“Señor/recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe/aunque ese no era su verdadero nombre/(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)”
Así, comienza uno de los más reconocidos y valorados poemas de Ernesto Cardenal. Alude a los últimos, abandonados, dramáticos, solitarios e infelices minutos de la hermosa diva que, con el tubo del teléfono en su mano, fue hallada muerta en el dormitorio de su mansión en Los Ángeles.
Ernesto Cardenal Martínez nació el 20 de enero de 1925 en la ciudad de Santiago de Granada, en Nicaragua, una de las más antiguas de América Central y que fuera fundada en 1524 por el español Francisco Hernández de Córdoba.
Cardenal era miembro de una familia de buen pasar económico. Era intención de su familia que siga la carrera de derecho. No obstante, por su interés en la literatura, estudió Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México, graduándose en 1947 y realizó un posgrado en Literatura Norteamericana en la Universidad de Columbia en Nueva York, entre 1948 y 1949.
Regresó a Nicaragua en 1950. Comenzó a escribir poemas y a traducir poesía norteamericana, integrándose a la que se conoció como la “Generación del ´40” con los poetas Ernesto Mejía Sanchez, Pablo Antonio Cuadra y Carlos Martínez Rivas. Fundó una editorial exclusiva del género, El hilo azul, reuniendo una antología de la poesía nicaragüense.
Por otra parte, siempre tuvo un especial interés en los conflictos sociales de su país, involucrándose en la “Rebelión de Abril”, fallida revolución de 1954 contra la dictadura de Anastasio Somoza, en la cual murieron varios de sus amigos. “Pero abril en Nicaragua es el mes de la muerte/En Abril los mataron/Yo estuve con ellos en la rebelión de abril”, escribió Cardenal en su poema “Hora Cero”, en el cual habla de los dictadores de Centroamérica, las empresas fruteras norteamericanas, el levantamiento de Augusto Sandino y su asesinato por las fuerzas de Somoza.
Cardenal había cursado colegios jesuitas y en mayo de 1957 ingresó en la Abadía trapense de Nuestra Señora de Getsemaní en Bardstown, en el condado de Nelson, Kentucky, perteneciente a la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia. En esos años conoció al monje y escritor norteamericano Thomas Merton, quién estaba a cargo de los novicios y se convirtió en su maestro y mentor espiritual.
En ese aislamiento religioso voluntario consiguió una profundización de su interés por el hombre y su preocupación frente a la modernidad y la complejidad de ésta, lo que en ocasiones lo llevó a plantear una visión apocalíptica del mundo. Luego tuvo un paso por el monasterio benedictino de Cuernavaca en México y se ordenó sacerdote en Managua en 1965.
Cuando ya estuvo destinado a Nicaragua, conformó una comunidad contemplativa en la isla de Solentiname, que en realidad es un archipiélago de 36 islas en el extremo sur este del Gran Lago de Nicaragua. En ese lugar se mantienen petroglifos (grabados en roca) que exteriorizan figuras de pájaros, monos o personas y tienen origen en la cultura precolombina. Una vez establecido en esa región, Cardenal fue generando una confluencia de artistas, y cuando ya participó del movimiento revolucionario -el Frente Sandinista de Liberación Nacional-, fue el lugar de refugio de activistas rebeldes. Entre otros intelectuales, en 1976, previo a la revolución, Julio Cortázar lo visitó en Solentiname dejando constancia de ello en su cuento “Apocalipsis de Solentiname”.
Cardenal nunca dejó de escribir poesía. La suya ha sido, según afirma el escritor Sergio Ramirez, Premio Cervantes, propia de “uno de los grandes innovadores de la lengua española, al crear una nueva forma lírica, la de narración en la poesía, que convirtió a Cardenal en un cronista de su tiempo”.
En un reportaje con Página/12, el poeta nicaragüense confesaba: “Mi primer recuerdo no es escribiendo, es haciendo un poema antes de poder escribir. Lo decía de memoria, creo que tendría unos seis años (…) Casi nadie lee poesía y eso es culpa de los poetas, que escriben una poesía que no interesa. Son herméticos y no se entiende ni es para entender, y por lo tanto no es para interesar a la población. Yo siempre quise hacer una poesía que se entendiera y que comunicara”.
Entre sus libros más relevantes se destacan: “Hora Cero” (1957), “Epigramas” (1961), “Salmos” (1964), “Oración por Marilyn Monroe y otros poemas” (1965), “El estrecho dudoso” (1966), “Canto nacional” (1973) y “Cántico cósmico” (1989). Como inspiradores, Cardenal ha reconocido a Rubén Darío (el otro gran poeta nicaragüense), Pablo Neruda, Rafael Alberti y a Federico García Lorca. Ha traducido a T. S. Elliot y a Ezra Pound.
