Crepúsculo
Unas pocas nubes se desplazan lentamente en el cielo diáfano, azul, infinito, que lentamente va adquiriendo un tono grisáceo al descender el sol hacia occidente y a esa hora sus rayos oblicuos ya no calientan en esa tarde tranquila de verano caluroso, cuando se calma toda actividad y la paz del crepúsculo invade la inmensidad del campo entrerriano.
En el patio descansa el carro playero con sus varas hacia arriba, semejando dos brazos que se elevan como clamando por lluvia, apoyando su caja en el “muchacho” que descolgado del eje le sirve de sostén, y algún caballo recién desatado se revuelca en los pastos por la picazón que le produce el sudor, a pesar del par de baldazos de agua en el lomo, mientras el resto pasta tranquilamente junto a la yegua madrina, cuyo cencerro se escucha con mayor nitidez a medida que se apagan los rumores del día.
Debajo del carro, el perro de la casa, fiel compañero de los trabajos rurales, estira su cuerpo sobre los yuyos con las manos hacia adelante y sus patas abiertas buscando algo de fresco, respirando agitado con la lengua colgando hacia un costado de la que caen gotitas de saliva, observa con atención cómo el patrón entra y acomoda los arreos en el galpón, húmedos por el traspirar de los animales de tiro.
En el maizal ya maduro, a la distancia se divisa el “bendito” con el clásico color amarillento de las cañas y las chalas del maíz, del que comienza a elevarse una fina columna de humo, señal de que comienza el descanso de la diaria labor de la deschalada, hora de matear y engrasar las manos con sebo tibio derretido para sanar las heridas producidas por los cortes de los bordes filosos de las hojas secas, donde no faltan a veces visitas de peones de chacras vecinas, “golondrinas”, venidos de lejos para la zafra, que por las noches y aportando algo para comer ó beber, acuden a compartir el ocio y el descanso, con su típica parsimonia, compartiendo cuentos de fogón, sucedidos, y algunas otras distracciones, según las circunstancias, ya que también suelen haber deschaladoras...
Hay veces en que en forma repentina comienzan a caer algunas gotas y en momentos se convierten en chaparrón que se desprende de alguna nube extraviada, de muy poca duración. Al mojar el polvo seco produce un agradable y típico olor a tierra mojada, que no logra refrescar el ambiente caluroso, provocando que en el cielo se forme como por arte de magia un arco iris, cuyos siete colores se observan nítidamente esfumándose en sus extremos. Al verse sorprendidas algunas gallinas que se encaminan hacia el galpòn ó algún árbol bajo para dormir, cruzan corriendo por el patio con sus cuerpos erguidos tratando de qu e en esa forma resbale el agua de lluvia por sus plumajes polvorientos.
“Sol con lluvia... se casa una vieja...” murmura algún paisano sin sacar el cigarro de entre sus labios, cambiándolo de posición con la lengua, agregando algún palito seco al rescoldo para avivar el fuego bajo el trébedes, donde calienta el agua en la negra “caldera” para empezar a matear.
A través de las ventanas del grupo de casas de la colonia comienzan a verse las primeras luces encendidas de las lámparas ó faroles, y en el cielo, para el lado del poniente, mientras se extingue el día y el sol se oculta, se forma en el horizonte un espectro de colores brillantes semejantes a un gran incendio que se refleja en las nubes multiformes, de rojos, anaranjados, amarillos, mientras que de las hojas de las ramas quietas de un sauce llorón se desprenden gotitas de lluvia brillando como pequeñas gemas preciosas con los últimos vestigios luminosos.
Algunos pájaros, silenciosos, vuelan de árbol en árbol buscando refugio adecuado para pernoctar, sorprendiendo el canto tardío de algún hornero en la puerta de su casita de adobe como despidiendo el día, y aparecen miles de bichitos de luz en la penumbra como tratando de iluminar con sus diminutas e intermitentes lucecitas la incipiente noche.
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