Despidos, salud mental y miseria planificada
Cuando durante la semana voy pensando el tema, o los temas que escribir en ésta columna que tan generosamente me ofrece el diario, tarea de difícil selección, desfilan por mi cabeza historias bellas, experiencias positivas y gratificantes para narrar y compartir, sin embargo, últimamente y en particular ésta semana, me resulta imposible, creo que como a la mayoría, abstraerme de una realidad durísima y agobiante que transitamos.
No encuentro manera de escribir de otra cosa que no sean los despidos masivos de trabajadores que, como si fuera un logro, anunció el gobierno nacional, exultante y perverso. Cómo pensar en otra cosa cuando la tragedia de miles de desempleados que llegarán a su casa con el terrible interrogante de ahora cómo sostener la subsistencia de su familia, de sus hijos, del alimento, de la escuela, de la salud, de soportar como un plus siniestro, que hay muchos aun que celebran esa desdicha, con una crueldad que se ha transformado en el síntoma social predominante, que ha posibilitado la pesadilla que se ha instalado en nuestra Patria, descompone de un modo siniestro el momento . Crueldad y odio. El odio es una emoción primitiva e irracional que se sostiene en la certeza de que hay enemigos responsables de mi malestar y que su aniquilación, real o simbólica, restituirá el estado de placer puro del yo, anterior a la perturbación. Para que el odio pueda expresarse es un requisito necesario construir enemigos a quienes atribuir la culpa del infortunio y depositar ese veneno que es producto de las frustraciones. Así lo hizo el Nazismo, culpó a los judíos, a los gitanos, homosexuales y comunistas y los exterminó en los Campos de Concentración, en un clima de banalización de la maldad. Así lo hizo la Dictadura Genocida en Argentina, repudiada con marchas y actos multitudinarios el 24 de marzo, en los que quedó claro de que no se trata, como lo dijo Estela Solaga en su discurso en la Plaza Urquiza, en este caso, de diferencias políticas en cuanto a la reivindicación o el repudio al Terrorismo de Estado, sino de carácter ético, moral y humanas, las que nos separan de los que adhieren a las barbaries del Genocidio. Por esa razón, aquellos sectores políticos que apoyan las políticas del gobierno nacional, negacionista, que como aquel de Martínez de Hoz planifica la miseria del pueblo (concepto luminoso de Rodolfo Walsh que une las experiencias de la Dictadura con la presente) carecen de las premisas éticas para reivindicar los derechos humanos, sin caer en cínicas contradicciones, como quedó expuesto en la Plaza.
No hay que ser especialista para reconocer el lazo que vincula los despidos, el desempleo, la desocupación con una grave afectación de la salud mental de las personas, sus familias, su círculo social y la comunidad toda. De todos modos es interesante acudir a las investigaciones como las de Miguel H Orellano quien en su libro "Trabajo, desocupación y suicidio: efectos psicosociales del desempleo", en el que estudia en profundidad la relación entre la situación de desempleo y la conducta suicida, considerándola una patología social y aborda las intrincadas relaciones entre la salud mental y el trabajo, poniendo especial énfasis en los efectos disruptivos del desempleo sobre la salud colectiva. La salud mental no es una isla, es un proceso complejo afectado por las variables sociales, económicas, políticas y culturales. El desempleo y la desocupación ya han hecho estragos en la década del 90 y el estallido del 2001. Hombres y mujeres deprimidos por una pérdida devastadora. Los hombres, sobre todo, por padecer el mandato de su rol de proveedor que constituye un pilar de su autoestima en las masculinidades construidas en el machismo. Destrucción del amor propio, sentimientos pérdida de la identidad y valor, graves sentimientos de fracaso suele asaltarlos. Tenemos la dolorosa experiencia de las secuelas de la persecución y despidos de la Empresa telefónica de Francia a principios de siglo, con 30 suicidios de los trabajadores desempleados, como testimonio de un drama inconmensurable. Del mismo modo, a fines de la década del 90, una ola sacudió a "Las Heras", un pequeño pueblo petrolero de la provincia de Santa Cruz, acontecimiento no desligado de la privatización de YPF y del que brinda un testimonio único y significativo el libro de Leila Guerriero "Los suicidas del fin del mundo: crónica de un pueblo patagónico, en donde dice "Las Heras, con su magma de desempleo y falta de futuro para los jóvenes". Atravesó en prosperidad petrolera los años 80 y principios de los 90, "pero en 1991 comenzó el proceso de privatización de YPF en manos de Repsoly el paraíso empezó a tener algunas fallas... YPF redujo personal, tercerizó procesos y, de tener aproximadamente 50 mil empleados en todo el país, pasó a tener cinco mil. No hubo como evitar el impacto. De a poco, con más ímpetu desde 1993, la crisis hizo furor en la ciudad. En 1995 el desempleo trepó al 20% y siete mil personas se fueron de Las Heras. Quedaban los que estaban cuando fui. No todos, pero si muchos, eran los solos y los dolientes, los rotos en pedazos. De algunos, no todos, habla esta historia". Norberto Galasso, ha referido que la preponderancia de los suicidios de adultos mayores en la década del 90 refiere a la indignidad a la que los sometieron esas mismas políticas de miseria planificada que hoy Milei replica.
En este momento tan dramático para las personas que han sido despedidas ,es necesario generar redes de contención y acompañamiento que les permita transitar este trauma hasta que nuestro país encuentre un camino reparador de la desgraciada circunstancia que atraviesa, de reconstrucción de los lazos solidarios que den fin a las calamidades desatadas por el presente gobierno. Para lograrlo es necesaria la unidad y la resistencia, para lograrlos va a ser necesario que nuestra alma desee profundamente, aspire profundamente a la felicidad del otro, que celebre su regocijo, superando el odio y la crueldad que la envenena y envilece.
Sergio Brodsky