La salud mental entre crisis, despidos y desmayos
Las noticias circulan vertiginosamente, una tras otra, vorágine imposible de digerir, todas afectan profundamente nuestras vidas, cuesta mucho encontrar alguna que nos dé alivio y esperanza, por el contrario generan angustia, estrés, dolor, sufrimiento, tristeza, una honda conmoción de nuestra vida emocional.
El padecimiento no solo es personal, puesto que quienes aún podemos lidiar con la catástrofe económica no podemos sentir bienestar por la afectación de las vidas de nuestros conciudadanos, sujetos a la desesperación del abismo en el que los ha situado una política destructiva y despiadada, basada en un saqueo y un ajuste brutal. Claramente las dificultades o imposibilidades de satisfacer las necesidades básicas de la subsistencia, alimentos, abrigos, remedios, afecta letalmente la salud mental colectiva, si la entendemos como una dinámica del bienestar de la comunidad cuya lógica es la gratificación de esas necesidades que, en una sociedad humana, debiera contar como un derecho universal. Y no solo esas carencias están amenazadas, sino también las referidas a la seguridad laboral, con los despidos masivos, a la seguridad ciudadana por la violencia discursiva del Presidente de la República, sus prácticas y comportamientos antidemocráticos, por la inquietante incertidumbre que desata permanentemente con sus planteos inestables y perversos, por el ataque a todos los sectores de la vida social, la ciencia, el arte la cultura, por la represión salvaje, inhumana que desata frente a toda manifestación de descontento, y porque todo aquello es llevado a cabo con un nivel de crueldad, insensibilidad y cinismo indigeribles para cualquier sujeto sano. La repugnante búsqueda de un individualismo atroz, de la fractura de todo lazo solidario y empático, fortalece un preocupante escenario social, atravesado por la banalización de la maldad, por fascismos bobos y por el despliegue de sadismo que hasta cierto punto explica el surgimiento de una figura que lo refleja en el Poder. Todas las medidas de saqueo del país en beneficio de las grandes corporaciones económicas lo explican, pero particularmente las que afectan la asistencia a comedores, a jubilados y los medicamentos que no llegan para las personas con enfermedades oncológicas, expresan una crueldad que Fernando Ulloa encuadraba en lo que denominó “encerrona trágica” una escena dual, de torturador y torturado, en la cual el sometido necesita del verdugo para sobrevivir, sin apelación al tercero de la ley que fije límites. Este concepto fue construido en el análisis de las situaciones de tortura que los genocidas ejercían sobre los secuestrados en los campos de extermino argentinos. Igualmente criminal es vía ajuste dejar a un jubilado que depende de su salario sin alimentos y medicamentos, o a un niño sin los alimentos o, crimen más evidente y siniestro, sin la asistencia a los remedios a los enfermos de cáncer, como lo han denunciado todos los medios de comunicación. El gobierno se desentiende y naturaliza la maldad, muchos ciudadanos, y esto es muy preocupante, por lo perverso de la actitud, celebran y disfrutan del dolor del otro, de la represión, de la angustia y de la muerte de quienes sufren verdaderas tragedias. Los sectores fragilizados de la sociedad sufren ataques de violencia y discriminación inusitada, como las personas con síndrome de Down y sus familias, las mujeres las diversidades, los derechos humanos en general, son agredidos monstruosamente. Las necesidades humanas cuya satisfacción aminoran el malestar en la cultura, es decir las de la subsistencia, la identidad, la seguridad, el respeto, la solidaridad, la integridad familiar, el trabajo etc. están siendo arrasadas por la cultura del odio, por la justificación de la maldad, y decíamos que en la encerrona trágica no existe el tercero de la ley como apelación de última instancia porque en las circunstancias actuales, el Poder de la “Justicia”, brilla por su ausencia en su capacidad de imponer la ley, tirando a las fieras a los desamparados. En la semana que está transcurriendo, los despidos de distintos organismos, sobre todo de los dependientes de la administración pública, han sido muy importantes, dejando miles de trabajadores en las calles. Quien ha vivido alguna vez una situación de despido sabe que constituye un drama descomunal, donde además de la desesperación por lograr el alimento de la familia, aquello que a los hombres los derrumba por la construcción de su rol de proveedor como identidad masculina, produce una crisis catastróficas en su vida social y familiar, generando situaciones de depresión grave y elevado riesgo de suicidio (con el agravante del colapso de los sistemas de asistencia de la salud mental), como lo desarrolla de un modo brillan te Miguel Orellano, en el libro “Trabajo, desocupación y suicidio”. Nuestra salud mental depende de la recomposición de políticas que nos brinden seguridad y estabilidad para satisfacer nuestras necesidades básicas, un horizonte más previsible, para lo que es necesario una intervención fuerte del Estado de Bienestar y la restauración de la solidaridad para reconstruir la afectividad colectiva, exactamente lo contrario que sucede en la actualidad, en un gobierno que apuesta a la violencia sobre los ciudadanos y que seguirá produciendo desmayos como escenificación de una cultura de la mortificación imposible de tramitar.
Sergio Brodsky