Un caso de violencia institucional que nos lleva a repensar el trabajo en las escuelas
Durante estos días, en las redes sociales de la Escuela de Educación Técnica N°1 “Brig. Gral. Pascual Echagüe”, las autoridades publicaron fotos de las “egresadas mujeres” de este año vestidas con traje (saco y pantalón negro, corbata roja), como se visten cada año “egresadas y egresados” para sacarse la foto que forma parte de un “ritual” de la institución que cumple cada promoción.
La foto aparecía acompañada de un mensaje que intentaba reivindicar una posición feminista que se desvanecía en el aire al instante, por sí sola, cuando alguien observaba el contenido de la imagen, con pibas “vestidas de varoncitos” que parecen “forzadas” a ponerse un traje que no eligen, como tampoco parecen elegirlo los “egresados varones”, sin duda.
Pero ese traje en ellas convierte a la imagen en una situación explícita de violencia simbólica, en una escuela pública.
La imagen parece de siglos pasados, pero es de las pibas que pertenecen a la promoción 23. Los directivos de la institución plasmaron algunos mensajes en las redes intentando defender la posición que toman al difundir esa imagen, se entiende que con las mejores intenciones, alegando que responde a un “sentido de pertenencia”, “prácticas concretas vinculadas con el vivir en sociedad”, “la lucha de la mujer por poder usar pantalones”, “uniforme oficial de nuestra institución”, “escuela tradicionalmente creada para varones” todas frases hechas que a nadie le suenan mal, con las que casi nadie estaría en desacuerdo, pero vacías de sentido y significación para explicar la imagen y que dejan más al descubierto la violencia allí presente.
El sentido de pertenencia no se logra “forzando” a llevar a cabo determinada acción, se logra con acciones democráticas que permitan y reflejen decisiones libres. Y no pareciera ser que quienes se sienten “con sentido de pertenencia” a esa institución sea precisamente por “el traje negro y la corbatita roja”. Y si así le ocurriera a alguien se debería poner la mirada crítica sobre eso porque para ninguna institución sería sano y productivo que la identidad se logre de esa manera, cualquier teoría pedagógica hoy desestima esa visión, es decir, la ciencia se manifiesta sobre situaciones de este tipo y las “tira por la borda” con miles y variados fundamentos científicos.
Es violento “exigirle” a alguien que se vista de determinada manera, no sólo porque puede haber estudiantes que no puedan acceder a la prenda que les exigen, sino porque va contra sus decisiones más personales. Si no puedo decidir peinarme, vestirme o pintarme el pelo como quiero entonces probablemente existan más posibilidades de que me parezca que esté bien que mi pareja me lo impida también. Es un pasito nada más de diferencia entre una y otra situación, un hilo finito las separa. Y ya sabemos cómo pueden terminan esas situaciones violentas de machismo.
Pero hasta ahí eso podría ser el reflejo de lo que ocurre en cualquier institución, si nos referimos solamente al “uniforme”, la diferencia es que en esta institución a las pibas no sólo les dicen cómo tienen que ir, además les “exigen” que vayan con ropa que culturalmente se considera para varones, las hacen vestirse de traje y corbata. Igual, por más que las pibas se vistan así porque “realmente quieren”, aquí por lo menos vamos a ponerlo en duda, es consecuencia del proceso construido por esa misma institución en sus propios pensamientos y actitudes fundamentadas bajo una posición institucional “machista”, violenta.
De los “uniformes escolares” lo único que se puede decir es que ni a nivel nacional ni provincial existen leyes que “obliguen” a estudiantes ir a la escuela con un uniforme, ni para su paso diario en la escuela ni para eventos especiales oficiales (como las autoridades expresan que ocurre en esta institución) ¿Eso lo saben las autoridades de las escuelas? Se supone que sí, o, debieran. No existe normativa alguna que sugiera, exija u obligue al uso de uniformes en las escuelas.
El uniforme es una “costumbre que quedó” y si bien en muchas escuelas les solicitan al alumnado que intenten asistir con ropa blanca, azul, gris, negra, es simplemente una sugerencia, que tampoco tiene fundamento alguno, es un intento de formalidad. Pero siempre se piensa en general que puede haber estudiantes que no pueden cumplir con eso, por diferentes y variados motivos, sobre todo económicos, y eso es entendible y comprensible sobre todo en el contexto económico actual.
Y “una práctica concreta para vivir en sociedad” tampoco es andar vestida de traje con corbatita (roja) por la vida, ya casi tampoco los varones lo usan. Es una prenda cara, y quién sabrá cuántos malabares hará el estudiantado para poder tener ese traje exclusivo para esa noche, sólo para esa noche. Hoy, casi nadie, por no decir una porción ínfima, va a buscar trabajo “de traje y corbata”, esa costumbre que en algún momento fue muy sólida hoy ocurre de forma aislada. Eso es visible a través de los medios tradicionales y en las redes sociales, hasta en los eventos oficiales e institucionales más prestigiosos se ve gente vestida bajo una nueva formalidad que no es la del traje con corbata, es precisamente sin corbata, jeans, y hasta de bermudas y zapatillas. Y eso ocurre con “varones” porque si casi no hay varones vestidos así mucho hay mujeres que se vistan así en eventos oficiales institucionales. Hacerles poner el traje a mujeres torna a la actitud mucho más hostil aún. Los tiempos cambiaron, todo se transformó. No se puede sostener una costumbre tradicional, por el sólo hecho de sostenerla, si no hay un fundamento productivo y significativo para la educación y el aprendizaje, no se la puede seguir reproduciendo sólo por tradición. Ni las modas, algo mucho más banal, se sostienen bajo esos preceptos o fundamentos.
Las escuelas son consideradas las instituciones democráticas en sí mismas, los sentidos de pertenencia y de preparación para el desarrollo de la vida como ciudadanía responsable se logran con actitudes y acciones de libertad, propias de una vida en democracia. La prohibición nunca es la solución, nunca es el camino, la educación sin exclusión es la solución.
Este escrito es un simple intento de reflexión y mirada crítica para poder aportar a la transformación de las instituciones educativas y para no ser cómplice de la mirada inocente que invisibiliza o intenta encubrir la vulneración de los derechos más básicos de estudiantes, de las personas que se están formando en una escuela pública. Una imagen que representa una clara posición machista naturalizada, con la que se vulnera el derecho a la educación más allá de la invasión personal.
Esa imagen representa lo que no debiera ocurrir en las escuelas porque va en contra de los artículos más básicos de la ley nacional de educación, de la ley provincial de educación y de cualquier resolución reciente emitida por el CGE, porque no hay una visión de estudiantes como sujetos de derecho. Sin dudas va en contra de la ESI. Es violencia simbólica, violencia machista, violencia institucional.
Lo importante y rescatable es que en la misma institución parecieran tener intenciones de poder revertir estas situaciones, por lo menos es lo que se entiende de las intervenciones que las autoridades mismas han hecho en esa misma publicación, reconocen que hay mucho por trabajar aún allí en la escuela. Un gran reconocimiento a las chicas egresadas que han tenido que “resistir” a tanto para llegar hasta allí.
Lic. Liliana Rueda