Cardenal alabó al amor divino, al revolucionario y al profano. “Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:/yo porqué tú eras lo que yo más amaba/y tú porque yo era el que te amaba más/Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:/porque yo podré amar a otras como te amaba a ti/pero a ti no te amarán como te amaba yo”.
No obstante, el principal rechazo hacia su persona ha derivado de la postura política que tuvo. Participó activamente del movimiento revolucionario que se materializó en la Revolución Sandinista que el 19 de julio de 1979 tomó en poder en Nicaragua tras la caída del régimen dictatorial de Anastasio Somoza. “¡Nicaragua sin guardia Nacional, veo el nuevo día! Una tierra sin terror. Sin tiranía dinástica” escribió Cardenal en su “Canto Nacional”. La revolución fue apoyada por numerosos intelectuales. Entre ellos, Julio Cortázar que le dedicó uno de sus libros más personales, “Nicaragua, tan violentamente dulce”.
En el primer gobierno del sandinismo fue Ministro de Cultura, cargo que mantuvo hasta 1987. De ese gobierno también participaron el escritor Sergio Ramirez y su propio hermano Fernando, sacerdote jesuita, que estuvo a cargo de la Cruzada Nacional de Alfabetización. El compromiso político que mantuvo Cardenal hizo que el Papa Juan Pablo II (Wojtila) cuando visitó Nicaragua el 4 de marzo de 1983, ostensiblemente lo señaló. Mientrás Cardenal se mantenía de rodillas en la pista del aeropuerto de Managua, el Papa le dijo que debía regularizar su situación, en el sentido de apartarse de su acción política. El reproche público lo justificó el Pontífice en una prédica respecto que un sacerdote no podía inmiscuirse en los asuntos políticos, pero, en realidad, estaba motivado en su anticomunismo, de forma tal que lo llevó a suspender “a divinis” el ejercicio del sacerdocio al poeta nicaragüense. Fundamentalmente porque Cardenal era uno de los mentores de la Teología de la Liberación qué hasta la Conferencia de Puebla, México en el año 1979, motivaba a numerosos sacerdotes en Latinoamérica, pero era tildada de comunista para el Papa.
El deber que mantenía con sus ideas y posiciones humanitarias, vinculadas al compromiso con los pobres y el sufrimiento de los más desprotegidos, pero, conservando una posición clara respecto a la utilización desmedida y personal del poder, le hizo, en principio salir del Frente Sandinista en 1994 en repudio de la conducción autoritaria de Daniel Ortega, denunciando la corrupción y la apropiación de bienes del Estado por parte de miembros del gobierno. Ese enfrentamiento no cesó, incluso Ortega lo ha perseguido utilizando para tal fin a la justicia nicaragüense. En el año 2004. Cardenal publicó su libro de memorias, “La revolución perdida” en el cual critica ácidamente a quienes traicionaron los postulados populares y se desviaron de los objetivos de la revolución a la que él había adherido en función de su fe cristiana.
El dolor que le había infringido la decisión de Juan Pablo II fue mitigado cuando el Papa Francisco en febrero de 2019, afortunadamente en vida de Cardenal, le levantó la suspensión “ad divinis” que aún mantenía. “Me siento identificado con este nuevo Papa. Es mejor de cómo podríamos haberlo soñado”, afirmó Cardenal en un entendimiento mutuo que excedía lo fraternal y religioso.
En el año 2009 recibió el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, otorgado anualmente por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, en reconocimiento a su larga trayectoria y obra poética y en 2012 el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que es considerado como uno de los más importantes en lengua castellana y entregado en función a un convenio entre la Universidad de Salamanca y el Patrimonio Nacional, un organismo público español vinculado con los bienes de la Corona Española. En oportunidad de la entrega de este premio, el Patrimonio Nacional publica un libro del galardonado que es encuadernado y conservado de manera especial en la Real Biblioteca. En el caso de Ernesto Cardenal su fue obra “Hidrógeno enamorado”.
En el sentido agradecimiento al recibir el Premio y al procurar definir a la poesía, Cardenal dice: “Poesía es la persona amada, y pareciera que no hay nada más que decir. Hay algo más que decir: Poesía es el amor. Y poesía es la amada que uno ama, y todo lo que uno ama y que lo ama a uno. Poesía es todo, incluido el Creador de todo. Poesía es Dios.”
Al momento de su fallecimiento, el 1° de marzo de 2020, a sus noventa y cinco años, la premiada escritora nicaragüense Gioconda Belli, otra desencantada de la revolución sandinista decía: “Ernesto Cardenal concentraba en él dos rasgos esenciales de la identidad nicaragüense: el espíritu de lucha por el país amado y el amor por la poesía”,
El centenario del nacimiento de Ernesto Cardenal es una oportunidad valiosa para rescatar su figura, su personalidad, su compromiso y lo delicado y sensible de sus libros para descubrir en lo lírico y épico de su poesía la profundidad de una mirada terrenal, humana y trascendente.
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