Francisco, el argentino más trascendente de toda la historia
El lunes 21 de abril, los argentinos nos despertamos con una noticia dolorosa e impactante, había fallecido el papa Francisco a las 02:35 horas de nuestro país. El día anterior había oficiado la misa de resurrección en la Plaza San Pedro de la Ciudad del Vaticano.
Usted señora o usted señor podrán profesar o no el catolicismo, podrán ser ateos, agnósticos, o creer en lo que quisiesen. Y hasta tendremos a personas que por cuestiones estrictamente políticas sintieron rechazo por la obra o el pensamiento del padre Jorge Bergoglio al frente de la Iglesia Católica, pero jamás podrán ignorar que ese sacerdote que llegó a liderar la religión fundada por nuestro Señor Jesucristo, lo coloca como el argentino más trascendente de toda nuestra historia.
Para ahondar un poco más en este punto, diré que soy amigo de algunas personas que podrán leer esta columna y no estarán de acuerdo con ninguna de las líneas expuestas, pero es probable que nunca en nuestras vidas podremos ser testigos de que otro compatriota ocupe el sitial de San Pedro.
La figura pública de Francisco excede todo lo que conocemos, casi todas nuestras personalidades (muchas de las que se venera) son de cabotaje. Las personalidades argentinas que pueden ser reconocidas a nivel mundial son estrictamente del mundo deportivo, más precisamente del futbol como Maradona y Messi. Los cinco premios nobel argentinos son reconocidos por un público selecto, y las nuevas generaciones ignoran a Milstein, Houssay o Leloir por citar a los tres nobeles de las ciencias duras. Hasta Gardel dejó de ser importante en la era del dios digital.
Bergoglio fue elegido por sus pares el 13 de marzo de 2013, luego de la sorpresiva abdicación de Benedicto XVI en febrero de ese año. Pocas eran sus chances para acceder al papado, en primer lugar, por su edad y según lo que algunos analistas religiosos discursaban, el hecho de ser jesuita era un escollo.
Su papado fue controversial para la ortodoxia católica que no toleraban los gestos de apertura de Bergoglio para reformar la Iglesia, y que, además, promovió la transparencia financiera de las turbias finanzas vaticanas, buscó la descentralización y el nombramiento de laicos y mujeres en cargos de responsabilidad. También se ocupó de lleno con dos pecados que corroen las estructuras de la iglesia en su credibilidad, como lo son la corrupción y los abusos sexuales.
Hizo del perdón una cuestión de vida, dio testimonio de cristiandad y servicio a los demás, como cuando procedió a lavarles los pies a presos en la cárcel de Regina Coeli de Roma. Llevó el perdón a los pecadores en un momento especial de la historia del mundo, en el cual las redes sociales son una caja de resonancia que injurian y cancelan a cualquier mortal por faltas (tanto sean graves como leves), pasando por alto que todos nosotros, somos imperfectos y que según las sagradas escrituras una persona justa peca siete veces al día.
Sin saber que podría en un futuro podría ser papa en la madrugada del velorio del expresidente Raúl Alfonsín en 2009 y encontrándome como Jefe del Cordón de Honor de los granaderos, pasó al lado mío en un pasillo del Congreso de la Nación. Estaba acompañado por José Ignacio López, ex vocero presidencial del citado fallecido.
Personalmente he discrepado con algunos de sus pensamientos y actitudes, pero eso no me hace ser obcecado y no reconocer que ha sido el argentino más importante de la historia, trascendiendo la comarca nacional. No tomamos conciencia de la trascendencia mundial de su vida, hemos sido fanáticos, con sesgos cognitivos que evidencian una gran chatura moral e intelectual. Creemos ser el centro del mundo, cuando en verdad somos un país periférico, concentrado en un frasco, somos pueblerinos que pretendemos que nuestros problemas parroquiales argentos sean considerados centrales e importantes en el concierto de las naciones.
Jorge Mario Bergoglio fue un hombre excepcional, llevó una vida austera, sin impudicia, con gestos muy humanos hacia el prójimo, pero firme en sus convicciones, paladín contra las grandes desigualdades del mundo. Padre Jorge puede irse en paz, dejó cimientos para un mundo un poquitito mejor (es mi esperanza, cuando pienso en su funeral y veo a la multitud filmando con sus celulares sus restos en un momento solemne como es la muerte, se me van). ¡Descanse en paz!
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