Con nuestros queridos viejos ¡NO! Les debemos la vida
Pensaba escribir algo festivo, pero mirando la televisión en estos días, cambié mis planes.
Mostraban imágenes inhumanas, crueles de jóvenes de la policía federal argentina golpeando, lastimando a un abuelo en el suelo, como hacen las jaurías de perros salvajes sobre su presa. Sus ojos afeados, desfigurados por el odio con que perseguían, corrían a los hombres y mujeres mayores, ancianos, o de la tercera edad, como quieran llamarlos. Algunas abuelas, señoras mayores, como alguna vez lo hicieron las madres de Plaza de Mayo, iban al frente para interponerse entre los atacantes y los agredidos. Con esas manos que siempre acariciarnos, amasaron el pan o trabajaron por sus hijos y nietos, trataban de frenar tan desquiciado atropello. También vi a jóvenes tratando de proteger a los abuelos, jubilados, de esa locura, agradeciendo la vida que de ellos habían recibido, cosa que los policías jóvenes parecen haber olvidado.
Ya veía la pantalla a medias, porque mis lágrimas, que ya no aguantaban las ganas de salir, comenzaron a mojar mi cara. Fue cuando vi a una joven mujer, corriendo, mientras empujaba una silla de ruedas tratando de sacar de esa escena terrible una anciana, tal vez su mamá o su abuela, que podía ser la madre de cualquiera de nosotros.
Escenas parecidas ya la hemos visto, con algunos gobiernos, creía, iluso de mí, que no volvería a verlas nunca más. Me equivoqué, porque olvidé que “las fuerzas del mal” siempre están.
Disculpen, porque sé que esperaban algo festivo, los defraudé, pero mi corazón y mi conciencia me exigían escribir sobre este hecho.
Apagué el televisor, y quedé en silencio, acompañado de mis lágrimas, mientras pensaba lo que quería decir a los gritos; para que escuchen los golpeadores y los que los mandan a reprimir con violencia; (que parecen no ser o tener en sus familias abuelos o abuelas).
Con nuestros queridos viejos ¡NO!
A ellos debemos abrazarlos; no maltratarlos de ese modo ¡NUNCA MÁS!
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