Escarchas
Estaba ensimismado en sus tareas habituales cuando de pronto presintió una presencia diferente. Al levantar la vista sus ojos se encontraron con los de ella, y un estremecimiento extraño recorrió todo su ser. Fué sólo un instante en que un cúmulo de sensaciones provocaron en su mente sentimientos que creía olvidados, dormidos en algún rincón de los recuerdos que se atesoran, guardados, como preciados secretos de los años juveniles donde la pureza y la ingenuidad mezclados con el enamoramiento del amor, cuando aún el difícil arte de vivir no hizo mella en el espíritu, se instalaban en el alma al despertar los instintos y los primeros rubores al simple contacto de su mano, o al estrecharla suavemente, tímidamente, en los primeros bailes del club del pueblito de campaña y que sólo en esas circunstancias podía susurrarle quedamente al oído: “te quiero”...
¿Cómo estás? -oyó que le decían, a modo de saludo-
Quiso contestar, pero sólo atinó a abrir la boca sin lograr articular palabras. Pasaron unos segundos que le parecieron interminables. Detrás de ella, un hombre y dos niñas. De inmediato se dió cuenta: su esposo, sin duda, y sus hijas.
¡Bien... gracias, adelante! - se escuchó a sí mismo responder, casi con torpeza-
Estábamos de paso, y quise saludarte.
También ella hacía un esfuerzo para aparentar naturalidad, pero él sabía que su voz temblaba, y al rozar su mejilla en un fugaz saludo pudo advertir que estaba tensa, pero reconoció la tersura de su piel. De pronto recordó aquélla, su primera cita. Era una noche de invierno en la puerta de su casa. Como por casualidad pasaría por allí, caía una fuerte helada mientras una luna llena iluminaba la desierta calle pueblerina. Ella se asomó a la hora convenida. Sus labios se rozaron, puros, inexpertos, sin saber aun lo que era un beso de amor.
Estoy... estoy muy sorprendido... ¡Pasaron tantos años! Me alegra que se detuvieran. ¿Es tu esposo?
Sí, yo le hablé de vos y del grupo de amigos de aquellos años...
Ella estaba convencida que entendería el mensaje, que quería volver a verlo, que el destino de cada uno los llevó por diferentes caminos, que la historia de sus vidas hubiera sido muy diferente si a su padre no lo hubiesen trasladado. El sentía los latidos de su corazón en las sienes, debía controlarse, tratar de disimular la sensación que lo embargaba. Cómo le gustaría abrazarla, decir que todo estaba igual, que el tiempo no había pasado y gritar a los cuatro vientos... ¡Volvió! ¡Regresó por mí! Pero nada de eso era posible, nunca volverían a caminar por las calles del pueblito junto al resto de los jóvenes que para “cubrir” su romance los acompañaban dejando que se retrasen un poco... Y aquéllas cartitas jurando amarse eternamente que dejaban en el huequito, al pie del tronco de la vieja morera... Si aún parece sentir la desazón cuando con disimulada ansiedad pasaba a ver si había contestación, sin encontrar nada en el lugar que sólo ellos conocían.
¿Están de paseo? Cuéntenme de ustedes... ¿Y tus padres?
Eran palabras balbuceadas, por compromiso. En realidad, quería saber todo de ella, qué fué de su vida, por qué no le escribió, porqué se enamoró de otro, ¿o no se enamoró? No, no se enamoró. Ni lo olvidó. Por eso está acá, en busca del pasado... ¡Cuánto la extrañó! Cuántas noches de insomnio pasó pensando en ella, soñando con ese, su primer amor, cuando la ilusión extendía sus alas hacia la fuente de sus ansias y volaba el pensamiento...
Papá falleció, y mamá vive en la ciudad.
Aún recuerda algunas tardes de algún fin de semana en que se acercaba a su casa con cualquier pretexto siendo recibido por sus padres, retorciéndose los dedos mientras las palabras se negaban a brotar. Al despedirse para el regreso, ella lo acompañaba hasta el portón del callejón bordeado de álamos, donde tomados de las manos y sin necesidad de expresarse su cariño se miraban a los ojos, hasta que el sol comenzaba a ocultarse y las sombras de los árboles se alargaban sobre la gramilla.
¿Estas son tus hijas?
Sus hijas... La mira y piensa que podrían haber sido suyas... ¡Pero no! Qué locuras se le ocurren. También él hizo su vida, pero... ¡porqué se turbó tanto! Vuelve a observar su rostro, su sonrisa... Sí, su sonrisa es la misma, con todo el encanto y la frescura de otros tiempos, pero su mirada no tiene aquél fulgor que tanto lo embriagaba... Y su cabello, aquél negro ensortijado... es otro... y esos brillitos plateados que escapan a los costados de su rostro...
Siente que ella lo mira, tiene conciencia que su frente está surcada por el paso de los años, que también su cabello encanecido contrasta con su aspecto juvenil de aquéllos tiempos.
La ve alejarse, no es la misma silueta que conserva en sus recuerdos. ¿Fué realmente ella? ¿O fué quizás una fugaz aparición de antaño, un espejismo, que se corporizó invocado por quién sabe qué nostalgias?
Y mientras la vida va tendiendo sus escarchas, se va cerrando el alcázar de los sueños y agotando la fuente de las ansias...
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