En defensa de la alegría
Tal vez mañana seamos campeones otra vez, y la alegría, esa emoción esquiva para los pobres, como lo señaló con mucha lucidez Marcelo Bielsa, se apodere de nuestros cuerpos, nos adueñemos de él y repliquemos la vivencia del “nosotros”, saltando y festejando, movidos por las pasiones alegres. Ese sentimiento de unidad y felicidad colectiva tan difícil de conseguir en otros ámbitos y circunstancias, sobre todo hoy, cuando la desgracia nos agobia, y el pueblo es presa de la parálisis, la indignidad, la resignación y una profunda tristeza, producto de la corrupción y la impunidad. El fútbol es, entre otras múltiples cosas, un instrumento de manipulación de masas, un ámbito de alienación y como tal ha sido utilizado por las Dictaduras, la que sufrimos sin ir más lejos con el Mundial 78. Pero excede sin dudas esa función. Por alguna razón convoca multitudes que se apasionan, a veces más por verlo que por jugarlo. Es que el fútbol es un espectáculo artístico en el que hay despliegue de fuerza, destreza, creatividad, relación, operatividad (1Ana Quiroga “Critica de la vida cotidiana” ediciones cinco) y juego, tal como lo señala Huizinga, sobre todo, un elemento fundamental de lo lúdico, la tensión, equilibrio, traba, contraste y desenlace. La tensión es placentera porque remite a una incertidumbre controlada, algo va a ocurrir, triunfo o derrota, y el enigma se disfruta y se sufre a la vez, en el cuerpo y en el espíritu. El fútbol, como juego tiene, además, como factor de motivación, ritmo y armonía, elementos que hacen a una vivencia estética (1). Para Pichón Riviere “viendo fútbol es posible lograr una fugaz vivencia estética, a través de un sentimiento de armonía y precisión en el juego, que aparece después de momentos de desorganización y ruptura…el fútbol se transforma en ballet” (1). El fútbol, esa dinámica de lo impensado (Dante Panzeri) atrae y emociona porque tiene tensión, juego, lucha, y estética y porque representa una puesta en escena en la que se satisfacen aquellas cualidades de las que carecemos o postergamos como seres comunes, como espectadores, y tratamos de satisfacer en la contemplación e identificación con los jugadores. En nuestra actualidad, la vivencia estética, el fútbol como arte, está más presente que nunca en esa selección de Scaloni, que lo despliega maravillosamente, en la exhibición de una belleza que llena los ojos y el alma de los espectadores. En fin, como lo expresó Pompeu, “El pueblo inventó con el fútbol, el teatro con participación de la platea”, es decir se presenta una obra en la que el público tiene un papel protagónico. El futbol se parece mucho al teatro, es un espectáculo, pero a diferencia de lo que sucede en el mundo de las tablas, el espectador posee en el deporte, una participación activa, es un protagonista con una enorme incidencia en lo que sucede en su desarrollo. Sin embargo, el hincha no juega, contempla a los jugadores y solo logra depositar en ellos las expectativas de triunfo. Lo hace por delegación y sobre todo a partir de una masiva identificación con el sentimiento de logro del equipo. Es también por eso, una forma de la ilusión, del engaño, cuando por ese sentirse parte, el hincha siente que triunfa, que gana, que es campeón. Esta ilusión suele expresarse en la frase “Somos campeones, ganamos la copa”, en la que nos identificamos con el triunfo. En esa expectativa, los hinchas intentamos mágicamente resolver las insatisfacciones, tristezas, frustraciones y sufrimientos de lo cotidiano, transferimos en ese logro todas las expectativas de éxito truncas en nuestras vidas, y por eso, cuando no se consigue, todos esos fracasos, reveses y desengaños se expresan violentamente, las más de las veces, contra aquellos que naturalmente y hasta cinco minutos antes, eran ídolos indiscutidos. Allí se desnuda el engaño de la alienación, de las ilusiones que se depositan en el fútbol, aquellas que intentan distraernos de la tragedia que vivimos, de la pobreza y el ajuste, de la entrega impune de la Patria, de esa derrota por goleada que sufren los trabajadores. Esas distracciones que no competen solo al fútbol, sino al show obsceno de una tv que nos enajena en la búsqueda las 24 horas de una desaparición espeluznante, transformada en espectáculo permanente del morbo, o en la propuesta de un reality para vaciar intelectualmente nuestras mentes en un esfuerzo de regengación de lo que sucede. Ojalá que ganemos mañana, porque necesitamos esas alegrías, al menos, recuperar ese sentimiento de que juntos, con entusiasmo y recuperando nuestra dignidad y nuestras fuerzas podremos vencer la derrota. Porque, como la ha desarrollado Spinoza, las pasiones alegres constituyen la fuerza de las transformaciones sociales, la tristeza sólo nos hunde en la desesperanza y la resignación, y por eso nos quieren triste. Si el triunfo de mañana sirve para recuperar esa alegría, bienvenido sea y ¡Vamos Argentina!
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