Esa mujer
“Esa mujer” es un relato de Rodolfo Walsh, considerado el mejor cuento del siglo XX. En la narración nunca se la nombra y sin embargo es viva la referencia. La elipsis no es solo un recurso literario, presencia agobiante de una ausencia, sino que acentúa la censura de su nombre, fresco acontecimiento, en ese momento, para el escritor. El periodista, obsesionado, interroga al Coronel Moore Koening sobre el destino del cuerpo de Eva, el militar lo sabe porque fue quien lo secuestró. El relato tiene algo espeluznante, porque siniestro fue el proceso del ocultamiento, y trágico el destino de sus secuestradores, incluido el Militar entrevistado. El cuento descubre, sin ambages, el secreto del odio y la crueldad. Quien odia, expulsa lo malo de sí. El yo de estos individuos, coincide, en su percepción, con todo lo bueno, sin pelusas, lo malo, la causa de su infelicidad está afuera, sin matices. Por eso el odio construye enemigos y chivos expiatorios. El drama es que quien padece de esa ciega inquina, solo admite para resolverla, la aniquilación del Otro. El relato despliega toda la crueldad del odio hacia un cuerpo, vejado, torturado. Es cruel quien no experimentó amor, quien se ensaña, desquiciado, contra un cuerpo yaciente. Eva Perón fue odiada por quienes cobijaron esa brutal emoción destructiva, del mismo modo que amada por quienes abrigan el noble sentimiento del afecto, la adoración incluso. Es una pena que el agravio a su figura, inmensa, inconmensurable, se profundice hoy, gratuitamente en nuestra ciudad, con un recurso tan mediocre como bajar un cuadro. El cruel carece de inteligencia. El odio de creatividad. Mediocre y trillado. Ya escribieron al amparo del desprecio y el anonimato, en su momento, “viva el cáncer”, ya prohibieron su nombre y sus imágenes, ya quebrantaron su cuerpo, ya la deshonraron aristocráticos escritores, y, en cada profanación agigantan su figura, enaltecen su deslumbrante obra, su vida pródiga y asombrosa. Cada expresión infame pone de relieve, por contraste, su fuego y arrebato en el favor de su pueblo. Eva vivió la pasión de la justicia social, su adoración por los pobres, por los explotados y condenados de la tierra. Eva conmovió un orden injusto, de ricos y miserables y ardió su existencia breve, profunda, visceral, por la dignidad de los humildes, de los “cabecitas”. Eva vive, cada vez que leemos, una y otra vez, en “La Razón de mi vida”, esa, su verdad, escrita con tanta ingenuidad como con escándalo, esa certeza a voces que el Poder intenta ocultar, dice allí, con claridad meridiana, que los pobres no crecen como el pasto, que si hay pobres es porque hay ricos que roban su esfuerzo, y que ese hecho doloroso, la existencia de los menesterosos, de quienes no tienen nada, conviviendo con quienes todo lo acumulan, con codicia, esa realidad, no es natural, sino producto de una injusticia que puede ser cambiada, y es a esa transformación a la que se lanza, en su compromiso político, en cuerpo y alma. Esa verdad simple, la de una lacerante y arbitraria desigualdad social, sostiene un orden, esa evidencia quiere ser acallada, intentando amordazar los ensordecedores gritos de Eva, aun cuando en su ausencia física, se escuchan sus ecos. Eva, en su breve paso por el Mundo, reivindicó la dignidad de los marginados, los discriminados, los excluidos, los nadies. De aquellos que la Oligarquía y las clases medias ningunearon al tiempo que explotaron, de los pobres, las trabajadoras del hogar, los peones de campo, los obreros, las mujeres, de los homosexuales, de los sojuzgados que reclamaban igualdad y reconocimiento humano. Aquellos postergados en sus necesidades, que “esa mujer” tradujo en derechos. Esa es la raíz del odio imperdonable e incompasivo, expresado con precisión y estremecimiento por Paco Jamandreu, cuando dijo a Eva, en su lecho, ya casi agónica, que “ser puto, ser pobre y ser Eva Perón, en este país despiadado, es la misma cosa”. Y lamentablemente sigue siendo cierto, en este país despiadado, y en una ciudad en la que convivimos hace demasiados años con una miseria y una desigualdad que se agudiza, con ciudadanos que deambulan por las calles comiendo basura, sin pan, sin techo, sin abrigo, a la intemperie de temperaturas glaciales y del desprecio y la indiferencia del mundo, con niveles de pobreza insoportables. Es en estas circunstancias que se baja en el Concejo deliberante el cuadro de Eva, es en este desgraciado contexto, en el que se puja por el cambio de nombres de las calles, cuando en ellas muere de frío un hombre sin nombre. No es en los símbolos donde está Eva, ni siquiera en su cuerpo, eterno, bellísimo, sino en cada frazada que abriga, en cada alimento que alivia, en cada gesto de amor que reconoce a los necesitados. Por eso no puede ser eliminada, ni desaparecida, porque es allí, en esos espacios indestructibles del alma humana donde vive. Y para sentir admiración por “esa mujer”, sobre todo cada 26 de julio en el que se recuerda el día en que en su cuerpo se apagó su fuego, para que sus ideales sean imperecederos, no es necesario ser militante o partidario, porque esas ideas nobles no requieren afiliación política, sencillamente se trata de rescatar aquellos líderes cuya orientación política buscan como meta, la felicidad del otro, en la igualdad, el amor y la justicia social. Hoy ese rescate y esa búsqueda, son más imprescindible que nunca.
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