Discepolín y la grieta
Enrique Santos Discépolo, ese extraordinario artista, compositor, músico, dramaturgo y cineasta, nació en Buenos Aires el 27 de marzo de 1901. Enseguida la vida lo colocó en un sendero trágico, tramado por el abandono, el dolor y las pérdidas. A sus 9 años ya habían fallecido sus padres. Ese infortunio, esa soledad desgarradora, engendró una personalidad melancólica, una tristeza vital y una sensibilidad excepcional, desmesurada, que lo acompañó toda la vida.
Esa capacidad emotiva fue, por un lado, la savia por la que circuló la mixtura mágica entre la lírica y la identificación con los desdichados, como argamasa fundamental de sus maravillosas composiciones.
Y por otro signó su condición sufriente, sedienta de afecto, preocupado por conservar el amor del otro, aterrorizado por nuevos desamparos y desvalimientos.
Su hermano mayor Armando se hizo cargo de la crianza de Enrique, cuando quedaron huérfanos. Sin embargo su relación fue muy problemática, hasta el fin de sus días.
Hay teorías incluso que suman al maltrato de Armando, la hipótesis del robo de las obras de su hermano menor, sobre todo aquellos insuperables grotescos teatrales. Enrique, artista multifacético, desplegó sin embargo, toda su vena creativa en las composiciones de tangos.
En ellos no solo hizo viajar, como en un maravilloso río, el dolor propio, nacido de su historia personal, sino también, el sufrimiento de los desesperados y desesperanzados. Fue sobre todo, maravilloso cronista de su tiempo, de aquella dé cada del 30 donde la catástrofe de la humanidad fue tal, que hizo decir a Roberto Arlt que la angustia se podía tocar en
Buenos Aires, que flotaba en la atmósfera como una cosa perceptible.
Es que esa década infame congregó el crack del 29, el agotamiento del modelo agro-exportador, los golpes Cívicos y Militares y una decadencia moral y política que empujó a millones a la miseria material, y a una desilusión sin límites de la condición humana.
Discépolo retrató con precisión este pesimismo, iluminando la angustia metafísica de los desposeídos y abandonados.
Tangos inolvidables pintaron el desgarrón, como Quevacha- ché, Esta noche me emborracho, Yira Yira, y el descomunal Cambalache. Incluso la misma desesperación que describía Enrique, se traducía en la mayor cifra de suicidios de la historia. Fatalidad que encabezaron personajes célebres como Alfonsina, Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones o Lisandro de la Torre, y que tuvo el número más elevado de casos en 1933, año en que escribe el tango �STres esperanzas⬝, relato subyugante de la tragedia subjetiva y social que llevaba al hombre a buscar la muerte.
Sin embargo estos tangos maravillosamente desgraciados secaron su pluma cuando Enrique empezó a ver que los humillados y ofendidos del 30 se integraban poco a poco a un movimiento político que, por primera vez en la historia, reconocía sus derechos y su dignidad.
Las composiciones tangueras abandonaron sus contenidos trágicos y desesperanzados, adquiriendo otras significaciones más benévolas.
Es que comprendió que los pobres, los miserables, los excluidos del sistema oligárquico, encontraban cobijo en el peronismo y al fin podían avizorar, por primera vez en su historia, días felices y llenos de sol.
Esa intelección decidió una profunda identificación de Enrique hacia el movimiento político y su líder.
Su compromiso se encarnó más decisivamente en el año 1951 cuando aceptó participar activamente en la campaña por la reelección de Perón, como monologuista en el programa �SPienso y digo lo que pienso⬝, dando nacimiento a un personaje radial maravilloso, único, original: �SMordisquito⬝.
En él personificaba a un opositor imaginario con quien dialogaba Discepolín, en cada emisión radiofónica. Mordisquito era el símbolo del opositor �Scontrera⬝ que no podía reconocer nada positivo del gobierno, ni siquiera aquellas políticas que franca e indudablemente lo favorecieron.
