¿Nuevo Pacto Roca-Runciman? La trampa geopolítica que Argentina no puede volver a repetir
A 90 años del controvertido Pacto Roca-Runciman, que ató la economía argentina a los intereses británicos en plena crisis global, el país enfrenta un nuevo desafío estratégico: evitar repetir los errores del pasado al definir su posición entre Estados Unidos y China.
La administración de Javier Milei ha mostrado una clara inclinación ideológica hacia Washington, pero en un mundo donde el poder económico se desplaza hacia Asia, esta decisión podría ser un grave error estratégico.
Argentina mantiene con China una relación comercial complementaria, basada en exportaciones de materias primas e importaciones de manufacturas, mientras que con EE.UU. competimos en sectores clave como el agroindustrial. Si el gobierno insiste en alinearse exclusivamente con Washington, arriesga perder mercados vitales y financiamiento clave, sin obtener a cambio ventajas reales.
El riesgo de depender de una potencia en declive
El Pacto Roca-Runciman (1933) firmado en plena Gran Depresión es un claro ejemplo, convirtió a Argentina en un socio subordinado de Gran Bretaña, limitando su desarrollo industrial a cambio de cuotas de carne.
El Pacto no fue un simple acuerdo comercial: fue un pacto de subordinación que condicionó el desarrollo argentino durante décadas.
A cambio de mantener las exportaciones de carne a Reino Unido, Argentina aceptó cláusulas que: frenaron la industrialización (no se podía crear industrias que compitieran con las suyas), entregaron sectores estratégicos a capitales extranjeros (ej: los ferrocarriles y los frigoríficos), y crearon una dependencia estructural (el 90% de las exportaciones argentinas dependían de Reino Unido).
Un mercado que, tras la Segunda Guerra Mundial, entró en declive. Cuando los británicos dejaron de comprar, Argentina no tenía alternativas ni industria propia.
Hoy, EE.UU. ya no garantiza mercados ni hegemonía indiscutida: su economía enfrenta desafíos estructurales, su liderazgo político es volátil (con un posible regreso de Donald Trump) y su capacidad para sostener a aliados es cada vez más dudosa.
Un ejemplo claro es el análisis de Tim Cook (CEO de Apple), quien explicó que EE.UU. no puede fabricar iPhones por falta de infraestructura y mano de obra calificada. Si ni siquiera la primera potencia tecnológica del mundo es autosuficiente, ¿qué puede ofrecerle a Argentina? Su mercado no depende de nuestros productos (como sí lo hace China), y en sectores como la soja o el litio, somos competidores.
China: socio comercial clave y respaldo financiero
Mientras EE.UU. prioriza su agenda geopolítica, China es hoy el principal comprador de soja argentina, un inversor clave en energía e infraestructura y el proveedor del swap cambiario que salvó las reservas del BCRA. Además:
En 2023, China fue el primer destino de las exportaciones argentinas (superando a Brasil en algunos meses).
Financia proyectos estratégicos como represas hidroeléctricas y centrales nucleares, y su demanda de alimentos es estable, a diferencia de la volatilidad de los mercados occidentales.
Además, el respaldo financiero de China, como el swap de divisas que el gobierno chino otorgó al Banco Central Argentino, ha sido crucial para mantener la estabilidad de nuestras reservas y nuestra moneda, y también tuvo una importante contribución en el reciente levantamiento del Cepo por parte del gobierno.
La relación con China también se extiende a otros sectores estratégicos, como la energía y las inversiones en infraestructura, áreas donde el gigante asiático tiene un peso considerable en América Latina.
Si Argentina se distancia de Beijing, no habrá un reemplazo equivalente. EE.UU. no comprará más soja ni litio, y su ayuda financiera llega con condiciones (como demuestra el histórico conflicto con el FMI).
No es casualidad que, en América Latina, Brasil, Chile y Perú están profundizando día a día sus vínculos con Beijing.
EE.UU.: inversiones sí, pero no complementariedad
Por otra parte, Washington sigue siendo el mayor inversor extranjero en Argentina, especialmente en sectores como tecnología, energía y finanzas. Sin embargo: sus empresas no necesitan nuestros productos (a diferencia de China), en el agro, subsidian a sus productores, distorsionando la competencia, y su política exterior es impredecible (basta ver el proteccionismo de Trump o los vaivenes en el apoyo al FMI).
Un acercamiento excesivo a EE.UU. no garantiza mercados, pero sí podría provocar represalias comerciales de China, como ya ocurrió con Australia tras su alineamiento con Washington.
Conclusión: un juego que no nos corresponde
La pelea comercial y tecnológica entre EE.UU. y China no es nuestro conflicto. Argentina debe evitar caer en la trampa de la polarización geopolítica y, en cambio, adoptar una diplomacia pragmática que priorice: 1) Diversificación comercial: mantener acceso a ambos mercados sin exclusiones, 2) Atracción de inversiones sin condicionamientos ideológicos, y 3) Fortalecimiento de alianzas regionales (Mercosur, BRICS) para negociar con mayor poder.
No hay “plan B” que reemplace a China: ni EE.UU. ni Europa ofrecen mercados, financiamiento o tecnología equivalente. Si Milei insiste en “jugar el partido de EE.UU.”, repetirá el error histórico de subordinar el interés nacional a una potencia que no ofrece reciprocidad.
En fin, en el siglo XXI, las naciones que prosperan son las que saben navegar entre gigantes sin quedar atrapadas en sus guerras. Argentina no puede darse el lujo de elegir un bando. El futuro depende de no cometer los mismos errores del pasado.
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