Cuando me tocaba ir a trabajar a Villaguay, me instalaba en el hotel y desde allí, dedicaba un día completo a trabajar en los pueblos cercanos. Como Villa Domínguez, Las Moscas, Aldea Santa Anita y Basavilbaso. De Villaguay a Basavilbaso hay 64 kilómetros en linea recta. Pero por supuesto, eran muchos más entrando en los pueblos mencionados.
En la época en la que se desarrolla lo que voy a contar, en cada uno de estos pueblos había un solo médico, salvo en Aldea Santa Anita que había tres y en Basavilbaso había siete.
La mutual Israelita de Villa Domínguez contrataba un médico durante un tiempo, hasta que expiraba el contrato y luego venía otro. Había un hospital y también una farmacia que pertenecía a la Mutual Israelita.
En Villa Urquiza no había farmacia, de manera que el médico tenía los medicamentos de urgencia para la atención de la colonia y las recetas, el paciente debía ir a comprarlos a las farmacias de Villaguay.
En Las Moscas el caso era igual que en Villa Urquiza y en Santa Anita también. En cambio en Basavilbaso había tres farmacias bien surtidas.
Toda la zona que mencioné, su componente humano se caracterizaba por ser en su casi totalidad colonos dedicados a tareas agropecuarias y también algunos eran comerciantes. De origen ruso-judios y ruso alemanes o alemanes del Volga pero, en definitiva, rusos también, con algún elemento criollo minoritario.
Tenían algunas graciosas peculiaridades idiomáticas. Me contaba un farmacéutico que iban a la farmacia a ponerse inyecciones. Cuando era endovenosa algunos solían pedirle “que le eche una inyección” y cuando era intramuscular “que le hinque una inyección”.
Otra de las peculiaridades que me contaron de los colonos era su preferencia por uno de esos “medicamentos” que supuestamente curan todo. Este se llamaba Wunderbalsam (Balsamo Maravilloso) y sus indicaciones iban desde reumatismo, gota, cefalea, digestivo, laxante y también para golpes y torceduras. Lo cierto es que estaba compuesto por yuyos del campo y su gusto se parecía mucho al fernet. De hecho que entraba en la categoría de elixir. Así se denomina en farmacia los preparados que contienen alcohol y jarabe los que contienen azúcar. Bueno, este contenía alcohol y bastante (40%). Esa era una forma de tomar unos tragos sin recriminaciones familiares.
Volviendo al relato, en esa oportunidad me encontré con un colega en Villaguay que me sugirió ir los dos en el mismo auto a trabajar los pueblos, cosa que acepté porque era razonable su propuesta. Se llamaba Carlos Zamaya y era un buen compañero de viaje.
Salimos al día siguiente a trabajar esa zona, que era indudablemente muy rica por el trabajo agrícola, gente trabajadora y una tierra muy rica para el cultivo de distintos cereales. Recuerdo particularmente las grandes extensiones de trigales y linares, así como su ondular cuando el viento soplaba fuerte, como si fuera un mar celeste. En varios lugares de mi provincia he visto este espectáculo. Lo recuerdo también viajando desde Viale a Seguí y es una grandiosa exhibición de la naturaleza y por su color.
Estuvimos trabajando con mi colega y completamos los pueblos mas chicos, almorzamos en Basavilbaso en el Hotel Martínez, que se comía muy bien.
Por la tarde visitamos las farmacias y luego comenzamos con los médicos.
Había uno de ellos que tenía una gran clientela y por esa razón, lo dejábamos para verlo en último lugar. Es decir que uno sabía que se encontraría con una gran cantidad de pacientes. Entramos y tal como suponíamos estaba lleno de gente. Había poco lugar hasta para estar de pie. Sin embargo, si bien impresionaba un poco tal cantidad de gente, también uno sabe que la gente de campo suele ir al médico, por lo general acompañada de familiares, o sea que cuando le toca el turno a uno, generalmente entran dos, tres y hasta cuatro.
Nos paramos con mi colega Zamaya, uno a cada lado de la sala de espera, recostados contra la pared.
Como siempre ocurre, en cuanto entramos, cesaron las conversaciones y todos nos miraban a nosotros, que estábamos de saco y corbata, y además con portafolios; o sea éramos el elemento extraño.
Algunos cuchicheaban por lo bajo, pero resultaba evidente que éramos nosotros el motivo de sus comentarios. El caso es que cuando esto sucede, uno no puede evitar cierto malestar de saberse escrutado minuciosa e insistentemente. Y allí ocurrió lo insólito. En ese silencio de la sala de espera, mi colega desde la otra pared me dice:
-¿Así que vos fuiste el único que se salvó del accidente del avión?
Cesaron los cuchicheos y todas las miradas se dirigieron a mi. Yo me debo de haber quedado rojo, ya que carezco de inmunidad para estas situaciones y este pícaro descaradamente me obligó a mentir.
-Sí, así fue- tuve que responder.
Acto seguido todos lo miraron a el, para saber como seguía esto. Y entonces continuó:
-¿Y vos cómo te salvaste?
Pero como a esa ya me la estaba viendo venir, le contesté:
-Y bueno, yo salí nadando como pude y gané la costa.
Nuevo cambio de miradas en dirección a él, quien se sentía muy cómodo con esta fabulación y seguramente tenía bien pensada su continuación, pues fue precisamente aquí cuando me comentó con simulada pena:
-El que quedó adentro fue el petiso Kolzi, pobre. Yo estuve a verlo a la noche y los pescados le habían comido toda la nariz.
Casi se me escapa la risa, porque esa era una forma de saldar una antigua enemistad que este personaje tenía con nuestro colega Kolzi.
Por su parte la gente no se perdió una palabra del diálogo y seguramente el episodio habrá sido comentado durante mucho tiempo, ya que en esos pueblos y en esa época, no eran habituales sucesos como los comentados.
No había electrificación rural y las radios a pilas, no hacía muchos años que se había empezado a difundir.
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