Ay el dólar, otra vez...
En el principio, el gobierno de Javier Milei hizo el ajuste fiscal más rápido y contundente de la historia, como medida necesaria y urgente para evitar la hiperinflación, luego se dedicó al saneamiento del Banco Central.
Pero, a pesar del ordenamiento fiscal y monetario con la consecuente baja de la inflación, el esquema cambiario siempre recibió cuestionamientos.
El problema, por no decir la bomba hiperinflacionaria plantada por el gobierno Fernández-Massa, era de considerable magnitud.
Para dimensionarlo, repasemos algunas cifras dejadas por la dupla mencionada: las reservas netas del BCRA eran negativas en alrededor de USD 11 mil millones (ya lo sé, aún son negativas y eso es frustrante, pero no olvidar que se estuvo pagando deuda heredada); sumando déficit financiero, cuasifiscal (el del Banco Central) y comercial teníamos un desequilibro de 17 puntos del PBI.
Y con los bancos atestados de deuda del BCRA en forma de Leliqs y Pases se requería emitir una base monetaria cada 3 meses para el pago de los intereses devengados.
El ajuste fiscal y monetario, que involucraba sanear los pasivos de la entidad monetaria anteriormente mencionados, disipó los temores de hiperinflación, y luego permitió un espectacular sendero descendente de la inflación. Sin embargo, el esquema cambiario, siempre estuvo bajo la lupa entre otros, por el mismo FMI.
Y ahora, a las puertas de un acuerdo, previsiblemente de unos USD 20 mil millones de dólares con tal organismo, los rumores de un cambio en la política cambiaria, alientan las expectativas devaluatorias.
El sistema actual consiste en una suba mensual del tipo de cambio oficial del 1%, lo que en la jerga cambiaria se denomina “crawling peg”.
Ante un inminente acuerdo con el FMI el CP se mira con recelo, ya que al organismo no le gusta la posibilidad de que se usen los dólares prestados para mantener un tipo de cambio que se percibe cada vez más atrasado. ¿Y por qué? Porque si el tipo de cambio se atrasa se dificulta acumular reservas.
Sin reservas, no se puede pagar deuda externa.
El FMI es el más barato de nuestros prestamistas. Generoso, pero no tonto, y por eso mismo se especula en que presione por un esquema cambiario más amigable con la acumulación de reservas.
La flexibilización cambiaria es deseada no solo por el FMI sino también por el gobierno de ideas liberales. ¿Y si son tan liberales por qué no liberaron el tipo de cambio aún? Porque optaron por un prudente gradualismo, considerando las restricciones que impone un Banco Central con un balance aún insatisfactorio, reducido poder político y ahora además con elecciones legislativas a la vuelta de la esquina.
Un paso en falso, una suba brusca del tipo de cambio que tironee los precios afectaría el apoyo social, aún alto, con que cuenta el gobierno.
La advertencia de la oposición al FMI de que repudiaría la deuda fue bochornosa.
Pero a pesar de su ridiculez, todo suma a la hora generar incertidumbre y volatilidad.
En el marco de las gestiones con el FMI, ha corrido fuerte el rumor de un posible pasaje hacia un sistema de bandas de flotación, esto es, el dólar podría fluctuar entre un máximo y un mínimo. Solo atravesados estos límites el gobierno intervendría para regresar la cotización a su sitio permitido.
A la sospecha de flexibilización cambiaria se suman turbulencias internacionales. Donald Trump, pertinaz con su guerra arancelaria, alimenta la aversión al riesgo.
Y, paradójicamente, el dólar es más demandado en momentos tales, a pesar de que el temor lo haya generado el mismo presidente norteamericano.
Entonces: sospecha de posible flexibilización cambiaria ante presión del FMI, reservas exiguas, irresponsabilidad política, aversión al riesgo por aranceles trumpistas… los sumamos y nos da preferencia hacia el dólar.
Y aquí se agrega un curioso efecto circular: el exportador se resiste a liquidar divisas especulando con una mejora en el precio del dólar, el importador se apura a conseguir divisas especulando con que pronto podrían encarecerse. La oferta se contrae, la demanda se apura.
El Banco Central pone la diferencia sacrificando reservas. Menores reservas alimentan la idea de que el precio del dólar es insostenible y que mayores resultarían las probabilidades de una pronta devaluación. Volvemos entonces a la primera parte de este párrafo.
¿Se calmarán las turbulencias cambiarias? Eso depende, entre otros factores, de: un acuerdo con el FMI que permita la llegada de fondos que engrosen las reservas brutas de modo que se acerquen a USD 50 mil millones como dijo el ministro Caputo, que se despejen las dudas sobre el nuevo sistema cambiario, una importante liquidación de divisas cuando se produzca la cosecha gruesa, una muy superavitaria balanza energética gracias a las inversiones en dicho sector, entre otros que permitan ir despejando temores.
El dólar, obsesión de los habitantes de un país sistemáticamente estafados durante décadas por el impuesto inflacionario, otra vez haciendo ruido. Sin embargo, la diferencia fundamental, es que ahora hay superávit fiscal.
Esta circunstancia es destacada por el economista Juan Carlos de Pablo, quien considera que la adopción de un sistema de tipo de cambio libre no debería ser problemática. Otros más cautos, como Ricardo Arriazu, creen que mientras el dólar se utilice como unidad de cuenta, la flotación resultaría peligrosa.
Cualquiera sea el caso, últimamente el dólar nos está manteniendo en vilo, otra vez…
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