Representaba al sujeto que muerde la mano de quien lo ayuda. Esa participación poco a poco fue transformándose en una pesadilla. El odio político, aquello que hoy se popularizó como la �Sgrieta⬝, lo fue entrampando inesperadamente.
Enrique comenzó a recibir cruelmente el repudio, la animadversión y el manifiesto rechazo del público. Familiares y amigos, dramáticamente, comenzaron a darle la espalda.
La antipatía, la saña, la inquina, comenzaron a adueñarse, como en una escena de terror, de su vida cotidiana.
En los bares y los lugares públicos la gente se retiraba cuando llegaba, muchos amigos dejaban de saludarlo y hasta lo escupían en la calle, su teléfono se llenaba de insultos a la madrugada y recibía, a cualquier hora, encomiendas con sus discos destrozados. Siniestros anónimos compraban todas las entradas del teatro para dejarlo vacío a la subida del telón. Este odio inaudito, esta intolerancia cargada de un rencor azuzado por los poderosos, por aquellos que nunca soportaron la dignidad de los pobres, de los trabajadores, fue haciendo mella en la salud de un hombre sensible, necesitado de afecto, solidario y atento al profundo deseo de ser querido.
Esta segunda orfandad fue fatal para el artista. Rápidamente se fue adelgazando, y desmejorando de tal modo que en sus últimos días no pesaba más que cuarenta kg... Con su humor excepcional decía que estaba tan flaco que las inyecciones se las daban en el sobretodo.
Finalmente, en una precipitación alocada de su deterioro, Enrique Santos Discépolo fallece, un 23 de diciembre de 1951, a los 50 años, de un paro cardíaco en brazos de su gran amigo Osvaldo Miranda. Murió víctima de la tristeza, la soledad, el abandono, la crueldad, murió injustamente un hombre que nos brindó creaciones maravillosas, aquellas que aun hoy nos estremecen, nos conmueven hasta lo más hondo, porque no pierden vigencia.
Esa ingratitud que solemos tener los argentinos, mortífera, de aniquilar a nuestros geniales y talentosos artistas, aquellos que le dan a nuestra vida despiadada y cruel, algún sentido de belleza y placer, malogró otra vez, la vida de Enrique.
Una persona puede morir de tristeza. Discépolo murió de tristeza e incomprensión, ese hombre que se decía, no triste, sino entristecido por otros hombres. Murió víctima de la grieta. Esa intolerancia que enfrenta a hombres que comparten la misma realidad, los mismos intereses, las mismas angustias.
Creo que hay que hacer una diferencia: la grieta no es lo mismo que la lucha de clases. Esta última existe como mínimo desde la revolución de mayo y, el peronismo, como expresión de los intereses del trabajador, en pugna con el capital que los explota, ha sido su manifestación más extraordinaria en la historia argentina.
La grieta es otra cosa. Expresa el odio rencoroso entre hermanos de clase social, por confusión o por defección. Por renegación del origen, por el obsceno deseo de pertenecer a las clases elevadas o el terror de descender a las desposeídas.
Eso que ha generado discusiones irreconciliables con familiares, amigos y vecinos, asados pendencieros y peloteras descontroladas, por la defensa, en alguno de los contendientes, de intereses ajenos, de sectores a los que aspiran a pertenecer, pero no pertenecen, a la elite, empresaria, terrateniente, oligárquica, identificándose con quienes los oprimen, ha sido denominado �Sla grieta⬝.
Esa grieta, útil a los poderosos, que ha originado el desencuentro y la amargura de quienes compartimos las mismas realidades, y el mismo deseo de liberación de los yugos de la explotación del hombre por el hombre, fue fatal para un extraordinario ser, solidario, bondadoso, empático, que retrató con su pluma inigualable la injusticia, la desigualdad, y la miseria de su pueblo.va nuestro homenaje a tan extraordinario artista.
(Los datos de la vida de Discépolo fueron extraídos de las investigaciones del historiador Norberto Galasso).
Sergio Brodsky