Por qué no debes sentirte culpable si no haces nada durante la cuarentena
Impera la idea de aprovechar al máximo el tiempo de confinamiento, una presión que termina por agobiar a muchos.
Enfrentarse al paso de las horas es un reto que a veces no dominamos. Acostumbrados a una vida frenética, a no parar casi por casa, a llenar nuestros fines de semana de actividades y reuniones infinitas, parar de golpe nuestra vida social y encerrarnos en casa puede ser un tormento.
La cuarentena derivada de la crisis del coronavirus, que mantiene a la mayor parte de los ciudadanos del mundo confinados en sus casas, ha cambiado el paradigma de nuestra vida: lo que antes representaba la normalidad �ir al gimnasio, tomar una cerveza en una terraza, pasear de la mano por la ciudad� ahora es imposible. Hacer frente a esta nueva realidad es el motivo que ha propiciado que las personas, a través de las redes sociales, hagan todo lo posible para plantear actividades y mantenerse ocupadas; es el momento de hacer todo aquello que siempre ponemos excusas para no llevar a cabo: aprender a tocar la guitarra, leer todos los libros que se apilan en la estantería y matarse a hacer ejercicio.
Pero, en esta frenética casi imposición de actividad, muchos han encontrado un problema: no tienen ganas de hacer nada. No, no les apetece hacer tres videollamadas al día ni ponerse a cocinar pasteles y bizcochos como si del fin del mundo se tratara. Es por ello que, ahora que casi es norma mostrar por redes sociales lo mucho que aprovechamos estos días de cuarentena, en la inactividad elegida puede aparecer un sentimiento inevitable: la culpabilidad.
Incómoda «culpa»
«Con normalidad las personas exhiben su estilo de vida maquillado con muchos filtros de felicidad. Con la cuarentena simplemente se ha agudizado una realidad con la que todos convivimos desde hace tiempo», explica Cristina Ramos, psicopedagoga y arteterapeuta de Instituto Centta.
Es por ello que muchas personas tienden a sentirse mal bajo la percepción de que están perdiendo un «valioso tiempo».
«Hay un verdadero imperativo social que establece una exigencia de la forma correcta de vivir este momento, relacionado con �Stener que⬝, lo que produce una gran ansiedad al no poder cumplir con estas expectativas, porque nuestros sentimientos son muy cambiantes, alternantes y desconcertantes a veces», apunta por su parte Sandra Isella, directora del Centro Psicológico Cepsim.
La profesional ejemplifica: si durante el comienzo del periodo de cuarentena, muchos todavía en estado de shock, se propusieron decenas de objetivos «sin poder dimensionar lo que vendría», ahora que «cada vez estamos más desmotivados» aparece un sentimiento de culpa por no cumplir los propósitos iniciales.
Aun así, Cristina Ramos explica que «la culpabilidad es una respuesta aprendida que tiene que ver con nuestro sistema de creencias», por lo que es posible que las personas que se sientan culpables por no aprovechar el tiempo en la cuarentena «ya se sentieran así antes por razones diferentes».
No hacer nada
como supervivencia
Pero, una vez relativizamos ese sentimiento de culpabilidad, llegamos a un punto en el que nuestra reacción al confinamiento es la manera en la que entendemos nuestra propia supervivencia. Por ello, explica Sandra Isella que nuestra reacción puede ser la de «hacer nada», así como «aburrirnos, impacientarnos a ratos, estar cansados o enfadados».
«Tenemos una tarea que requiere tanto esfuerzo adaptativo que las diversas emociones que experimentamos ayudan a acomodarnos mejor. Por ello es importante darle cabida a las emociones que sentimos, no rechazarlas, sino comprenderlas y darles un espacio para procesarlas», dice la profesional. Y, aunque nuestra cabeza nos haga sentir culpables por no subirnos al atestado tren de la hiperactividad, dentro de la inactividad también podemos encontrar beneficios.
«Hacer nada es imposible. Cuando nos sentamos a que nos dé algo del sol, si nos tumbamos en el sofá, si dormimos una hora más, estamos haciendo algo: nos estamos cuidando», explica la psicóloga Cristina Ramos.
Asimismo, la directora del Centro Psicológico Cepsim apunta que, en estas circunstancias tan particulares, es importante «permitirnos no tener ganas de hacer nada», ya que nuestro estado de ánimo puede verse afectado.
Beneficios
de la quietud
Es por ello que la psicóloga recomienda que, más que pensar en sacar beneficios, es importante aceptar el momento y centrarnos en «dejarnos acompañar, poder conectar con otros, consolarnos mutuamente, apoyarnos de modo que cuando uno decae o desespera haya otro que siga para adelante».
Las profesionales hablan sobre otra oportunidad que nos ofrece esta convulsa situación: la de conocernos mejor a nosotros mismos. Explica la psicóloga Ramos que, lo primero que vamos a aprender de nosotros es nuestro estilo de afrontamiento ante una situación difícil.
«Hay personas que ocupan su tiempo con muchas actividades porque no son capaces de aceptar la realidad y tienen serias dificultades para gestionar la soledad», dice la psicóloga y añade que «nadie debe juzgar nuestra conducta porque lo que aparentemente puede ser lo ideal, en ocasiones sólo sirve para disfrazar un malestar que sería mucho más productivo enfrentar».
A modo de conclusión Sandra Isella rescata una potente idea: «Es una gran oportunidad de aprendizaje, de curas de humildad, de reconocer nuestras limitaciones, nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad y al mismo tiempo, nuestros recursos y nuestras posibilidades, hasta ahora dormidas o desconocidas».
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