El juego de la taba
Con mi hermano mayor anduvimos apurados todo el día porque queríamos ir a ver una gran jugada de taba en lo de don Pantaleón Cardozo, con despacho de bebidas, almacén y carnicería en la Colonia Antelo (Después Colonia Federal).
Nos dijeron que andaba mucha gente del monte, con mucha plata y dispuestos a jugarla. Mi hermano se había puesto bombacha ancha para parecer más hombre. Era de mayor edad que yo, solo tres años, pero a esa edad se nota. Era de mayor estatura, por lo menos en ese tiempo, pero después ya no.
Nos llevó Juan Coradini en su chatita Ford “A” y entrándose ya el sol, llegamos al almacén de don Pantaleón Cardozo en las orillas del pueblo. Desde el patio del negocio, salía un largo corralón dividido hacia la calle, con un cerco de palo a pique y un montecito de guayabos. Por entre el gentío nos colamos con mi hermano. Varias canchas de taba estaban funcionando. Los hombres amontonados se cruzaban las apuestas a la “suerte” o al “culo” del que tiraba.
Había uno que se encargaba, cada tanto, de regar con agua el sitio donde caía la taba, para esta que no rebote y allí nomás se clave.
Cuando caía la taba y hacía suerte, oía decir “¡Pago al que tira! ¡Voy al tiro!” ¡Poniendo estaba la gansa! No podíamos ver muy bien el hueso darse vuelta en manos de los clavadores, por la cantidad de jugadores que rodeaban las canchas. Nos fuimos entonces para el lado del portón de salida, que había menos gente. Llevaba cinco manos Pedro Larrionda.
Un mozo de sombrero bayo, llamado Avelino Ortiz le seguía la suerte a Larrionda. Observé que, en dos o tres vueltas, Avelino había retado a unos criollos medio infelices que le desafiaban paradas chicas. Entonado Avelino, era de imaginar que pronto habría de encontrar la horma del zapato. Como a propósito, le desafió una parada por poca plata a Juan Arredondo. Conocido por nosotros era Juan Arredondo, por ser buen alambrador y tropero si las circunstancias lo requerían, además, buena persona Este era un criollo de baja estatura, bombachas anchas y zapatillas floreadas. Avelino quiso llevarlo por delante, diciéndole que no lo molestara con posturas chicas. “¡Seguramente su plata ha de ser mejor que la mía, entonado al ¡pedo! ¡Sígame si es hombre! Esto era un desafío. Juan Arredondo salió por la puerta hasta el centro del callejón. Avelino, silencioso, no se hizo esperar. Salió detrás y se abrió hacia la derecha, desenvainando una daga de largas dimensiones. Arredondo hizo otro tanto
Y apareció un mediador. No para reconciliar sino para fijar reglas. Ni bien finalizó. Arredondo lo cargó sin darle sosiego. Lo llevó a punta y hacha, reculando sin poderlo tocar, como hasta cincuenta metros.
La gente que miraba el lance, seguía detrás mirando el curso de la pelea. Mi hermano y yo nos adelantamos por la vereda de enfrente del callejón. Los hombres así peleando. Juan Arredondo cargando con velocidad y Avelino atajándose todos los tajos y puntazos, llegaron hasta la bocacalle. Allí se detuvieron, mirándose frente a frente, con los cuchillos en guardia. Como por instinto Arredondo le gritó: “¡Había sido bien hombre, mocito!”
Avelino no dijo nada, y bajó el arma. Arredondo guardó su puñal, y Avelino también envainó el suyo. Entonces don Juan Arredondo avanzó hacia el, mientras le decía “Solo lo quise probar para ver si respondía” Avelino, jovencito y sereno sin rencor, le tendió la mano. Volvieron juntos sonrientes, como si nada hubiera pasado. Como veinte personas que los seguían estaban mudos, absortos ante la actitud de aquellos hombres. Algunos metros antes de llegar al portón de entrada al corralón, dijo Avelino mientras miraba la tierra revuelta de la pelea: “Por aquí me tuvo muy apurado don Arredondo” Arredondo le sonrió, sin alardes y juntos volvieron a la cancha de taba. Reanudaron el juego y siguieron las apuestas como si tal cosa.
Mientras esto ocurría, venía oscureciendo. Media hora después, el corralón parecía un camposanto. Las canchas de taba estaban rodeadas de velas de sebo y candiles. Optamos por retirarnos con mi hermano Pedro. Medio tritón quedó porque no pudo jugar sus pesitos. La culpa fue de la pelea y el temor de que viniera la policía.
Después, ya de vuelta hablamos con mi hermano, porque mis pensamientos seguían puestos en la pelea de Avelino y Arredondo. Me preguntaba el porqué, no se habían herido estos hombres entre tantos hachazos y puntazos que se largaron. ¿sería que Avelino era muy arisco para la daga? ¿O de muy buena vista y Arredondo no lo pudo tocar?
Esto último puede haber ocurrido. Comprendía que mi persona ya estaba templada para ver sangre. Hubiera querido ser Avelino. Me gustaba como todos los criollos lo miraban con señales respeto y admiración, por su vista en el manejo del cuchillo y porqué se había topado con Arredondo, cuyas mentas de hombre de vista y guapeza eran muchas en el pueblo. ¿Por qué quería ser Avelino y no Arredondo? ¿Tal vez por ser mas joven y me llevaba pocos años de edad? ¿Por qué no elegí a Arredondo a quien conocía como hombre bueno y trabajador? No lo sé. Cosas de gurí nomás …
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