a bullying, pegándole o destacando delante de terceros su habitual propensión al llanto, en realidad deja en claro la profunda angustia del chico, y la incomprensión generalizada respecto a los intereses de Alekséi, acerca esta película a esa otra gran realización que es “Close” (2022) del belga Lukas Dhont. Por otra parte, la imposibilidad de comprender el complejo drama interior a que están sometidos los protagonistas, la vinculan temáticamente a “Historia de un matrimonio” (2019) de Noah Baumbach.
El impacto que provoca el film, apelando a la sensibilidad más íntima del espectador ha provocado, según el mismo director expresó en reportajes, reacciones del público, como cuando dice: “recibimos comentarios de espectadores que, inmediatamente después de ver “Sin amor”, buscaron sus teléfonos para llamar a sus familias y asegurarse de que estaban bien. Básicamente, “Sin amor” es una película sobre el amor. Es muy importante que (…) reflexionemos sobre los valores que transmite la película.”
Andréi Zvyangintsev, es un director con una sólida trayectoria, consagrada con premios en los más importantes festivales del cine. Así, “El regreso” (2003) su primera película, el encuentro de dos jóvenes con su padre, al que solo reconocían por fotos y juntos se embarcan en un viaje por Siberia, En ese viaje se comienzan a relacionar con el lógico conflicto por la ausencia anterior. El film obtuvo varios premios, entre ellos el León de Oro en Venecia y fue nominado a los Golden Globe en Estados Unidos.
“Izgnanie” (2007) un drama que desnuda la compleja relación de una pareja qué con sus dos hijos y otro por venir, se van a vivir al campo. El protagonista principal, Konstantin Lavronenko, fue premiado como mejor actor en el Festival de Cannes.
“Elena” (2011) es una madura mujer de origen humilde que se relaciona con un hombre de una posición económica más holgada. Debe hacerse cargo de su hijo, alcohólico. La película ganó en la categoría “Una cierta mirada” del Festival de Cannes, entre otros premios.
Con “Leviatan” (2014) Zvyangintsev tuvo algunos problemas con las autoridades rusas, porque el argumento alude a la corrupción instalada en un pequeño pueblo costero, cuando el alcalde intenta adueñarse de la propiedad de unos de los vecinos. Fue nominada a los premios Oscar de la Academia como mejor film en idioma extranjero, y recibió el Golden Globe, como mejor película internacional. El guion firmado por el director conjuntamente con Oleg Negin fue premiado en el Festival de Cannes.
Finalmente, “Sin amor”, también fue nominado a los premios Oscar como mejor film en idioma extranjero y a los Golden Globe. Zvyangintsev recibió el premio del Jurado en el Festival de Cannes.
Zvyangintsev es el heredero artístico tanto de Andrei Tarkovski como de Aleksandr Sokurov, tomando el ascetismo y la metafísica de ambos creadores, conjungando un cine frontal, directo y crítico de la individualidad de cada persona y de la vida en sociedad.
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