Cómo debe posicionarse la Argentina con el regreso de Trump
Siempre he sostenido que la política exterior argentina no debería estar excesivamente condicionada por la elección de un líder en Estados Unidos, ya que los problemas estructurales internos y las dinámicas regionales son mucho más determinantes para nuestra política exterior.
En este contexto, es relevante reconocer que el presidente Javier Milei ha establecido una clara afinidad con Estados Unidos, así como con Israel. Este acercamiento ha sido evidente, especialmente en sus declaraciones sobre la importancia de fortalecer las relaciones bilaterales con Washington. De hecho, Milei ha adoptado una postura de alineación explícita con los intereses estadounidenses en diversas áreas, como la política internacional, la lucha contra el terrorismo, y el intercambio comercial.
Sin embargo, un análisis más profundo sobre las posibles consecuencias del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca nos muestra que, a pesar de que Estados Unidos no prioriza a Argentina en su agenda internacional, las políticas que implemente el mandatario norteamericano sí tienen la capacidad de influir en nuestra economía y en nuestra posición geopolítica. Por lo tanto, es esencial reflexionar sobre los posibles beneficios y desafíos que implicaría un segundo mandato de Trump.
Un eventual segundo mandato de Donald Trump podría generar tanto oportunidades como desafíos para Argentina. Desde el punto de vista de las relaciones comerciales, Trump ha demostrado ser un firme defensor de acuerdos bilaterales, lo que podría abrir puertas para renegociar términos comerciales con Estados Unidos de una manera más flexible, sin depender de tratados multilaterales.
En este sentido, sectores clave de la economía argentina, como la agricultura, la minería y la energía, podrían beneficiarse de un mayor acceso al mercado estadounidense. Además, Estados Unidos es el principal inversor extranjero en Argentina, por lo que una administración Trump podría ser favorable para las inversiones, especialmente en áreas vinculadas a infraestructura, tecnología y energías renovables.
Por otro lado, las políticas económicas de Trump suelen estar marcadas por el proteccionismo, la reducción de impuestos y el aumento del gasto público, lo que ha derivado históricamente en un incremento del déficit fiscal estadounidense. Estas medidas podrían tener un impacto negativo en los mercados financieros globales, elevando las tasas de interés a nivel internacional y exacerbando la volatilidad cambiaria.
En un contexto de tasas altas y políticas proteccionistas, el dólar se fortalecería, lo que probablemente resultaría en un aumento de la cotización del dólar en los mercados internacionales. Esto podría perjudicar a Argentina, ya que un dólar más fuerte tiende a impactar negativamente en los precios de nuestras exportaciones y en el costo de la deuda externa.
Además, la guerra comercial que Trump mantiene con China genera una serie de presiones sobre los países de América Latina, que se ven obligados a tomar partido en esta disputa entre las dos mayores economías del mundo.
A lo largo de su primer mandato, Trump no dudó en sancionar a aquellos países que buscaban fortalecer sus relaciones comerciales con China, una postura que podría intensificarse en su segundo mandato. Argentina, al ser un importante socio comercial de ambos países, se encuentra en una posición delicada. El país no puede permitirse ser percibido como un aliado exclusivo de uno de los dos, ya que sus intereses económicos y comerciales se verían gravemente afectados.
En este complejo escenario global, Argentina debe adoptar una estrategia de diplomacia pragmática, manteniendo una posición dual que le permita equilibrar sus relaciones tanto con Estados Unidos como con China. Ambos países influyen de manera significativa en nuestra economía y en nuestra política exterior, y elegir uno sobre el otro podría tener consecuencias negativas para el país.
China es actualmente uno de nuestros principales socios comerciales, e incluso a veces se ubica en primer lugar dependiendo del período. Además, el respaldo financiero de China, como el swap de divisas que el gobierno chino otorgó al Banco Central argentino, ha sido crucial para mantener la estabilidad de nuestras reservas y nuestra moneda. La relación con China también se extiende a otros sectores estratégicos, como la energía y las inversiones en infraestructura, áreas donde el gigante asiático tiene un peso considerable en América Latina.
Por otro lado, Estados Unidos, aunque menos dependiente de nuestra economía en términos comerciales, sigue siendo el principal inversor extranjero en Argentina. Su presencia en sectores clave como tecnología, energía y agroindustria es significativa, y su influencia en el sistema financiero global, en instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), es innegable. Si bien Estados Unidos no prioriza a Argentina en su agenda, es imposible desconocer el impacto que sus políticas pueden tener en nuestra estabilidad económica.
Dicho todo esto, el gobierno debe tener un manejo astuto y equilibrado de las relaciones con ambos actores, evitando que la presión de uno u otro nos obligue a tomar partido de manera absoluta. A pesar de las tensiones que puedan surgir, Argentina debe ser capaz de navegar en este escenario de polarización global con una estrategia que priorice sus propios intereses nacionales.
La Argentina no puede permitirse ser una pieza secundaria en el juego geopolítico entre las dos superpotencias. En lugar de adoptar una postura única, la clave será gestionar de manera flexible y pragmática las relaciones internacionales, teniendo en cuenta que la posición de Argentina en este tablero global debe ser autónoma, sin alinearse con ninguno de los dos bloques.
En conclusión, la victoria de Donald Trump en 2024 no debería interpretarse como una oportunidad o un riesgo absoluto para Argentina. El impacto real dependerá de cómo logremos navegar entre las tensiones globales, mantener nuestras relaciones comerciales y diplomáticas abiertas con ambos actores clave (Estados Unidos y China) y proteger nuestros intereses económicos sin caer en la trampa de la polarización geopolítica.
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